El mes de noviembre es siempre un mes dedicado a recordar de forma especial a nuestros difuntos. Hace algo más de una semana celebrábamos la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, después de celebrar el día anterior la solemnidad de Todos los Santos. Las lecturas de este domingo, en el que celebramos además el día de la Iglesia diocesana, nos hablan precisamente de la resurrección y de la vida que Dios nos ha prometido.
1. No es Dios de muertos, sino de vivos. En el Evangelio escuchamos la pregunta “trampa” que le hacen unos saduceos a Jesús. Cabe recordar que los saduceos eran un grupo de judíos que no creían en la resurrección de los muertos. Ante esta pregunta de los saduceos, con la que pretenden tomar a Jesús, éste responde que tras la muerte nos espera una resurrección para la vida. Esta es la fe de los cristianos: que la muerte no es más que una puerta que nos hace salir de este mundo para llevarnos al mundo futuro. En esta vida después de la muerte, Dios nos espera con los brazos abiertos, pues es un Dios que ama la vida y que quiere que todos los hombres vivan.
Esta vida eterna es un regalo de Dios, pero para llegar a ella es necesario vivir aquí en la tierra unidos a Dios, para participar así un día de su gloria, como lo están haciendo ya los santos, aquellos amigos de Dios aquí en la tierra que, tras la muerte, has ido a gozar de la presencia de Dios. EN la primera lectura, del libro de los Macabeos, encontramos unos textos preciosos sobre la vida eterna. Aquellos hermanos, junto con su madre, que son condenados a morir por mantenerse fieles a su fe judía, esperan con firmeza la resurrección después de la muerte. Así, por ejemplo, el segundo hijo en morir, antes de sufrir el martirio afirma: “cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Y el cuarto de los hermanos habla también de una resurrección para la vida para aquellos que han sido fieles a Dios: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucite. Tú en cambio no resucitarás para la vida”.2. El Señor que es fiel os dará fuerzas. Es asombroso ver la firmeza y la fidelidad a Dios de aquellos hermanos que mueren por su fe. A lo largo de la historia hemos conocido a una gran multitud de personas capaces de dar su vida por Dios, pues saben que Dios les resucitará para la vida. Así lo esperamos apoyados en nuestra fe en Jesucristo, muerto y resucitado. San Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses que escuchamos hoy en la segunda lectura, anima a sus lectores recordándoles que Dios nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Por ello, nos da fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Ante las dificultades que están sufriendo los primeros cristianos, como lo sufrieron antes los hermanos macabeos, san Pablo anima a permanecer fieles a Dios y a su Hijo Jesucristo, pues Él es fiel y nos dará fuerzas y nos librará del malo. Nuestra fortaleza está pues en Dios, que es fiel, y que nos anima en nuestras luchas diarias. Ni tan siquiera la muerte nos da miedo, pues Dios es un Dios de vivos, y su Hijo Jesucristo ha vencido a la muerte con la resurrección. Por tanto, nuestra fe y la esperanza cristiana nos aseguran una vida futura que hemos de ir preparando ya en esta vida por medio de las buenas obras. Para ello el Señor, que es fiel, nos da las fuerzas que necesitamos.
3. Día de la Iglesia diocesana. En este domingo celebramos además el día de la Iglesia diocesana. Todos nosotros pertenecemos a una diócesis, que es la Iglesia que peregrina en nuestra tierra más cercana. Bajo la guía y el pastoreo de nuestro obispo, cada uno formamos parte de esta gran familia que es nuestra Iglesia diocesana. Todos somos miembros de ella por el sacramento de bautismo. En la Iglesia diocesana encontramos todo lo que necesitamos para vivir nuestra fe, para formarnos y para celebrar juntos. Por ello, en este día de forma especial recordamos a nuestra Iglesia diocesana, rezamos especialmente por nuestro obispo, por el presbiterio de nuestra diócesis, por todos los grupos, comunidades y asociaciones que en el día a día de la vida diocesana siguen trabajando por la evangelización y por el crecimiento de nuestra fe. Precisamente porque es nuestra familia, la Iglesia diocesana también necesita de nuestra ayuda. Hoy puede ser un buen día para proponernos ayudar de algún modo en las diversas necesidades que pueda tener nuestra diócesis. Así, juntos seguiremos creciendo en nuestro camino hacia la vida eterna que Dios nos ha prometido, dejándonos guiar por Él y pidiéndole las fuerzas que necesitamos para hacer las buenas obras que son el furto de nuestra fe.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección de Cristo. Éste es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Dios nos llama a la vida eterna. Sin miedo, después de celebrar hoy la Eucaristía, salgamos dispuestos a dejarnos llevar por Dios en las buenas obras y con la esperanza de heredar un día la Gloria que nos ha prometido.
Francisco Javier Colomina Campos
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