“El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo” (Éx 32,14). Dios había adoptado a Israel como “su” pueblo. Pero allá en el desierto su pueblo pidió a Aarón que le fabricara un dios visible. Moisés tuvo que ver horrorizado cómo sus gentes adoraban a un becerro de oro.
Evidentemente añoraban las hortalizas de Egipto. Pero también seguían confiando en los dioses de aquella tierra. Preferían el pasado al futuro. Dios parecía decidido a castigar a su pueblo. Pero ante la súplica de Moisés, Dios se arrepintió de su amenaza.
A esa lectura, la asamblea litúrgica responde hoy con la invocación de un salmo muy conocido: “Misericordia, Dios mío por tu bondad” (Sal 50,3).
Por otra parte, san Pablo reconoce que, a pesar de haber sido un blasfemo, un perseguidor y un violento, Dios se ha compadecido de él (1 Tim 1,12-17).
LAS PÉRDIDAS Y LOS HALLAZGOS
El poeta Charles Péguy decía que, aunque se pierda el evangelio, quedarán flotando en la memoria colectiva las tres parábolas de las pérdidas y los hallazgs, las tres parábolas de la
alegría que se encuentran en el capítulo 15 del evangelio según san Lucas.
• En la primera parábola se nos presenta a un pastor que ha perdido una oveja. Piensa que el resto del rebaño puede descansar tranquilo. Pero él no está tranquilo hasta que recupera a la oveja perdida. Lleno de alegría por el reencuentro, comunica la noticia a los amigos y los invita a que se alegren con él.
• En la segunda parábola se menciona a una mujer que ha perdido una moneda. Ahora no se trata de un animal cuya custodia le haya sido encomendada. Se trata de algo que la
mujer valora. No le pesa perder su tiempo para buscarla. Cuando la encuentra, también ella comunica la novedad a las vecinas y las exhorta a que se alegren con ella.
Más que una lección moral, Jesús quiere subrayar un mensaje teológico. Los relatos hablan de Dios. En ambos casos, Jesús revela la misericordia de Dios. Las dos parábolas ofrecen una misma profecía: “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
EL REENCUENTRO
La tercera parábola nos introduce en el seno de una familia, en la que sobresale la figura de un padre generoso y compasivo.
• En esa familia, el hijo menor ansía y busca la libertad, pero un día llega a vivir en una práctica esclavitud. Exige la parte de la herencia que le corresponde, la dilapida y termina en la pobreza. Pero el relato anota su reflexión, su retorno al hogar y la magnanimidad del padre que lo recibe con alegría.
• El hijo mayor no se va de casa, pero no encuentra en ella la felicidad. Al ignorar el don de la paternidad y el gozo de la filialidad, olvida la responsabilidad de la fraternidad. Pero su
padre lo invita a ser él mismo y a vivir la alegría del reencuentro: “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,32).
- Señor Jesús, a pesar de su idolatría, el pueblo de Israel alcanzó el perdón de Dios.
También nosotros a veces lo ignoramos. Pero tú nos has revelado la alegría de Dios cuando nos dejamos encontrar y recibir por él. Te rogamos que nos enseñes que el amor del
del hermano es la prenda de la alegría. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
EL REGRESO
“Me pondré en camino adonde está mi padre”
(Lc 15,18)
Señor Jesús, tú sabes que en muchas ocasiones hemos soñado con encontrar la libertad. Lamentablemente pensábamos que ser libres significaba dejar la casa, sus tradiciones y sus normas. Como si la libertad exigiera la lejanía y el olvido.
Pero es más triste recordar que el logro de la libertad equivalía para nosotros a dejar atrás a los que nos habían dado la vida y nos habían enseñado su sentido más verdadero. Como si la libertad significara romper y despreciar los lazos del amor.
Por desgracia, hemos dejado a un padre para someternos a la avaricia y la indiferencia de un tirano. Hemos olvidado la gracia de ser hijos para aceptar tristemente la desgracia de ser esclavos. Hemos pagado con hambre la sed de la libertad.
Pero ha sido el hambre la que nos ha llevado a recordar el pan y la comida de nuestra casa. Ha sido la soledad la que nos ha enseñado a valorar la compañía de los que nos aman. Nos hemos visto obligados a cuidar puercos para añorar la ternura familiar.
Señor Jesús, hemos malgastado todos los bienes que nos correspondían en herencia y no hemos tenido más remedio que mendigar lo necesario para sobrevivir.
“Hemos puesto nuestra confianza en seres de polvo que no pueden salvar”.
A pesar de todo, tu gracia nos ha ayudado a aprender que tu Padre y nuestro
Padre nos espera siempre con los brazos abiertos. Su casa no tiene cerrojos. Nada nos impide regresar a ella. No vamos a ser acogidos como simples jornaleros. Él sabe bien
lo que es la libertad. Solo su amor puede hacernos libres.
Señor Jesús, la parábola que llamamos del hijo prodigo refleja la bondad de nuestro Padre. Y manifiesta también nuestro error al abandonarlo y nuestra insensatez cuando permanecemos junto a él por interés. Que tu ejemplo y tu palabra nos ayuden a
ponernos en camino hacia su casa que es también la nuestra. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario