05 abril 2022

Moniciones y Lecturas 10 de abril de 2022 – Domingo de Ramos Ciclo C

 

PROCESIÓN DE LAS PALMAS

Evangelio: Lucas 19, 28-40

Con la entrada de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén, su ministerio público llega a la plenitud, y nos situamos a las puertas del misterio pascual, centro de nuestra fe: su pasión, muerte y resurrección. Que la Palabra que va a ser proclamada nos disponga a celebrar santamente todos estos acontecimientos.

EVANGELIO

 Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén.

Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:

—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita»».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desatáis el borrico?».

Ellos contestaron:

—«El Señor lo necesita».

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto».

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».

El replicó:

—«Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

Palabra del Señor.

SANTA MISA

 Moniciones a las Lecturas

 Opción 1: Monición única para todas las lecturas

Las lecturas de este domingo abren la Semana.  El Siervo de Yahvé, del que habla Isaías, sufre pero muestra una confianza inmensa en medio de su dolor. El salmista, en un momento de dificultad presente, recuerda la acción salvadora de Dios en el pasado para animar su confianza y esperar la salvación. Esa misma experiencia la resume Pablo en el himno de la carta a los Filipenses: Cristo, que se humilla continuamente desde su condición de Dios hasta una muerte ignominiosa en cruz, es exaltado por Dios como Señor. Este mismo Jesús, Mesías humilde y pacífico, toma posesión de Jerusalén para manifestar su verdadera identidad. Escuchemos.

Opción 2: Moniciones para cada lectura

Monición a la primera lectura (Isaías 50, 4-7)

En la memoria de los momentos importantes de la historia de la salvación, llegamos en este domingo a escuchar el tercer «cántico del Siervo del Señor», del «segundo Isaías». Un poema que nosotros vemos cumplido en Jesús de Nazaret. Atentos escuchemos.

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.

El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos.

Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

Palabra de Dios.

Monición al salmo responsorial (Salmo 21)

En una experiencia de desamparo, el salmista implora la misericordia de Dios. Cristo hará suyas las palabras de este salmo en su abandono en la cruz. Unamos nuestras voces a la suya diciendo:

Salmo responsorial: Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere». R.

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R.

Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía ven corriendo a ayudarme. R.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. R.

Monición a la segunda lectura (Filipenses 2, 6-11)

En la segunda lectura de hoy, escucharemos un precioso himno que las primeras comunidades cristianas entonaban para profesar la universalidad del sacrificio de Cristo. Pero también para exaltar al Señor, que mediante su pasión dolorosa, ha visto restablecida la gloria que le correspondía desde siempre. Escuchemos.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en el abismo—,

y toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

Monición al Evangelio (Lucas 22, 14—23, 56)

Con el corazón atento a la Buena Nueva de la salvación, dispongámonos a escuchar la proclamación de la Pasión de Cristo, según San Lucas. Acompañemos de corazón estos momentos de Cristo, como verdaderos discípulos suyos.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22, 14—23, 56

C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:

—«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».

C. Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:

—«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».

Haced esto en memoria mía

C. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

—«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:

—«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».

¡Ay de ése que entrega al Hijo del hombre!

—«Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero, ¡ay de ése que lo entrega!».

C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.

Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve

C. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:

—«Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve.

Porque, ¿Quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».

Tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos

C. Y añadió:

—«Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos».

C. Él le contesto:

S. —«Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».

C. Jesús le replicó:

—«Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme».

Tiene que cumplirse en mí lo que está escrito

C. Y dijo a todos:

—«Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».

C. Contestaron:

S. —«Nada».

C. Él añadió:

—«Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: «Fue contado con los malhechores». Lo que se refiere a mí toca a su fin».

C. Ellos dijeron:

S. —«Señor, aquí hay dos espadas».

C. Él les contesto:

—«Basta».

En medio de su angustia, oraba con más insistencia

C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:

—«Orad, para no caer en la tentación».

C. Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo:

—«Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

C —Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:

—«¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente; y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.

Jesús le dijo:

—«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:

S. —«Señor, ¿herimos con la espada?».

C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.

Jesús intervino, diciendo:

—«Dejadlo, basta».

C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:

—«¿Habéis salido con espadas y palos, como a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.

Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:

S. —«También éste estaba con él».

C. Pero él lo negó, diciendo:

S. —«No lo conozco, mujer».

C. Poco después lo vio otro y le dijo:

S. —«Tú también eres uno de ellos».

C. Pedro replicó:

S. —«Hombre, no lo soy».

C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:

S. —«Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo».

C. Pedro contestó:

S. —«Hombre, no sé de qué me hablas».

C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Haz de profeta; ¿Quién te ha pegado?

C. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, dándole golpes.

Y, tapándole la cara, le preguntaban:

S. —«Haz de profeta; ¿Quién te ha pegado?».

C. Y proferían contra él otros muchos insultos.

Lo hicieron comparecer ante su Sanedrín

C. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:

S. —«Si tú eres el Mesías, dínoslo».

C. Él les contesto:

—«Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.

Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso».

C. Dijeron todos:

S. —«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

C. Él les contestó:

—«Vosotros lo decís, yo lo soy».

C. Ellos dijeron:

S. —«¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:

S. —«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilato preguntó a Jesús:

S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él le contestó:

—«Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:

S. —«Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.

Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.

Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato entregó a Jesús a su arbitrio

C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:

S. —«Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo:

S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás».

C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:

S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Él les dijo por tercera vez:

S.—«Pues, ¿Qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.

Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

—«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «Sepultadnos»; porque, si así tratan al leño verde, ¿Qué pasara con el seco?».

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús decía:

—«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.

Éste es el rey de los judíos

C. El pueblo estaba mirando.

Las autoridades le hacían muecas, diciendo:

S —«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C. Pero el otro le increpaba:

S. —«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada».

C  Y decía:

S. —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

C. Jesús le respondió:

—«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

—«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

C. Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo:

S. —«Realmente, este hombre era justo».

C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho.

Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado

C. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.

Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

Palabra del Señor.

Oración de los fieles

Con la confianza de saber que somos hijos de Dios, invoquémoslo y dirijamos a Él nuestras oraciones. Digamos todos:

Por la pasión de tu Hijo, escúchanos, Señor.

  1. Por la Iglesia, para que, viviendo en la fe el misterio de la Pasión, recoja del árbol de la cruz el fruto de la esperanza. Roguemos al Señor.
  2. Por los gobernantes de las naciones, de manera especial por los de nuestro país, para que, movidos por el ejemplo de Cristo en su Pasión, se esmeren por lograr la justicia y equidad entre los hombres. Roguemos al Señor.
  3. Por los enfermos y agonizantes, para que sientan junto a ellos la presencia del siervo obediente que, muriendo en la cruz, confió su espíritu a las manos del PadreRoguemos al Señor.
  4. Por los hombres que no creen, para que, como el centurión al pie de la cruz, vean en la muerte redentora de Cristo el signo incontrastable de la gloria divina. Roguemos al Señor.
  5. Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Pascua del Señor Jesús, para que, justificados por la sangre de Jesús y reconciliados con Dios por su muerte seamos salvador por Él de las pasiones del mundo. Roguemos al Señor.

Presentación de las Ofrendas

Con las ofrendas de Pan y Vino, presentemos al Señor también nuestros sacrificios personales para colaborar con Cristo en la salvación del mundo.

Comunión

Ahora vayamos a participar del banquete Eucarístico, Pan que nos concede la vida eterna. Cantamos.

Final

Con esta celebración hemos inaugurado la semana más importante del año cristiano: la Semana Santa, la Semana Mayor, que culminará con la celebración de la Pascua.

Estas palmas y estos ramos que llevamos serán para nosotros la señal del combate victorioso de Cristo, nuestro Señor.

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