16 noviembre 2022

Reflexión domingo 20 de noviembre: VENGA A NOSOTROS TU REINO, SEÑOR

 VENGA A NOSOTROS TU REINO, SEÑOR

Por Gabriel González del Estal

1.- Es el último domingo del tiempo ordinario. El Papa Pío XI, en 1925, instituyó una fiesta y quiso que se llamara Fiesta de Cristo Rey. Se celebraba el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos. En la mente y en la intención de Pío XI se podía entrever un último sueño de cristiandad. En la encíclica Quas primas se decía que ante el avance del ateismo y de la secularización de la sociedad todos los hombres deberían reconocer la soberana autoridad de Cristo. En la oración rezábamos para que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado se sometan al suavísimo imperio del reino de Cristo. Quería el papa que todos los pueblos reconocieran a Cristo como rey y le prestaran la obediencia que, tal como entonces se entendía, se debía prestar al rey de cualquier país o nación. El Papa, con la mejor de las intenciones y con no poco optimismo, abogaba por gobiernos confesionales y católicos, en los que la autoridad de Cristo y del evangelio no fuera discutida. En 1970, el Papa Pablo VI cambió el título de la fiesta, que comenzó a llamarse fiesta de Jesucristo, rey del universo y se debía celebrar el último domingo del año litúrgico. Se cambió parte de la oración, en que ahora se dice: que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Ahora, en 2007, nuestros reyes no tienen la autoridad y el poder que tenían hace un siglo y la mayor parte de los ciudadanos preferimos que el rey reine, pero que no gobierne. Hoy, en esta fiesta, los cristianos queremos, y así se lo pedimos a Dios, que Cristo reine en el universo, es decir, en los corazones y en las vidas de todas las personas, sin olvidar que somos nosotros, las personas, las que debemos gobernar este mundo social y político en el que nos ha tocado vivir. Creemos que esta es la voluntad de Cristo, nuestro modelo, que no quiso hacer de este mundo su reino. En este sentido, le pedimos todos los días a Dios, en el Padrenuestro, que venga a nosotros su reino.

2. Nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al REINO de su Hijo querido. Nos ha sacado de las tinieblas, es decir, de la ignorancia, del pecado, del mal, para trasladarnos a un reino de luz, de redención, de perdón. Todo esto lo ha hecho por su sangre, es decir, desde la aceptación de la cruz, del dolor, del fracaso humano. Lo ha hecho con amor y por amor, con amor al Padre y por amor de los hermanos, por amor a nosotros, pecadores. Por este Cristo, que muere crucificado por amor, Dios nos introduce en un reino donde podamos vivir reconciliados todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz. Un bello mensaje para todos los hombres de buena voluntad: que podamos vivir reconciliados todos los seres, las personas y los animales, el agua y las plantas, el aire y la luz, las playas y las fábricas.

3.- Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Son palabras que leemos en el prefacio de este domingo. Es difícil encontrar palabras más justas y certeras para describir el reino que quiere poner en marcha nuestro Rey. De acuerdo con estos objetivos que nos marca nuestro Rey, cada uno de nosotros deberemos gobernar nuestra casa y, todos juntos, gobernar nuestra nación y nuestro mundo. Un reino así puede ser un reino eterno y universal, porque vale para los hombres de cualquier tiempo y país, para todas las personas que defiendan la vida, la justicia, el amor y la paz, es decir, la verdad, la santidad y la gracia. ¡Que los cristianos seamos los primeros en anunciar este reino y en ponerlo en práctica con nuestro comportamiento de cada día!

4.- A otros ha salvado, que se salve a sí mismo. Ni los judíos, ni los soldados romanos estaban entendiendo el lenguaje que desde la cruz estaba hablando nuestro rey. Él no trataba de salvar su vida corporal, sino que estaba dispuesto a entregarla para salvar así la vida espiritual de todos los demás. Él siempre había estado dispuesto a salvar vidas, a curar a los enfermos, a acoger a los pecadores, a defender y a dar dignidad a los marginados, pero sabía muy bien que él era ahora el grano de trigo que necesita morir para poder alimentarnos a todos con su pan. Desde el trono de su cruz Cristo nos ha prometido a todos nosotros, pecadores, que si sabemos confesarle y seguirle estaremos después con él y para siempre en el paraíso. Ese es el objetivo y el deseo supremo de nuestro rey. Este es el reinado que todos los días pedimos que venga a cada uno de nosotros.

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