DOMINGO 34 DEL T. ORDINARIO /C-
EL REY QUE HIZO SIERVO
Javier Leoz
1.- Hemos asistido al despliegue, a lo largo de estos últimos doce meses, de la Palabra de Jesús: meditando su vida, saboreando sus hechos y contemplando sus milagros. ¿Somos conscientes de a quién seguimos y por qué le seguimos? Después de estas vivencias con dos palabras lo podemos resumir y transmitir: ¡Cristo es nuestro Rey!
Cristo es el colofón de nuestro viaje aunque, sus esquemas, no sean el “todo” de nuestra vida y, mucho menos, no hagamos de ella un reino con los parámetros de su peculiar formar de entender la autoridad, el servicio, el amor, etc.
2. -Cuando se acerca el tiempo litúrgico de Adviento me viene a la memoria aquella sugerente leyenda:
En cierta ocasión un rey decidió, por sí mismo, descender de sus palacios para ver cómo vivía su pueblo. La corte que le rodeaba, insistentemente, se empeñaba en informarle con variados intereses que todo estaba bien. Pero el rey, una noche, se
escapó del palacio real, disfrazado de pordiosero y empezó a recorrer las calles y las plazas de sus súbditos.
Al llegar a una casa, además de lamentos, escuchó que no había pan para la numerosa familia. Y, siguiendo más adelante, comprobó que una muchedumbre, se burlaba de los más desgraciados y de aquellos otros a los que la buena suerte no
les había acompañado en la vida. Para más sorpresa y estupor del monarca le hicieron saber que, en aquellos aledaños del castillo, existía hambre, miseria, soledades, tristeza e injusticias. Por ello mismo, durante un largo tiempo, decidió quedarse para compartir y combatir aquella misma suerte de los que consideraba sus hijos. Solo después, aquel pueblo que se sintió acompañado por aquel rey humillado, gritó con voz potente: ¡Este si que es nuestro Rey!
3. - Jesús, ni más ni menos, es aquel Dios que se ha compartido nuestro mismo vestido de humanidad sufriendo y gozando con nosotros el día a día. Es aquel que ha estado durante este pasado año en medio de nosotros animándonos y mostrándonos el camino que conduce a la auténtica felicidad.
**Jesús, simplemente Jesús, es aquel que nos ha invitado –domingo tras domingo y día tras día- a entender las cosas de Dios desde la verdad y con la fuerza de la verdad.
**Jesús, sólo Jesús, es aquel que nos ha ayudado a descifrar misterios, dudas, batallas y sufrimientos que, a la luz de Dios, recobran una dimensión nueva.
4.- Ciertamente, Jesucristo, es aquel original y desconcertante rey que sin meter mucho ruido se ha colado en nuestras casas, corazones y hasta en nuestra misma iglesia:
**para que sepamos que no andamos solos.
**que nuestras fatigas son sus cansancios;
**que nuestras cruces son astillas de aquella otra gigantesca que El llevó
**podemos contar con El para enfrentarnos a un mundo donde se vive como reyes pero donde se muere como pobres por no haber sido siervos.
Llega el Adviento y, no puede ser de otra manera, lo hemos de comenzar con el convencimiento firme y sereno de que Jesús es quien mejor puede regir y dirigir los destinos del mundo. Sin El estamos llamados a un viaje sin retorno.
Necesitamos, hoy más que nunca, de un punto de referencia para el rearme moral y ético de nuestro mundo basado en la verdad, la vida, la justicia, la santidad, la gracia, el amor y la paz.
No hay peor cosa que el vasallo que juega a ser rey, o una familia descabezada.
¡Cuántos de los que nos rodean, hablan, dictan, gobiernan, dicen y legislan viven muy lejos los auténticos problemas del pueblo haciendo sufrir a sus súbditos!
¿Jesucristo Rey? ¡Por supuesto! Y hoy más que nunca. Es quien mejor nos conoce, quién mejor nos gobierna y quien mejor nos orienta para no arrodillarnos sino es sólo y exclusivamente ante Dios.
¡OH CRISTO, TÚ ERES MI REY!
Dame un corazón abierto y magnánimo para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero centinela tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: consciente de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.
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