29 octubre 2022

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (Ciclo C) (30 de octubre de 2022)

 Sb 11,22-12,2: Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres; Sal 144: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey; 2Tes 1,11-2,2: El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él; Lc 19, 1-10: El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

El tema central de las lecturas de hoy es que Dios quiere salvar a todos, también a los “perdidos”, o sea, nosotros. Pero antes de pasar a dicha cuestión es bueno detenernos en los contenidos de la primera lectura del libro de la Sabiduría. El pasaje que se nos ha proclamado viene precedido de una catequesis sobre el éxodo y la travesía del desierto en la que se explica que Dios no aniquiló a los egipcios (pudiendo haberlo hecho) en vista a su posible conversión; Dios no aniquila, sino que corrige y trata de convertir a los hombres. De igual forma procedió con el pueblo de Israel en su travesía por el desierto. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia (v. 23a).

La lectura de hoy arranca con una alusión a la pequeñez del mundo (como un grano en la balanza, gota de rocío) frente al poder divino, seguida de dos afirmaciones. La primera, ya comentada, es que Dios pasa por alto los pecados en espera del arrepentimiento; en segundo lugar, no aborrece nada de lo que creó.

Es decir, la creación en su conjunto es buena, pues, de lo contrario, no lo habría creado. Ahonda luego en esta idea. Lo que existe permanece en el ser gracias al amor de Dios y su plan de salvación. Es una afirmación metafísica hondamente cristiana. Lo que existe se mantiene por Dios. Nada de lo que hay tiene en sí la razón de su existencia; y aún hay más, Dios lo mantiene en el ser. Ante esta presencia poderosa de Dios para dar la existencia y mantener en el ser, nos podemos preguntar, ante el imperio del mal, si no sería mejor que Dios lo dejase caer en la nada. La respuesta ya se dio en el relato del diluvio. Dios es indulgente y amigo de la vida, permite el mal porque no puede impedir que seamos nosotros mismos y podamos amarle libremente. No le da igual: “corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado”. Es decir, Dios nos va conduciendo, por caminos que a veces desconocemos, con su mano providente. Nos quiere, por eso mantiene en la existencia todo lo que hay; y a nosotros, sus hijos, nos corrige por distintos caminos para llevarlos al bien sumo que es Él. Estas ideas profundas no son para tenerlas a diario rondando nuestras cabezas; pero deben estar ahí, como en un lugar de nuestra mente para que podamos recurrir el momento oportuno.

Por su parte, el evangelio es uno de los últimos pasajes en el camino de Jesucristo hacia Jerusalén. En concreto, el encuentro con Zaqueo tiene lugar en la ciudad de Jericó, ya muy cerca de su destino y la siguiente parábola, de los talentos, cuando ya estaba casi entrando en Jerusalén y se acercaba a la hora definitiva. En el Evangelio de hoy nos encontramos a un Jesucristo que vuelve a mostrarse como amigo y redentor de los pecadores. Zaqueo es jefe de publicanos en Jericó, trabaja al servicio de Roma, ganándose la vida con una labor económicamente muy provechosa pero despreciada por sus correligionarios.

No sabemos la razón por la que Zaqueo quiere ver a Jesús, podría ser incluso simple curiosidad. Sabiéndose despreciado por su profesión seguramente no quiere entrar en alguna de las casas que Jesucristo visita. Sea como fuera, Jesús le mira, le llama por su nombre y dice que quiere entrar en su casa. Lo que para Zaqueo es causa de enorme alegría, para otros es motivo de escándalo, a saber, que Jesucristo se hospede en la casa de un pecador.

Sin que Jesús le diga nada, simplemente por la gratitud que tiene ante la visita inesperada y la influencia de su persona, tiene lugar una transformación del alma del publicano, expresada en el desapego frente a las riquezas. Jesucristo no le critica por su profesión ni le acusa de injusticia alguna, sino que sale de dentro de Zaqueo una vez que se encuentra con Jesucristo. El desapego de las riquezas es un tema frecuente en Lucas y prueba de la autenticidad de su conversión. Desprenderse de la mitad de sus bienes en favor de los pobres es muchísimo más de lo que los rabinos de entonces consideraban una limosna voluntaria para los pobres. También devolver cuatro veces lo que hubiera obtenido injustamente va mucho más allá de lo exigido por la ley. Todo eso es prueba de la gran transformación interior del publicano.

Manifestada esta intención por parte de Zaqueo Jesucristo dice: “hoy ha llegado la salvación a esta casa… el hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”. Esta afirmación no hay que entenderla por Jesucristo dirigida a Zaqueo, sino a aquellos que estaban murmurando porque había entrado a hospedarse en casa del que consideraban pecador. No hay ningún signo que nos haga pensar que Zaqueo se desprende de sus bienes para cambiar la opinión de los que le acusan de pecador, no lo iba a conseguir tampoco de esa manera. Es fruto genuino y sincero de su encuentro con Jesucristo, que le hace poner el centro de sus intereses en otras cosas que no son el dinero. Lo que dice Jesucristo con su respuesta es que Zaqueo también es hijo de Abraham y, por lo tanto, tiene el mismo derecho a recibir la redención que cualquier otro israelita. Cuando Jesús dice que la salvación ha llegado a la casa de Zaqueo se refiere al hecho mismo de la visita de Jesucristo, y no una consecuencia de su conversión. La conversión no es la causa de la salvación que ha llegado a la casa sino que la visita de Jesús, su presencia, es la causa de la conversión. Esta ha sido la consecuencia.

Finalmente, Jesucristo reafirma el carácter de su misión: ha venido a buscar expresamente lo perdido y devolverlo al camino de la salvación. Es una frase y una idea que repite el Evangelio en más pasajes, era una idea que expresó Jesucristo y que ejemplificó en casos como los de Zaqueo.

También Jesucristo está pidiendo hospedarse en nuestra casa. Nos mira a los ojos, nos llama por nuestro nombre y nos dice que quiere venir a habitar en nosotros. Si nos bajamos del árbol de nuestra soberbia y auto-justificación, si le acogemos con humilde alegría en nuestra vida, se producirá nuestra conversión, daremos frutos concretos como la limosna de Zaqueo.

En la eucaristía Jesucristo también sale a nuestro encuentro, en la Palabra, queriendo penetrar en nuestra mente y nuestros corazones; en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, repartidos como alimento para el camino. Abramos nuestro corazón para acogerle, vivir su presencia con alegría y dar frutos de conversión. De ese modo el nombre de Jesús será glorificado en nosotros y nosotros en él (1Tes 1, 12).

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