Por Antonio García Moreno
1. Genealogía de Jesús.- El pasaje del evangelio de hoy, nos introduce en el tiempo previo e inmediato al nacimiento de Jesús. Y, a diferencia de San Lucas, quien recibe un mensaje del Cielo es San José y no la Virgen María. Así tenemos dos visiones de una misma realidad, correspondientes al objetivo que cada evangelista se ha propuesto. En el caso de San Mateo su evangelio arranca de la base del Antiguo Testamento y se dirige de forma inmediata a los judíos de su tiempo, que son los primeros destinatarios. Ante el pueblo elegido, los hijos de Abrahán, era necesario demostrar que Jesús era descendiente del primero de los patriarcas y a quien el Señor Yahvé promete un gran pueblo, una descendencia numerosa como las estrellas de los cielos y como las arenas de los mares. Por otro lado, era preciso que perteneciera a la casa de David ya que sería un hijo suyo el que reinaría para siempre y sobre todas las naciones. Una promesa que repite el arcángel Gabriel a la Virgen al decirle que su hijo ocupará el trono del rey David, su padre, y reinará en la Casa de Jacob. Ambos objetivos se logran por medio de la genealogía presentada, donde se inicia por Abrahán y se termina por José
Jesús, el Hijo de Dios, lo es según la carne de Abrahán, y también de David, según aparece en su árbol genealógico, con una larga serie de hombres y mujeres, que figuran en las páginas de la Historia de salvación. Son tres bloques de catorce personajes cada uno, dato que recalca la presencia de David, pues su nombre se escribe con letras que expresan en hebreo dicho número catorce. En ellos se refleja la humanidad con sus luces y sus sombras, tanto en los hombres como en las mujeres. El último eslabón es José, el esposo de María “de la cual nació Jesús, el llamado Cristo”. Con estas palabras se destaca que el nacimiento de Jesús fue diverso. Es decir, San José es sólo su padre legal y de él recibe ante los judíos su condición de descendiente de David.
2. El anuncio a José.- La segunda parte nos refiere el anuncio del ángel a San José. Él era el esposo de María, es decir su prometido ya que aún no se habían celebrado las nupcias y no convivían como marido y mujer. Son momentos difíciles para aquel hombre justo, ya que no comprendía la situación del embarazo de María. No le cabía en la cabeza y no aceptaba culpa alguna en su esposa. Por eso decide abandonarla y no denunciarla, persuadido como estaba de la inocencia de María. Ella mientras tanto guardaba silencio, convencida de que Dios no los abandonaría. Creía firmemente en el Señor, y esa fe era al mismo tiempo una segura esperanza.
Cuando el ángel le comunica al patriarca en sueños lo ocurrido, también él cree en el increíble mensaje recibido. Entonces su fe se convierte en esperanza y, sin dudarlo ni preguntar nada, recibe a la Virgen y lo llamó como el ángel le había dicho “Enmanuel” que significa “Dios-con-nosotros”. Además, como era costumbre entre los judíos le pone un segundo nombre, el indicado por el mismo ángel, el dulce nombre de Jesús, que significa el que salva.
Con este pasaje de la Misa de la Vigilia de Navidad se inicia este tiempo de paz y de alegría. La esperanza ha comenzado a concedernos participar de la dicha eterna que esperamos. Demos gracias a Dios y recordemos que esa esperanza, que nace de la fe, nunca puede ser individual. Así nos lo recuerda el Papa en su encíclica Spe salvi, “Salvados por la esperanza”, n. 48: “Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal”.
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