Estamos en el segundo domingo de Adviento. Llevamos varios días atiborrados de la propaganda que nos llega a través de los muchos medios de comunicación que trata de informarnos y persuadirnos sobre lo que debemos consumir para celebrar bien la Navidad. Nada tiene que ver esta invitación y machaqueo con lo que acabamos de escuchar en el evangelio. Juan el Bautista, nos dice cosas muy distintas. Su voz, desde el desierto, llegaba a todos los rincones, y a él acudía toda la gente de Jerusalén (v.5) y a cada cual le decía lo que tenía que hacer para enderezar su conducta. Juan no solo anuncia el reino, sino que advierte sobre la correcta disposición para recibirlo, que es el arrepentimiento.
La voz de Juan el Bautista resuena también hoy en nuestra celebración eucarística. Su mensaje: ¡Convertíos!, recobra su actualidad y nos obliga a mirar hacia dentro y a preguntarnos: ¿Qué tengo que hacer, de qué tengo que convertirme? La verdadera conversión nos lleva a la raíz, a lo profundo de nuestro ser para encontrar al Dios que viene. El sendero de la conversión no se traza sobre el terreno, sino en el corazón de cada persona; no se traza en el desierto, sino en la propia vida.La conversión para Juan, con palabras metafóricas, consistía en preparar los caminos del Señor, allanar los senderos. En el interior de cada uno, pese a las muchas cosas buenas que tenemos, hay zonas de sombra: Hay soberbia –siempre tengo razón–, hay rencor que me impide perdonar, hay egoísmo que me hace ir «a lo mío», hay heridas que no tengo cerradas, hay tristeza que nunca se marcha, hay una vivencia religiosa aletargada… Y es de lo que tenemos que convertirnos y cambiar.
A veces pensamos que, por la sola presencia en la iglesia, o por la lectura de la palabra podemos sentirnos seguros y que nuestra vida está en orden. Si nos fijamos atentamente en la lectura del evangelio que hemos escuchado, muchos de los que acudían a escuchar a Juan eran gente religiosa, probablemente gente muy piadosa. Pero Juan Bautista no tiene pelos en la lengua y a cada cual le canta las cuarenta y le dice lo que tiene que oír: También necesitáis conversión. No os hagáis ilusiones pensando: «Tenemos por padre a Abrahán» (v.9).Los judíos creían que simplemente por el hecho de ser judíos, sin nada más que hacer, estaban a salvo de la ira venidera. Si le dais la espalda a Dios, les dice, no os libraréis del juicio. Tienen que producir frutos buenos para mostrar su identidad. Utiliza la imagen del árbol talado y echado al fuego por no dar buen fruto, la del bautismo con Espíritu y fuego y la del grano que se separa de la paja mediante el bieldo. Juan les advierte que no les va a servir de nada alegar que tienen por padre en la fe a Abraham, la fe no se hereda, cada uno tiene que asumir su cuota de responsabilidad y decisión. No es a través de lo que hicieron nuestros padres, o la religión que profesamos cómo alcanzaremos la salvación; la salvación es personal. Por este motivo, Juan acude a la metáfora de la siega. No es a través de la religión cómo escaparemos del juicio divino, pues cada uno dará cuenta de sus propios pecados. Si no hay arrepentimiento, seremos como los árboles que no dan fruto y son cortados y echados al fuego. Las palabras de Juan el Bautista, cargado defrescura, nos viene a decir que no nos contentemos con vivir a medias, que revisemos nuestra fe, y que asumamos nuestra responsabilidad en hacer llegar a Cristo al mundo.
Aprovechemos este tiempo de Adviento, tratemos de prepararnos para la Navidad como nos lo pide el Bautista y veremos qué es lo que vale la pena, si seguir la voz del Señor o dejarnos embaucar por tantas sirenas que nos ofrecen la felicidad.
Vicente Martín, OSA
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