15 febrero 2022

Domingo 20 febrero: ABRIR EL OÍDO A LA PALABRA DE DIOS

 Después de escuchar el pasado domingo las bienaventuranzas del Evangelio de san Lucas, hoy seguimos con el llamado discurso de la llanura. Es curioso que Jesús se comienza diciendo: “En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo”. Las advertencias que Jesús dice a continuación van dirigidas a quienes escuchan sus palabras. Quien no abre su oído para escuchar la palabra de Dios y deja que ésta entre de verdad en su corazón, no podrá nunca entender lo que Jesús nos dirá hoy acerca del amor a los enemigos.

1. Ser cristiano no es vivir como todo el mundo. La propuesta que Jesús nos hace en el Evangelio de hoy, dirigida a quienes escuchan sus palabras, es muy distinta a como vive una persona sin fe. Es cierto que quien no tiene fe también puede ser buena persona. Conocemos todos nosotros a personas que no son creyentes y que viven haciendo el bien, que aman a las personas que tienen a su alrededor, incluso que aman a sus enemigos hasta el punto de perdonarles y de pedirles perdón. Por otro lado, también podemos decir que conocemos a cristianos que dicen tener fe y que ni tan siquiera intentan vivir el amor como Jesús nos lo enseña hoy en el Evangelio. Pero sin duda, para todo aquel que quiere tomarse la vida cristiana en serio y seguir de verdad a Cristo, no cabe la opción de no intentar vivir como nos enseña hoy el Señor. Ser cristiano consiste en vivir en el mismo amor de Dios. Puesto que Dios me ama, y lo puedo experimentar cada día en los sacramentos, en la oración, en la lectura de la palabra de Dios, en la vida de fe… yo también he de vivir este amor hacia los demás, incluso hacia mis enemigos, como lo hizo Cristo, si quiero ser su discípulo. A los cristianos, por lo tanto, se nos pide algo más que al resto de personas. No podemos contentarnos con la ira, el rencor, las envidias y tantas otras formas de desamor que existe entre nosotros muchas veces. Los cristianos, si de verdad queremos serlo, hemos de vivir el amor a los enemigos, haciendo el bien a todos, sin esperar nada a cambio, gratuitamente.

2. Llevamos en nosotros la imagen del hombre celestial. En la segunda lectura, san Pablo nos ayuda a seguir profundizando en lo que hemos dicho en el punto anterior. El cristiano, al participar por el bautismo de la muerte y resurrección de Cristo, es ya un hombre nuevo. El hombre viejo, refiriéndose a Adán, al hombre que se deja llevar por el pecado, por la desobediencia, es un hombre que proviene de la tierra. Sin embargo, san Pablo asegura que ha venido el nuevo hombre, el nuevo Adán, que es Cristo. Este nuevo hombre ya no viene de la tierra de lo material, sino que viene del espíritu. Los cristianos, nacidos en primer lugar del hombre viejo por nuestra condición humana, hemos vuelto a nacer después del hombre nuevo, del hombre espiritual. Ya no vivimos sólo desde la materia, sino que nuestra vida comienza ahora en el Espíritu. Así, san Pablo nos invita a no vivir ya más como el hombre viejo, sino a vivir desde el hombre nuevo, desde Cristo, dejándonos llevar del Espíritu que nos lleva siempre a hacer el bien, a vivir el amor, como hizo Cristo, el hombre nuevo.

3. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Queda, por tanto, que cada día nos acerquemos más a Cristo, el hombre nuevo, que aprendamos de ÉL, que vivamos de Él, para ir creciendo así en el amor a todos, en la vida nueva que Dios quiere. Todo cuanto el mismo Jesús nos pide hoy en el Evangelio lo ha vivido ÉL primero. El amor incluso a los enemigos lo vivió a lo largo de su vida pública, pero especialmente en la cruz, cuando murió perdonando a quienes le crucificaban. El dar sin esperar nada a cambio lo vivió al entregar su vida por nosotros, aun sabiendo que nosotros tantas veces nos olvidamos de Él. Y finalmente la regla de oro: “Como queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos con ella”, nos lo enseña el mismo Jesús por ejemplo en la Última Cena, cuando se arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies. Este es el amor más grande, el amor sin medida, sin condiciones, sin recompensas, el amor incluso a los enemigos. Cuanto más nos acerquemos a Dios, más descubriremos este amor de Él para con nosotros, y más nos ayudará a vivirlo también hacia los demás. No hay nada que Cristo nos pida y que no haya hecho Él primero por nosotros. Vivamos así cada día, creciendo en el amor y en la misericordia.

Cada Eucaristía está llena del amor, de la misericordia y del perdón de Dios. Vivamos esta celebración como un momento especial de encuentro con el amor de Dios, para que así podamos nosotros llevar ese amor a nuestra propia vida amando sin límites a los demás, incluso a nuestros enemigos, viviendo así el mismo amor de Dios.

 

Francisco Javier Colomina Campos

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