(18 de diciembre de 2022)
(Is 7, 10-14; Rom 1, 1-7; Mt 1, 14)
Mirad: la virgen está en cinta y da a luz un hijo (Is 7, 14). José, Hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer (Mt 1, 20).
Con la Navidad, ya a las puertas, la misa de este cuarto domingo nos deberá ayudar a intensificar la actitud de fe y de espera activa, preparando nuestro ánimo para celebrar las fiestas navideñas no sólo en su dimensión humana y familiar sino, sobre todo, cristiana, atendiendo al gran misterio que nos congrega en el templo. Los cantos, las lecturas y las oraciones invitan a ello. Concretamente, en las lecturas aparecen dos personajes entrañables: la Virgen María y su esposo José, que fueron las personas que mejor esperaron y celebraron la llegada de Dios a nuestra historia humana.
El profeta Isaías en el pasaje evangélico de hoy nos da el nombre de ese Dios que quiere venir a convivir con su pueblo. Se lo anuncia al rey Acaz, diciéndole que una mujer, una virgen, dará a luz un hijo cuyo nombre será Dios-con-nosotros (esto es lo que significa en hebreo el nombre Enmanuel). Es decir, que este nombre se convierte en la definición de la persona portadora del mismo y que refleja toda la profundidad de la Encarnación de Dios y que nos llena a todos de inmensa alegría. Ésta es la gran noticia que tuvo su realización ya hace dos mil veintidós años; y por ello todos los cristianos nos disponemos a celebrar la Navidad, como Dios quiere.
Por otra parte, también san Pablo en le segunda lectura nos asegura que Cristo Jesús, en cuanto hombre, ha nacido de la estirpe de David según la carne (Rom 1, 3). Y que viene para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles…, entre los que os encontráis también vosotros…, amados de Dios (Rom 1, 5-7). Además, en el pasaje evangélico de hoy san Mateo nos dice que lo que pasó en María fue el cumplimiento de la promesa profética, y repite el nombre de Enmanuel, como lo había llamado el profeta, si bien, José recibirá la orden de imponerle como el nombre de Jesús que quiere decir Dios salva.
La verdad es que por encima de las numerosas y tristes noticias de nuestra historia e incluso de las que ahora mismo nos están agobiando y por encima también de los aspectos más superficiales de las fiestas navideñas, los cristianos nos estamos disponiendo a celebrar que Dios ha querido entrar en nuestra historia, y que quiere permanecer con nosotros y que, sobre todo en estos días, quiere hacer más tangible lo que un día nos prometió: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos (M 28, 21). Esto es, sencillamente, la mejor fiesta que podemos imaginar.
Las lecturas de este domingo nos han hablado, muy especialmente de María, la madre en que se cumplirá la profecía de Isaías: la virgen da a luz un hijo (Is 7, 14). Ella es la nueva Eva, a la que alude el prefacio de este domingo; en él proclamaremos que “si del antiguo adversario nos vino la ruina, del seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz”. El recuerdo de la Virgen-Madre es muy oportuno para que terminemos bien el Adviento y celebramos con fe la Navidad. En estas fiestas miraremos a la Madre del Señor, nos alegraremos con ella y aprenderemos a acoger al Salvador con fe y amor. “Amando al prójimo –dice San Agustín- limpias tus ojos para ver a Dios” (In Jo., 17, 8).
Pero, además, hoy, junto con ella, encontramos a José, el humilde artesano, que nos da un ejemplo de actitud abierta hacia Dios y sus planes. José no entiende del todo el papel que Dios le asigna en la venida del Mesías. El evangelio nos ha contado sus dudas: no porque sospeche nada de María; él conoce o, al menos, intuye el misterio y que el hijo que va a tener María es obra de Dios y, humildemente, no queriendo usurpar una paternidad que ya sabe que es del Espíritu, quiere retirarse. No comprende que él pueda caber en los planes de Dios. Será el ángel enviado por Dios quien le asegure que sí cabe: él va a ser el esposo de María y esta condición certificará que el Mesías era de la dinastía de David.
Por todo ello, haremos bien en recordar y valorar en estas fiestas la actitud de José y no sólo acordándonos de él el día 19 de marzo o el primero de mayo, en la Fiesta del trabajo. En el Adviento, en la Navidad y en la Epifanía José está muy presente. Junto con María, también él es un modelo para nosotros, abierto a la Palabra de Dios y obediente a la misión que se le había confiado. No fue otra la intención de incluir su nombre en la Conmemoración de los Santos en la Plegaria Eucarística de la misa. Con todo esto, el IV Domingo del Adviento nos ayuda a entrar ya en el misterio de la Navidad.
Oremos. Señor, en el umbral de tu inminente venida, el gozo, el asombro y la alabanza llenan hoy nuestro corazón, como llenaban también el de san José, la figura silenciosa, pero elocuente del Adviento. Gracias por ello, Señor. Te pedimos que mantengas alerta nuestra fe en la oscuridad, porque ya está llegando Jesús, el Dios-con-nosotros.
Teófilo Viñas, O.S.A.
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