Son muchas las personas adultas que, en un momento dado, piensan: “No puedo con mi vida”. No se trata de una frase hecha que decimos tras unos días de más o menos trabajo y agobio. Es un sentimiento más profundo y más serio, por la certeza de haber llegado a un punto en el que no se ve futuro. Unas veces se debe a circunstancias externas más o menos repentinas (crisis económica, ruptura de relaciones, enfermedades graves…) que rompen todos los proyectos. Pero otras veces ese sentimiento surge al constatar que, durante muchos años, ha habido una serie de decisiones y actitudes tomadas de forma irreflexiva, que nos han ido metiendo en ese callejón sin salida.
Las personas no tenemos nuestra vida planificada de antemano; debemos ir escogiendo, con libertad, el camino que queremos seguir, y somos responsables de las decisiones que tomemos. Por eso la Palabra de Dios de este domingo nos invita a la reflexión, a pensar las cosas antes de hacerlas, para poder tomar una decisión lo más adecuada posible: ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Porque la falta de reflexión a la hora de tomar decisiones tiene consecuencias negativas: no terminar el proyecto de vida, la derrota y el fracaso… y sentir que ya “no puedo con mi vida”.
Y es cierto que no podemos tener nuestra vida totalmente planificada y controlada, menos aún en esta época de cambio y de transformaciones aceleradas en todos los ámbitos. Pero el Señor nos acompaña en nuestro proceso de reflexión y discernimiento para que “podamos con nuestra vida”. Él se nos ofrece como el Camino, la Verdad y la Vida (cfr. Jn 14, 6) y nos invita a que tomemos libremente y responsablemente la decisión de seguirle, recordándonos las exigencias de su seguimiento, para que no tomemos la decisión a la ligera y luego sintamos que ya no podemos con nuestra vida: Si alguno viene a mí y no pospone a su padre… e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Posponer no es rechazar ni abandonar, es dejar de hacer algo momentáneamente, con la intención de retomarlo más adelante. ¿Estoy dispuesto a posponer asuntos familiares, laborales, intereses personales… por seguir a Jesús como discípulo suyo? ¿Qué me cuesta más?
Seguramente seremos capaces de posponer muchas cosas para seguir a Jesús, pero no es suficiente:
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. ¿Estoy dispuesto a cargar con mi cruz cada día? ¿Qué o quién conforma esa cruz? ¿Acepto la “cruz” que supone seguir a Jesús?
Cargar con la propia cruz y con la cruz que conlleva ser discípulos de Jesús ya cuesta mucho más, sería muy humano echarnos atrás, pero nos quedaríamos como la torre del Evangelio: sin terminar.
Pero Jesús lo que quiere es que “podamos con nuestra vida” y podamos “terminarla”. Por eso nos dice: Todo aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. No se trata de vivir en la pobreza, pero quizá parte de ese sentimiento de que “no puedo con mi vida” viene porque he dado a mis “bienes” (en su sentido más amplio) un espacio demasiado amplio, ocupando incluso el lugar de Dios; les he dado excesiva importancia y llega un momento en que “me pesan”. ¿Estoy dispuesto a “renunciar” a todo lo que me estorba e impide seguir a Jesús como discípulo suyo?
¿He experimentado que ya “no puedo con mi vida”? ¿A qué creo que se debe? ¿Hubo decisiones que tomé de forma irreflexiva y tuvieron consecuencias negativas? ¿Quiero “poder con mi vida”? ¿De verdad, en la práctica, muestro con obras y palabras que Jesús es mi Camino, Verdad y Vida? ¿Estoy dispuesto a ser discípulo y apóstol de Jesús y seguirle con libertad? ¿Estoy dispuesto a posponer, cargar o renunciar a todo lo que dificulta ese seguimiento?
Son muchas las personas, cada vez más, cuyos proyectos se han visto truncados, fracasados y sienten que ya “no pueden con su vida”, y debemos acompañarlas y ayudarlas. Para eso, nosotros debemos tomar libre y responsablemente la mejor decisión de nuestra vida: posponer, cargar y renunciar a lo que sea necesario para ser discípulos y apóstoles del Señor, el único Camino, Verdad y Vida, que se hace compañero de camino para que todos “podamos con nuestra vida”.
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