1.- “Alegría, alegría, alegría… alegría, alegría, y placer; esta noche nace el Niño en el portal de Belén”. Así comienza un villancico hispano y, en ese tono, estamos celebrando la liturgia de este domingo tercero de adviento. La alegría, porque un Niño nos va a nacer, será nuestro secreto, nuestra sonrisa, nuestra fortaleza en Navidad. Desde ahora, en este domingo, vislumbramos lo que acontece en Navidad. ¡Ojo! Que nadie sustituya ni nos robe la alegría cristiana derivándola hacia un puro sentimentalismo de luces, recuerdos y colores. ¿Ok?
Viene, Dios, a salvarnos. ¿Quién no se alegra cuando, en el incierto o negro horizonte, aparece una voz amiga o un rostro dispuesto a echar una mano?
Viene, Dios, y nuestras tristezas y llantos, tendrán un final. ¿Cómo no vamos a alegrarnos cuando, ante nosotros, se levanta todo un muro de incertidumbres, problemas, impaciencia o dificultades?
–Viene el Señor, y como canta un Himno litúrgico “Mas entonces me miras…y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche”.
–Domingo del regocijo. En el mundo, desgraciadamente, no abundan las buenas noticias. Para una que viene envuelta en alegría, surgen otras tantas que nos sobresaltan y nos hacen morder el polvo de nuestra realidad: queremos pero no podemos ser totalmente felices. Lo intentamos, pero con todo lo que tenemos ¡y mira que tenemos! nos cuesta labrar y conquistar un campo donde pueda convivir el hombre; vivir el pobre o superarse a mejor el ser humano.
Por ello mismo, la cercanía de Jesús nos infunde optimismo e ilusión. Todo queda empapado, si no permitimos que otros aspectos se impongan al sentido navideño, por el gusto del aniversario que se avecina: la aparición de Jesús en la tierra.
2. ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor- cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros haga más profunda y sincera nuestra oración.
Este Domingo de la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre.
Amigos: ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales. ¿Seremos capaces de ofrecerle a un Dios humillado y humanado, el regalo de nuestra alegría por tenerle entre nosotros? ¿No canta un viejo adagio aquello de “a un amigo agasájale sobre todo con la alegría de tu corazón”? ¿No es Jesús un amigo dispuesto a compartirlo todo con nosotros?
Que nosotros, ya desde ahora, celebremos, gocemos, saboreemos y nos alegremos del gran banquete del amor que, en tosca madera y por el Padre Dios, va a ser servido en un humilde portal.
Desde ahora, amigos, disfrutemos y gocemos con nuestra salvación. Y, como Juan, ojala que a esa gran alegría, por ser los amigos de Jesús, respondamos –más que con palabras- con nuestras obras. Es decir, con nuestra vida.
¡ALEGRÍA! ¡OJO CON LOS “CARAS-VINAGRES” DE LOS CUALES NOS PREVENÍA EL PAPA FRANCISCO!
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