“¿Quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” Esta pregunta que se dirige a Dios en el libro de la Sabiduría revela la debilidad de la sabiduría humana. Solo con el auxilio divino podremos aprender lo que agrada a Dios (Sab 9,13-18). Con el salmo responsorial le pedimos: “Enséñanos a calcular nuestros años para queadquiramos un corazón sensato” (Sal 89). En el breve escrito que San Pablo envía a Filemón se pone de manifiesto algo muy mportante que ha logrado la fe cristiana: superar los criterios que justificaban la esclavitud
para proponer el ideal y el compromiso a favor de la fraternidad universal.
EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ
No es fácil seguir el camino de Jesús. En nuestra sociedad parecen escandalosas las palabras del Maestro que recoge el Evangelio de hoy: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e ncluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26).
Jesús no propone el desprecio a la familia. Pero deja muy claro que seguirle a él exigirá siempre un auténtico sacrificio. Su propuesta es clara y terminante:
• “Quien no lleve su cruz destrás de mí no puede ser discípulo mío”. El papa Francisco nos ha recordado que “seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal. Significa
entrar en su gran obra de misericordia, de perdón, de amor. Y este perdón, esta misericordia, pasa a través de la cruz.”
• “Quien no lleve su cruz destrás de mí no puede ser discípulo mío”. Ser discípulo de este Maestro no significa tan sólo conocer su filosofía y su doctrina. Implica vivir como él y estar dispuestos a morir con él. La fe no nace de un aprendizaje teórico. Brota de un encuentro personal que compromete toda la vida.
LA TORRE Y EL COMBATE
El texto evangélico pretende aclarar las exigencias de la fe a los que parecen dispuestos a incorporarse a la comunidad cristiana. Mediante dos breves parábolas, se sugiere la necesidad de calcular las propias fuerzas.
• Quien quiere construir una torre ha de calcular los gastos para ver si tiene los medios suficientes para terminarla. El cristiano que se decide a prestar un servicio o ejercer un ministerio necesita practicar el ejercicio de la virtud de la prudencia. Nadie debería comprometerse a hacer lo que nunca podrá realizar.
• Si un rey va a dar una batalla tendrá que revisar las tropas con las que cuenta para poder defenderse de los enemigos. En todo caso, lo mejor es pedir o establecer condiciones de
paz. La vida cristiana requiere la práctica de la virtud de la fortaleza. Hay que prepararse para vencer el orgullo y la presunción.
- Señor Jesús, muchas veces nos dejamos vencer por la comodidad. Tratamos de leer tu mensaje según nuestros intereses. Necesitamos un corazón sensato para revisar nuestras
intenciones. Ayúdanos tú a aceptar nuestra cruz de cada para seguirte con fidelidad. Amén.
EL DISCÍPULO Y LA CRUZ
“Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”
(Lc 14,2)
Señor Jesús, con frecuencia se nos olvida que, de una manera u otra, todos hemos de ser discípulos de alguien. Seguimos los pasos de otra persona, imitamos sus modos de hablar y comportarse y citamos sus frases favoritas.
En realidad, podríamos decir: “Dime quién ha sido tu maestro y te diré cómo eres. Dime de quién eres discípulo y sabré el porqué de tu conducta, de tus gestos y de tus opiniones”.
Señor Jesús, hoy no se valora tu magisterio. En una sociedad como la nuestra algunos se avergüenzan de ser discípulos tuyos. Y son muchos los que reniegan abiertamente de haberlo sido alguna vez.
Pero yo no debería detenerme a juzgar a los demás. Tengo que reconocer mi propia incongruencia. Es verdad que he decidido ser discípulo tuyo. Y todos mis hermanos me ayudan a vivir de acuerdo con esa vocación.
Sin embargo, procuro vivir el discipulado a mi manera. Es decir, suelo poner mucho cuidado en rechazar la cruz de cada día. Es más: deseo y espero que mi condición de discípulo tuyo me aporte más ventajas que disgustos.
Tengo que confesar sinceramente mi cobardía e infidelidad. Olvido en la práctica el misterio de tu pasión y de tu muerte. Y trato de vivir ignorando tu invitación a tomar tu cruz y a seguirte por la senda que tú mismo has recorrido.
A pesar de todo, yo estoy convencido de que es imposible rehuir siempre y definitivamente la sombra de la cruz. Nuestra vida no puede confundirse con un paseo triunfal. En alguna curva del camino nos espera el sufrimiento.
Señor Jesús, los discípulos a los que tú dirigiste tu llamada rechazaban el futuro doloroso que tú aceptabas para ti. Pero he de reconocer que esa es también mi tentación más frecuente. Por eso te ruego que tu Espíritu me ayude a tomar con valentía mi cruz de cada día y a seguirte generosamente por el camino que tú has seguido. Amén.
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