24 enero 2023

LA CARTA MAGNA DEL REINO DE DIOS: 4º Domingo T.O.

 LA CARTA MAGNA DEL REINO DE DIOS

Por Antonio García Moreno

1. Algo más.- Buscad la justicia, buscad la moderación, quizá así podáis libraros el día del juicio de Dios. Sofonías mira a esos que son humildes, a esos que pasan desapercibidos, a esos que no suenan, esos que no brillan. Ellos serán los que se verán libres el día de la ira del Señor. Son hombres sencillos que cumplen la ley de Dios sin ostentación, sin aparato externo, hombres que buscan la justicia haciéndola una realidad en sus propias vidas.

Es lo que importa, es lo único necesario. Vivir cara a Dios, buscar en la vida sólo una cosa, hacer su justicia, cumplir su voluntad. Sin añorar el aplauso de los hombres, sin pretender su beneplácito, sin intentar obtener sus alabanzas. Hacer lo que hay que hacer, sencillamente, continuamente. Esperando del Señor la recompensa. Al fin y al cabo Él es el único que sabe pagar, el único que sabe apreciar justamente nuestro esfuerzo.

Una vez más brota del mensaje profético la promesa de una liberación, la esperanza de una restauración que reúna en un pueblo nuevo a todos los hijos de Dios, dispersos por los mil rincones de la tierra. Ese pueblo nuevo resurgirá con la llegada de Cristo. Él, como otro Moisés, librará a los suyos del peso de la esclavitud.

Ahora, tras la muerte y resurrección de Jesús, ya está formado ese pueblo. Es cierto que por el Bautismo nos integramos a Él, somos parte de la Iglesia de Cristo. Pero no hay que olvidar que el ser cristiano lleva consigo algo más. Supone una vida recta, una vida sincera. Una vida sin embustes ni hipocresías. Amar la verdad es ciertamente no decir mentiras, pero es ante todo vivir de acuerdo con lo que se cree. Por eso sólo el que es auténtico, el que es sincero, el que es honrado pertenece realmente al pueblo de Dios.

2. Las bienaventuranzas.- El Sermón de la Montaña es considerado con razón como la Carta Magna del Reino de Dios. De hecho san Mateo, el evangelista del Reino, nos presenta este largo discurso del Señor al principio de su ministerio público, como un exordio en el que se recogen los principales puntos del mensaje de Cristo. Es cierto que en él se entremezclan diferentes temas, pero en todos ellos hay un espíritu común, un mismo latido de sencillez y de humildad, de alegría y de paz.

Ante esta página evangélica que presenta las bienaventuranzas, lo primero que hay que decir es que son palabras que Cristo dirige no sólo a los discípulos sino también a las muchedumbres que, como se dice al final del Sermón, escuchaban con admiración las palabras del Rabí de Nazaret. Esto significa, en contra de lo que algunos opinan, que el Señor se dirige a todos cuando nos pide esa santidad y perfección que suponen las bienaventuranzas. Es decir, todos estamos llamados a ser santos. Aunque la santidad que a cada uno nos pide el Señor no tiene las mismas características, sí tiene las mismas exigencias de un grande y profundo amor.

También es preciso aclarar algunos conceptos que se contienen en este maravilloso pasaje y que no siempre se han entendido en su sentido correcto. Así, por ejemplo, se ha querido ver en la pobreza una situación meramente material, como si el Señor hablara únicamente de aquellos que no tienen nada. O también se ha dicho que la justicia de que habla la cuarta o la última bienaventuranza, es simplemente la justicia entendida en sentido estricto de justicia distributiva o de justicia social.

Es cierto que san Lucas, en el pasaje paralelo, nos refiere que Jesús dijo bienaventurados los pobres, sin más, porque vuestro es el Reino de Dios. San Mateo nos aclara el tema al decir los pobres de espíritu, o en el espíritu como traducen otros. Podemos decir, ante todo, que aunque san Mateo no nos lo hubiera aclarado, era obvio que el pobre a que se refiere el Señor es el mismo que aparece en otros pasajes de la Biblia y que se identifica con el que es humilde y lo espera todo de Dios, el que vive despegado de las riquezas y las pospone siempre al querer del Señor.

Por otra parte, la justicia también tiene su propio sentido en el lenguaje bíblico. Equivale a santidad y abarca, por tanto, además de la mera justicia, la caridad. Así dice Jesús que es preciso cumplir toda justicia, esto es, todo lo que Dios ha dispuesto. O afirma que lo único importante es buscar el Reino de Dios y su justicia. Casi podríamos decir que justicia es lo mismo que justeza. Por eso ser perseguido por causa de la justicia es serlo a causa de cumplir la voluntad de Dios, de ser justos.

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