SI TÚ ME DICES VEN, LO DEJO TODO
Por Gabriel González del Estal
1.- En los libros de espiritualidad de hace unos cuantos años se hablaba mucho de la “opción fundamental”. Era algo parecido al tema de la vocación. Si yo creo que Dios me llama a la vida religiosa, o al matrimonio, o a irme a misiones, o a dedicarme a la pintura, o a ser un buen arquitecto, subordino todo lo demás a la consecución de este objetivo primero y fundamental. Es no andar con términos medios, o con paños calientes, o con ambigüedades paralizantes. Una vez que tengo claro lo que quiero ser y lo que debo ser, toda mi vida se orienta en esta dirección, dejando necesariamente a un lado muchas otras cosas que también podría y sabría hacer, pero que no son compatibles con mi “opción fundamental”. El elegir una cosa supone siempre renunciar a otras muchas. Ser libre, en definitiva, es saber decir sí a una cosa, aceptando responsablemente las consecuencias de la decisión libremente adoptada. Las personas volubles, las que caminan al son de sus caprichos momentáneos, suelen ser personas poco eficaces y, desde luego, poco de fiar.
2.- Si alguno se viene conmigo y no pospone a... no puede ser discípulo mío. Las frases que aparecen hoy en este evangelio son frases rotundas y bastante tajantes y duras. Es cierto que hay que entenderlas en el contexto geográfico y cultural en el que fueron dichas. Jesús iba camino de Jerusalén, camino de una muerte casi segura en la cruz. Les dice a los que le acompañaban que se decidan: si quieren seguirle han de dejarlo todo, familia, bienes, cualquier comodidad personal, y seguirle sin dinero y sin alforjas. No tienen otra alternativa: o seguirle a él, dejando todo lo demás, o no seguirle y quedarse con su familia y sus bienes. La palabra <seguir> tiene en este caso un sentido vocacional, geográfico y de riesgo vital. Los que no le sigan en su camino a Jerusalén no podrán llamarse discípulos suyos. No dice que no podrán salvarse, o que serán malditos de su Padre, dice que no podrán ser discípulos suyos, porque él va a continuar, de todos modos, su camino hasta la cruz y, en tiempos de Jesús de Nazaret, los verdaderos discípulos caminaban siempre detrás de su maestro. Si seguimos leyendo el texto evangélico, veremos que no deberemos decir sí alegremente, sin haber examinado antes con realismo nuestras propias fuerzas. Si honradamente creemos que no vamos a poder seguirle hasta el final del camino, es mejor que busquemos otros caminos alternativos que sean también buenos y que estén más adaptados a nuestras reales fuerzas, para no fracasar estrepitosamente.
3.- Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría. La ciencia no lleva necesariamente hasta Dios. Hay muchos científicos que son ateos. Hasta Dios nos lleva la sabiduría. En este texto del libro de la Sabiduría, la palabra “sabiduría” podemos traducirla como “Espíritu de Dios”, espíritu santo que Dios envía a los que se lo piden con corazón sencillo y humilde. La experiencia de cada día nos dice que nuestros razonamientos son falibles y nuestros pensamientos mezquinos. Es sabio el que deja que su corazón esté gobernado y dirigido por el Espíritu de Dios, el que busca cumplir en cada momento la voluntad de Dios. No siempre es fácil acertar para hacer todo lo que hacemos según la voluntad de Dios, pero debemos intentar que, al menos, nunca nos falte la intención sincera y decidida de caminar por el camino que creemos que Dios nos marca.
4.- Que lo recobres ahora para siempre no como esclavo, sino como hermano querido. Si los “señores” de todas las edades hubieran tenido en cuenta las frases que Pablo dice a su amigo Filemón, sobre el trato que este debía dar al esclavo Onésimo, seguro que la esclavitud hubiera desaparecido en la sociedad hace ya muchos siglos. Ya sabemos que Pablo no condena como anticonstitucional o legalmente pecaminosa la práctica de la esclavitud. Sería pedir demasiado a una persona del siglo primero. Pero los consejos que Pablo da al “dueño” sobre el trato y el recibimiento con el que debía tratar al “esclavo” son consejos del todo cristianos y, evidentemente, revolucionarios para aquel tiempo. Tratar a los demás no como esclavos, sino como hermanos queridos, es, por desgracia, una realidad poco frecuente aún en las empresas, comunidades y hasta familias de este mundo pecador en el que vivimos. Cristo quiere que seamos más servidores que señores y Pablo, en su comportamiento habitual, gastó y desgastó su vida en servicio a los demás y por amor al evangelio.
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