DE LA ABUNDANCIA DEL CORAZÓN
Por Gustavo Vélez, mxy
1.- “Dijo Jesús esta parábola por algunos, que teniéndose por justos, despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar”. San Lucas, Cáp. 18. “De la abundancia del corazón habla la boca”. Un principio de ayer y de siempre. En consecuencia, la manera de orar también revela de forma inconfundible, quiénes somos. El Señor Jesús se dirigió una vez a “aquellos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”, con esta parábola donde actúan dos personajes claves de su tiempo: Un fariseo, dechado de virtudes entre su grupo y un publicano, prototipo de pecadores. Ambos suben al templo para orar: El fariseo lo hace de pie, lo cual no indica vanidad, pues los judíos rezaban levantando los ojos y las manos al cielo. Y ha iniciado de forma laudable su plegaria: “Te doy gracias, Señor”. Pero enseguida se resbala. No agradece los beneficios de Yahvé, sino sus personales atributos. Declama en su panegírico: “Yo no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros”. Y le llega de perlas la ocasión, al divisar allá abajo a un cobrador de impuestos: “Ni tampoco como ese publicano”.
2.- Y así prosigue: “Ayuno dos veces por semana”. La Ley apenas ordenaba ayunar el día de la Expiación, o Yom Kippur, pero este prohombre lo hace todos los lunes y los jueves. La Ley exigía el diezmo del ganado, del trigo, el vino y el aceite. Pero los fariseos ofrendaban también la décima parte de la menta, el anís y el comino. La oración de este hombre perfecto mantiene a Dios en un segundo plano. Lo importante es él mismo: Yo agradezco, yo no soy, yo ayuno, yo pago. Parece exagerado el relato de Jesús, pero el Talmud lo confirma. Rabí Simeón Yokay decía: “Si hay en el mundo solamente dos justos, somos yo y mi hijo. Si no hay más que uno, ese soy yo”.
3.- El otro personaje de la parábola es un publicano. Ora también, pero su actitud es muy distinta. Se ha quedado a las puertas del templo, tratando de esquivar las miradas de quienes lo conocen por su oficio. No levanta los ojos al cielo, ni tampoco las manos, donde sólo podría presentar sus pecados.
A estos alcabaleros que financiaban la permanencia en Palestina de las tropas romanas se les tenía por traidores. Se excedían además en los cobros, a fuerza de amenazas. Por lo tanto, al decir publicanos se decía a la par pecadores. El recaudador se golpea el pecho y apenas alcanza a balbucir: “Oh Dios, ten compasión de mí”: La frase inicial del salmo 50, cuyos versos continuaría quizás en voz baja.
4.- Y Jesús concluye su enseñanza con un severo dictamen sobre estos dos estilos de oración: “Yo os digo que éste – es decir el publicano – bajó justificado a su casa y aquél no”. La palabra de Jesús nos toca el alma y de modo instintivo, buscamos situarnos junto al publicano. ¿Pero sí seremos tan pecadores? Nos acercamos entonces al fariseo. Sin embargo, ¿será tan grande nuestra petulancia? Por lo cual comprendemos enseguida: Lo que cuenta para Dios no es el número o la calidad de los pecados, sino la fuerza del amor y la firmeza de nuestra confianza.
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