En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a subir al monte Tabor y contemplar a Cristo transfigurado. Es una muestra de la gloria que esperamos, es un aliento en nuestra subida hacia Jerusalén, es un adelanto de lo que preparamos durante este tiempo de Cuaresma, un anuncio de la gloria del Resucitado. Cristo nos transformará como Él y nos hará también a nosotros hijos de Dios por medio del Bautismo, cuyas promesas renovaremos en la noche de la Vigilia Pascual.
1. Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber. En la primera lectura escuchamos la alianza que Dios hace con Abrahán. Los términos de esta alianza son la promesa de la descendencia, tan numerosa como las estrellas del cielo, y la promesa de una tierra que le dará en posesión. Abrahán tenía razones para no creer en la promesa de Dios: era anciano y su mujer estéril, por lo que iba a resultarle difícil tener una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo.
A pesar de ello, Abrahán creyó, contra toda esperanza, y siguió la voz de Dios que le llamó a salir de su tierra para ir en busca de una tierra nueva que él no verá, pero que recibirán sus descendientes. Abrahán creyó, aceptó lo que Dios le prometía, aunque racionalmente fuera imposible. Por esto es llamado nuestro padre en la fe. La tierra prometida y la descendencia numerosa es símbolo de la patria del cielo, de la asamblea de los santos que contemplan a Dios cara a cara. Nuestro destino es esta patria celestial, y este tiempo de Cuaresma nos ayuda a prepararnos para alcanzar por la fe la promesa de Dios. Nos alienta a ello la última estrofa del salmo: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.2. Somos ciudadanos del cielo. San Pablo, en la segunda lectura, exhorta a los filipenses a seguir su ejemplo, fijándose en él como modelo. Pues como el mismo Apóstol dice con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz. Hay muchos, afirma san Pablo, que se buscan a sí mismos, su Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas, que sólo aspiran a las cosas terrenas. Éstos son enemigos de la cruz de Cristo, pues el Señor nos enseña, hoy mediante el testimonio de san Pablo, que el camino verdadero que nos lleva a la gloria, nuestra verdadera patria, es la cruz, es la entrega por amor. Quien se busca a sí mismo, quien aspira sólo a las cosas de la tierra, está en camino de perdición. Nuestra verdadera patria está en el cielo. De allí ha venido nuestro salvador, Jesucristo, que transformará nuestro cuerpo terreno en un cuerpo glorioso. Jesucristo es quien salva, Él es quien nos da la vida eterna en la patria del cielo. Nuestra tierra prometida ya no es una porción de tierra sino el cielo, donde esperamos llegar. Para ello hemos de permanecer en el Señor, seguir su camino, el camino de la cruz, el camino del amor. Sólo cuando quitamos la mirada de nuestro vientre y la ponemos en Dios alcanzamos la verdadera gloria.
3. Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. En el Evangelio de este domingo escuchamos cómo Jesús, de camino hacia Jerusalén, sube al monte Tabor con tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan, los mismos discípulos que acompañarán a Jesús en Getsemaní. Sube con ellos al monte a orar, y en ese clima de oración Jesús se transfigura delante de ellos: sus vestidos se vuelven brillantes, aparecen Moisés y Elías conversando con él acerca de su muerte. Jesús muestra a sus discípulos un poco de la Gloria que está por venir. Antes de llegar a Jerusalén y de dar la vida en la cruz, Jesús, para evitar el escándalo de sus discípulos, les muestra qué es lo que viene después de la pasión: la gloria de la resurrección. Nos enseña también a nosotros que el camino de la gloria pasa por la Cruz, por la entrega de la vida por amor. Esa tierra prometida que es el Cielo, anticipada en la tierra prometida a Abrahán y a su descendencia, nuestra verdadera patria a la que aspiramos llegar es la gloria del Resucitado que un día también nosotros, hijos de Dios por medio de Jesucristo, también alcanzaremos. La Cuaresma es el camino hacia la Pascua. En este camino cuaresmal, apoyados en la oración, firmes en el Señor, crecemos y esperamos alcanzar esta patria celestial.
Vamos a celebrar la Eucaristía, prenda de la gloria prometida. Cristo, crucificado y resucitado, se queda entre nosotros en este admirable sacramento. La Eucaristía es el pan que nos fortalece en el camino de la Cuaresma. Que María, que como Abrahán creyó contra toda esperanza, nos acompañe en este camino y nos ayude.
Francisco Javier Colomina Campos
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