Los grandes generales y reyes solían entrar en las ciudades montados en imponentes caballos, como signo de su poder y dignidad. Jesús, en un gesto cargado de simbolismo, utiliza un pollino para entrar en la Ciudad Santa. El relato deja claro que la montura utilizada para llegar a Jerusalén no es fruto del azar sino de una elección con fuerte sentido pedagógico: sirve para hacernos comprender la auténtica realeza de Jesús, basada en la mansedumbre y la humildad; y prepara el gesto supremo “kenótico” de la cruz.
Un edificio importante, que se precie, debe tener un pórtico de entrada para permitir guarecerse de las inclemencias del tiempo sin tener que entrar en el interior del edi cio. El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. En este domingo estamos dentro de la Semana Santa pero fuera al mismo tiempo. Desde la entrada podemos ver todo lo que recorreremos en los días centrales de nuestra fe. En las lecturas encontramos referencias al Jueves Santo, a la pasión y muerte de Jesús y a su resurrección. Conocemos el camino y sabemos el final.
Por eso queremos acompañar a Jesús, no deseamos quedarnos en la puerta y ver desde lejos. Este es el día para invitar a la gente a participar activamente en el Triduo Pascual; evitemos que suceda como en Jerusalén: quienes recibieron a Jesús con entusiasmo agitando los ramos y extendiendo sus mantos por el camino, a los pocos días le daban la espalda y gritaban: “¡crucifícalo, crucifícalo!”
El relato de la Pasión no nos deja indiferentes o por lo menos no debería dejarnos indiferentes. Puede servir para que veamos con qué personaje nos identificamos más:
– Con Pedro, el amigo que reniega de Jesús ante las di cultades pero que rápidamente se arrepiente y llora.
– Con los discípulos que, llenos de temor, dejan al Maestro solo para no correr su misma suerte.
– Con Poncio Pilato que, aun sabiendo de la inocencia de Jesús, por miedo al conflicto no hace nada para salvarlo.
– Con el buen ladrón, que denuncia la injusticia que se estaba llevando a cabo con Jesús y comparte con Él el mismo sufrimiento.
– Con el centurión, que queda transformado por la actitud con ada de Jesús ante la muerte.
– Con José de Arimatea, el hombre bueno y justo que cumple el deber de dar sepultura a los muertos pero sin esperanza en la vida.
– Las mujeres, que ven la escena desde una prudente distancia.
Es el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor. En el evangelio descubrimos a un Jesús que se compadece de aquellos que sufren, que es capaz de comprender sus penas y angustias. Es más, las hace suyas y por eso padece con ellos y por ellos.
La lectura de la Pasión nos lleva a empatizar con Jesús y con su injusto sufrimiento, nos prepara interiormente para tener una mirada profunda sobre la realidad que vamos a vivir en esta Semana Santa. Y todo ello sin olvidarnos de los que padecen en nuestro mundo, de los que con su pasión actualizan la Pasión, de los que en sus rostros lacerados reconocemos el rostro herido de Dios. El costado abierto de Cristo es por donde tenemos que acercarnos a la realidad sufriente que nos rodea.
Antonio Menduiña Santomé
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