18 noviembre 2022

Reflexión domingo 20 de noviembre: DISFRAZADO DE REY

 DISFRAZADO DE REY

Por Gustavo Vélez, mxy

1.- “Había encima de la cruz del Señor un letrero, en escritura griega, latina y hebrea: Este es el rey de los judíos”. San Lucas, Cáp. 23. En asunto de reyes, hay que decirlo, andamos mal. Apenas quedan los del naipe y uno que otro, que ejerce como figura decorativa sin atribuciones de gobernante. Entonces decir que Cristo es Rey equivale, de entrada, a un hermoso anacronismo. Habría que explicar a muchos creyentes de hoy qué es un trono, un cetro, una corona. Habría que insistir que la Iglesia no puede reclamar poder político, militar, o económico. Lo suyo es un poder espiritual, que ha de entenderse a la luz del Evangelio.

Los judíos acusaron a Jesús ante el procurador romano, de levantar al pueblo contra el César, proclamándose rey. Aunque el Señor tuvo oportunidad de aclarar: “Mi reino no es de este mundo”. Si así lo fuera, “mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos”. Sin embargo su sentencia de muerte, escrita en una tablilla sobre la cruz, declaraba en tres idiomas a toda Jerusalén: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”.

2.- Después del próspero reinado de Salomón, el pueblo escogido vivió en la nostalgia de un Mesías, que reviviera esos tiempos felices. Luego, los primeros cristianos miraron a su profeta crucificado como el Señor, superior al César de Roma. Y hacia el siglo cuarto, el arte bizantino nos presentó al Maestro, revestido de características reales, más cercano en verdad a Constantino que a Jesús de Nazaret. Todo esto produjo una teología sobre Cristo, Rey del Universo. Algo que ha de entenderse dentro de sus justas medidas.

No es Jesucristo émulo de Clodoveo, de Carlo Magno, de aquellos reyes de la Edad Media o del Renacimiento. Simplemente es el Hijo de Dios. Segunda Persona de la Santísima Trinidad, dijeron los padres de la Iglesia en los primeros concilios. De otra parte si el amor pudiera medirse, y los reyes se eligieran por concurso de amor, Jesús tiene las de ganar en todo tiempo. Sin embargo, conviene no olvidar la respuesta del Señor a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo”.

3.- Uno de los condenados junto al Maestro, allá en el Gólgota, comprendió su condición de rey. Leyó quizás, con sus ojos nublados de agonía, la tablilla que habían puesto sobre la cruz del Señor. Pero su corazón fue más allá, e intuyó quién era su vecino moribundo. Por esto le suplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Rey éste disfrazado de extraña manera: Cubierto de sangre, clavado de pies y manos, coronado de espinas. Pero ese crucificado poseía las llaves del Cielo. Por lo cual no duda en prometer al buen ladrón: “Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

4.- Los cristianos de hoy afirmamos entonces que Él es rey. Y lo hacemos no sólo desde esquemas teológicos, sino con el lenguaje de la vida: Jesús es rey de nuestros amores y pensares. A quien referimos cada día nuestro hacer y nuestro acontecer. A quien reconocemos como dueño de la historia. A quien comprendemos como vencedor del pecado y de la muerte. A quien rogamos nos recuerde, con aquella humildad del buen ladrón. Seguros de su poder, que nos invita a compartir el paraíso.

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