Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Javier Leoz
1.- Si alguna representación atractiva nos trae a la memoria cualquier pinacoteca mariana, es precisamente la de la Inmaculada Concepción. La piedad popular, adelantándose a la decisión oficial, intuyó y creyó desde siglos antes que, María, era una criatura privilegiada. Una mujer sin mancha. Aquella que, brindándose generosamente y en cheque blanco para Dios, permaneció pura, radiante, bella… ¡Cuántos piropos podríamos expresarle en este día! Entre todos, el mejor, el Misterio que celebramos en este 8 de diciembre: ¡Inmaculada! ¡Sí; Madre! ¡Tú fuiste, eres y serás Inmaculada!
Ante tal Misterio, embelesados por tal beldad y enigma, asentimos e inclinamos no solamente nuestra cabeza, sino que observamos en todo ese Misterio la mano de Dios, su poder, su gracia y –sobre todo- ciertas cualidades, internas y externas, que lograron cautivar el corazón y el amor de Dios: la sencillez de la Virgen, su obediencia y docilidad, su transparencia y su fe, su alegría junto a su confianza, fueron determinantes para que Dios clavase sus ojos en Ella. ¿Inmaculada? ¡Por supuesto! ¡Mil veces Inmaculada! ¡Por siempre y para siempre, Inmaculada! Dios, así la quiso y, el pueblo creyente, así lo vivimos, cantamos, festejamos y celebramos: ¡PURISIMA!
2.- Ella, en medio del Adviento, da color y calor como nadie a este tiempo de esperanza. Es una mujer que con su “sí”, la noche de Belén nos pregonará una gran noticia: la salvación tiene un rostro, Jesús. Es la Señora que, abriéndose gratuitamente para Dios, hará posible que Jesús ilumine la oscuridad del mundo; que Jesús nos traiga el amor inmenso de Dios; que Jesús sea amado y seguido por todos nosotros.
-¡Bendita sea la Inmaculada Concepción de María! Ante un mundo excesivamente picante y libertino, María, refleja la contracorriente de todo ello. Es posible pensar en limpio; es posible creer en el amor sin farsa; es posible creer en Dios, sin exigir nada a cambio; es posible mirar sin desear con segundas o terceras intenciones; es posible fiarse sin dudar; es posible ser libre, sin esclavizarnos ante nada ni ante nadie.
-¡Bendita sea la Inmaculada Concepción! Sin Ella, y no es ningún dislate, no hubiera existido aquel primer adviento ni esperanza para los hombres y mujeres que aguardaban la llegada del Señor. Sin Ella, aquel deseado adviento, hubiera tardado ¡quién sabe cuanto! en llamar a las puertas de los que querían y anhelaban la presencia de Dios en el mundo.
Pero, con María, con su ser inmaculado, todo se tiñe con el esplendor de la esperanza, la oración y el vigor de la fe. Si el Adviento es esperanza, María, es surtidor del que gustamos en vaso limpio y cristalino lo que estamos llamados a vivir en la próxima Navidad: al mismo Dios.
3. Es imposible, y no lo olvidemos, disociar o desviar a María de los próximos días que vamos a celebrar. El adviento es el mes de María por antonomasia. No será el mes de las flores, pero qué duda cabe, son horas en las que los ojos de todos sus hijos se clavan en Ella. ¿Por qué? Entre otras cosas porque ha sido la “tocada” por Dios. La enamorada del Padre. La elegida, desde hace muchos siglos, para ser morada de Dios en la tierra.
*Porque Ella ha sido bendecida con toda la perfección, es motivo para ser admirada.
*Porque Ella ha sido colmada y llena toda la gracia de Dios, es motivo para ser querida y ensalzada
*Porque Ella ha sido llena del Espíritu Santo, es motivo para ser reverenciada
Sí; amigos. ¡Inmaculada! Nos acompaña en medio de nuestras flaquezas y fragilidades. Es un espejo en el que nos podemos mirar para reparar nuestro hoy, y buscar un mañana mejor. Por ello mismo, la Inmaculada, nos sigue cautivando. Despierta en nosotros admiración y un deseo de superarnos a nosotros mismos para llegar hasta Dios. En medio de nuestro barro, malandanzas y mediocridades, María surge como el amor irreprochable; como la solidez de una fe inquebrantable hacia el Padre; como un camino sembrado de vida y de verdad; como un lienzo que no conoce sino los trazos pensados y dibujados por Dios.
4.- Hermanos: Se acerca la Navidad. Al pesebre hay que entrar humildemente. En el portal hay que arrodillarse con fe. A Belén se va con la atracción del amor de un Dios que nos trae felicidad para todos.
De María, es difícil imitar su ser Inmaculado, su fortaleza, su valentía, su entregarse hasta el final. Que por lo menos, en estos días de Adviento, la calquemos siendo hombres y mujeres de esperanza. Dejando que el corazón, se llene de un inmenso amor –como el de Ella- para volcarlo ante el Misterio de Dios en Navidad.
Porque, sin María, no hay Adviento ni esperanza; pero con María, toda la vida es un permanente Adviento. Con Ella, nos viene el que nos hace falta para levantarnos y seguir apostando por un mundo desde Dios: JESÚS. ¡Felicidades, Inmaculada!
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