08 diciembre 2022

Pautas para la homilía: III Domingo de Adviento

 En el Adviento de nuestra vida, los cristianos se preguntan: Y nosotros, ¿a quién esperamos? ¿Cómo lo hacemos?

El evangelio de este domingo, nos presenta a Juan el Bautista en la cárcel, en tensión ante la llegada del Mesías. Una inquietud  que le hace  enviar a dos de sus discípulos  a preguntar a Jesús por su mesianismo. Un anhelo que el pueblo de Israel y la humanidad ha vivido desde siempre.

Estas dudas de Juan sobre Jesús, pueden ayudarnos a nosotros a esperarlo y seguirlo mejor hoy. ¿Sirven para algo las dudas? ¿De qué duda se trata? Cuando nosotros, como Juan, dudamos si Jesús es el que nos habíamos imaginado, y nos abrimos a la respuesta que El da de sí mismo,  avanzamos y pasamos de la duda a la verdadera fe, y nos aparece quien es el verdadero Mesías.PorqueUna fe que no duda, es una fe dudosa (Cristian Duquoc).

De esta manera, este domingo de adviento nos ayuda a revisar nuestras expectativas  mesiánicas a la luz del misterio de la Encarnación del Señor que viene continuamente a nuestras vidas. El Señor vino, el Señor viene, y el Señor vendrá. Estas tres venidas resumen la pretensión de todo el tiempo de adviento, para hacernos cercano el mesianismo de Jesús de esta manera: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Ellos son el rostro  de un Dios que los mira con infinita ternura y que expresan su venida real y verdadera hoy. El Adviento es tiempo de renovar la fe en la salvación, para purificarla, a fin de que sea más auténtica.

¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí!

El Evangelio en Adviento nos pone en tensión ante la llegada del Señor, pero sin escándalos en la manera de acoger su mesianismo. ¿Cómo lo entendió y lo dio a conocer Jesús ante las expectativas de Juan?.  Con la misericordia y la justicia que devuelve la vida a los últimos, a los pobres y pequeños. Es lo que recoge el prefacio de Adviento cuando dice: El Señor que viene a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo reciban en la fe y por el amor demos testimonio de la llegada de su Reino.

¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí! Con su Encarnación el Hijo de Dios se ha unido con todo hombre. En cada vida humana se prolonga este misterio de unión de lo divino con lo humano. En cada vida humana  se hace presente el misterio de Cristo. Del mismo modo que la humanidad de Jesús es el sacramento de Dios, su presencia entre nosotros en el desvalido o el enfermo, es el sacramento de Cristo. Esto no nos puede escandalizar, sino todo lo contrario, reconocer la presencia de Cristo allí donde más se beneficia al ser humano, allí donde se cuida del hermano, allí donde el mal retrocede.

Esos signos mesiánicos que Jesús hace, y refiere a Juan,  estamos llamados a hacerlos ahora los cristianos, para ser así llegada de Cristo hoy. Si el cristiano ve a Cristo en el  prójimo necesitado,   el necesitado debe ver en el cristiano solidario y fraterno la presencia de Cristo que se acerca a él. Esto, no nos puede producir escándalo. Al contrario, nos da la alegría de una Bienaventuranza duradera.

¡Alegraos! ¿Qué alegría? Porque Dios viene en persona y os salvará.

La alegría ante la cercana venida del Señor es la característica propia de este domingo. Alegría porque Dios viene en persona y nos librará de todos nuestros males.  Isaías, el  Profeta del Adviento, a quien Jesús le gustaba recordar,  nos ofrece hoy una oda a la alegría, con una profecía que se cumple plenamente en Jesucristo curando  a los enfermos, resucitando a los muertos y anunciando a los pobres la Buena Nueva. Una Salvación como Liberación.

Esto significa para nosotros, que en medio de todas las crisis,  Adviento es un tiempo  de alivio.  Un tiempo para anunciar la Liberación, cuando las previsiones parezcan desastrosas.  Un renacer en la confianza, una alegría ante la belleza de la salvación, porque El Señor viene en persona y nos salva. Y de esta manera,  es también  un tiempo para llenar los vacíos de nuestro corazón.

Este Adviento en que vive el cristiano,  nos ayuda  a crecer en la alegría y el buen ánimo de la fe... Quien tiene esperanza en el Señor recibe el don de la alegría, que más que un sentimiento o estado de ánimo pasajero, es un don mesiánico y fruto del Espíritu Santo. Es laalegría del Señor y por el Señor. La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. (Papa Francisco).  El Papa nos invita a encontrar en la Palabra y los hechos de Jesús, una fuente de  alegría.

Un anuncio destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres en alegría. Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados. ¿Cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento?

Pensemos también  en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría  de creer, especialmente si son jóvenes y la buscan en vano donde es imposible encontrarla.

El camino de la alegría no es fácil. Hace falta trabajar para ser feliz.  La primera característica  de la alegría cristiana es descentrarse de uno mismo y poner en el centro a Jesús.  Nuestra alegría está llamada a ser una evangelización a los pobres, un amor, que en lo concreto, hace presente a Dios.

La felicidad que nos trae la Navidad se debe reflejar en obras concretas. ¿Qué acciones pueden fomentar la alegría del Señor en mi entorno?

Fray José Antonio Segovia O.P.
Real Convento de Santo Domingo de Scala Coeli

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