“VIVIR SIEMPRE ALEGRES”
Por José Maria Maruri, SJ
1.- En todos los tiempos ha habido la tentación de predecir la fecha del fin del mundo. Hasta san Pablo se pasó un poquito y como resultado aparecieron esos vagos que no trabajaban y vivían a costa de otros porque consideraban que ya no merecía la pena esforzarse por nada.
Los de la Tercer Edad, que estamos aquí, que estamos aquí, recordamos que en nuestros días jóvenes se profetizó el fin inmediato del mundo y no debió suceder porque estamos aquí nosotros.
Ahora mismo, echando una mirada a nuestro alrededor podríamos ver la proximidad las señales de esa proximidad en la guerra de Iraq o en la de Afganistán o en el mar bravo que ha destrozado las recientemente costas valencianas y alicantinas. E igual pasó años atrás con los terremotos, como el de San Francisco o en las persecuciones de ahora o siempre, como cuando en noviembre de 1989 asesinaron a unos jesuitas en el Salvador por su dedicación a los pobres. Y que decir, también, de toda energía atómica esparcida, aún, por arsenales de bombas o, incluso, en las centrales eléctricas, que pueden acabar con todo en un pequeño descuido.
Sólo Jesús nos dice que: “El final no vendrá enseguida” y en otra parte acalla la curiosidad de sus discípulos el cuándo diciéndoles que eso ni el Hijo del Hombre lo sabe. Las celebres profecías de Malaquías sobre los Papas nos dan como término solamente el reinado del Papa anterior, Juan Pablo II y el siguiente, Pedro II, el último. Pero ahí Benedicto XVI quien, que yo sepa, no se llama Pedro.
2.- Y ante la posibilidad de algo que no sabemos que va a ser, ni como va a ser, ¿tendremos que vivir con caras largas como imágenes del Greco? Es notable que un domingo como este la oración de la misa pide “vivir siempre alegres”, que es un eco de las palabras del Pablo: “alegraos siempre en el Señor, y os lo vuelvo a decir alegraos, porque el Señor está cerca.
Esas convulsiones de la sociedad y de la naturaleza no anuncian más que la venida gloriosa del Señor ante todos nosotros, la Parusía. Es el traqueteo del tren, el acoplamiento del convoy al dar a luz un mundo nuevo, un orden nuevo, una sociedad nueva, donde no habrá muerte ni dolor.
--como de las ruinas de Nagasaki y Hiroshima nacieron dos ciudades modernas, flamantes, modernas nuevas.
--como del grano de trigo podrido en el surco nace la espiga.
--como del gusano de seda nace la mariposa
--como de la bola de fuego que fue la Tierra nacieron ríos, montes y valles
--un nuevo mundo en que el odio se convierte en amor. La duda en verdad. La discordia en paz. El dolor en placer. La desesperanza en esperanza cumplida. La tristeza en alegría.
3.- “Alegraos, el Señor esta cerca”. Esta cerca el momento del encuentro definitivo de cada uno de nosotros con el Señor. Cuántos de esos seres queridos que convivieron con nosotros ya han llegado con el encuentro del Señor.
--El momento está cerca, el glorioso momento de conocer al Señor cara a cara, de ver la luz en su rostro. Es decir la sonrisa cariñosa del Señor sobre nosotros.
--El momento está cerca de que esa luz del Señor saque a flote lo que ya llevamos dentro de nuestro corazón, que se manifieste lo que somos: hijos verdaderos del Señor. Que nos invada esa vida eterna que llevamos dentro de nuestro corazón. Que se manifieste lo que somos, hijos verdaderos del Señor, que nos invada esa vida eterna que llevamos contenida en nosotros, vida eterna que nos da la Fe y la Eucaristía: “El que cree en Mí tiene vida eterna”. “El que come mi carne tiene vida eterna.
Vivamos alegres nuestra vida ordinaria. Perseverad porque el Señor esta cerca, muy cerca de cada uno de nosotros.
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