DIOS QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN
1. Tenemos que desterrar, de una vez por todas, la tentación exclusivista: pensar y creer que Dios sólo puede salvar a los que pertenecen a un determinado pueblo, o a una determinada religión. El pueblo de Israel creyó durante muchos siglos que él era el único pueblo elegido y amado por Dios. El reino de Dios se establecería en Jerusalén y hacia Jerusalén deberían mirar todos los pueblos y caminar hacia ella en busca de la salvación de Dios. Siglos después fuimos los cristianos los que creímos y predicamos que fuera de la iglesia de Cristo no podía alcanzarse la salvación. El que no era bautizado en la Iglesia de Cristo estaba irremisiblemente condenado. Lo mismo pensaron, algunos siglos después de los cristianos, los musulmanes, llamando infieles y dignos de condenación a los que no quisieran seguir las enseñanzas del profeta Mahoma. Los hombres siempre hemos querido poner límites y fronteras religiosas y espaciales a la infinita misericordia de Dios. Ya va siendo hora de que dejemos a Dios ser Dios, un Dios Padre de todos y amante enloquecido de todos sus hijos. Ninguno de nosotros merecemos por nuestros propios méritos la salvación de Dios. Pero Cristo murió no sólo por los judíos, ni sólo por los cristianos, sino para conseguir la salvación de todo el género humano. Nuestro mérito, nuestra colaboración, consistirá en dejarnos salvar por Dios, en no poner trabas a la universal voluntad salvífica de Dios. Dios quiere que todos los hombres se salven, sin distinción de raza, sexo, lengua o lugar.
2. Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor. La corrección del Señor puede llegarnos a través de la voz de la conciencia, o a través de personas que nos quieren y buscan nuestro bien, o a través de una enfermedad, o de otra desgracia o acontecimiento cualquiera. Muchos de los sufrimientos y dificultades que son consecuencia directa de nuestro equivocado proceder podemos entenderlos y aceptarlos como corrección de Dios. También los sufrimientos y dificultades que nos exige siempre el cumplimiento de nuestro deber podemos entenderlo como algo que Dios pone en nuestro camino para purificarnos. El dolor aceptado y ofrecido a Dios como expiación por nuestros pecados podemos entenderlo igualmente como corrección amorosa de Dios. No aceptar la corrección de Dios es rebelarse contra Dios, es no aceptar que Dios es Dios en todos los momentos de nuestra vida, en los tiempos buenos y en los tiempos peores. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que si aceptamos la corrección de Dios tendremos como fruto una vida honrada y en paz.
3. Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Este relato evangélico del evangelista Lucas es, todo él, un alegato muy duro contra los judíos que pensaban que el hecho de que Jesús fuera paisano suyo era motivo suficiente para que el Señor les admitiera en su reino. Jesús les dice que no les conoce y que “vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Los últimos, los que vendrán de oriente y occidente, serán los primeros, mientras que los primeros, los judíos, serán los últimos. Dios no regala su salvación a los que sean de un determinado pueblo o religión, sino a aquellos “que se hayan esforzado en entrar por la puerta estrecha”. La salvación es siempre un regalo de Dios, pero Dios sólo regalará su salvación a los que se esfuercen por conseguirla. Somos libres para aceptar o no aceptar la salvación de Dios, pero aceptar la salvación de Dios supone el estar siempre dispuestos a dejarnos guiar por la voluntad de Dios.
Gabriel González del Estal
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