La cuaresma: el perdón de Jesús es mucho más abundante que nuestro pecado
¡Cómo nos gustaría ser impecables! No cometer pecados, no ir en contra de nuestra conciencia cristiana. Pero sabemos que no es así. Tiene razón Jesús y nuestra experiencia lo confirma: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. A las puertas de la cuaresma, el profeta Joel, en la primera lectura, nos recuerda nuestra condición de pecadores. Pero, al mismo tiempo, nos da una gran alegría. Nos presenta a un Dios continuamente perdonador, que siempre está dispuesto a perdonar nuestras faltas. Para eso solo tenemos que acudir a él, no con nuestras vestiduras rasgadas, sino con nuestros corazones rasgados, arrepentidos y doloridos, sabiendo que nos regalará su perdón: “porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso”.
Nuestro Dios no se conformó con hablarnos del pecado y de su perdón a través de sus profetas en el Antiguo Testamento, llegada la plenitud de los tiempos, nos envió a su propio hijo Jesús a reparar nuestros pecados. Vino con la mano levantada para ofrecernos siempre, hasta setenta veces siete, su perdón movido por el gran amor que nos tiene. “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, sobreabundó el perdón y el amor.
Todo lo que hagamos debe ir encauzado a conseguir nuestra meta: seguir a Jesús
Lo central del cristiano es seguir a Cristo, porque él nos ha convencido que es el único camino que lleva a la vida, a la vida en abundancia: “ven y sígueme”. Todo lo que hagamos, incluyendo nuestras prácticas cuaresmales, tiene la finalidad de no desviarnos y mantenernos firmes en el seguimiento de Jesús. En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña cómo debemos practicar la limosna, la oración y el ayuno, que se resume en sus palabras: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial”
Así debe ser nuestro actuar. Hemos tenido la experiencia de sentir el gran amor que Jesús nos tiene. Y amor con amor se paga. El amor a Jesús es lo que nos tiene que mover a hacerle caso, no buscar nunca el aplauso del “público”. “Permaneced en mi amor”, sabiendo que lo que él nos pide siempre es lo mejor para nosotros, para encontrar el sentido y la alegría de vivir.
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