1.- El evangelio que acabamos de escuchar es lo suficientemente claro por sí mismo y creo que necesita de muy poca explicación. Para nosotros tiene una gran actualidad, pues vivimos en un mundo en el que
- Todos pretendemos ser maestros (lo sabemos todo),
- Todos nos creemos en el derecho de ser jueces de los demás,
- Todos hemos provocado la devaluación de la palabra.
La verdad es que, unos más otros menos, con frecuencia NOS LA ECHAMOS DE MAESTROS, de sabios, de tener el monopolio de la verdad y el consejo oportuno en cada momento. Tenemos siempre en la boca la última palabra (sobre todo nosotros, los sacerdotes).
Como dice el evangelio:
- “Somos ciegos”, pero no nos dejamos guiar.
- “Somos ciegos”, pero nos atrevemos a guiar a los demás.
- Nos hemos convertido en maestros sin pasar primero por ser discípulos.
Decía el apóstol Santiago:
“Hermanos, no sean muchos los maestros entre ustedes; sepan que los maestros seremos juzgados con más severidad y no olviden que, como todos, cometemos errores” (Sant.3,1-2)
2.- Muchas veces somos demasiado OSADOS, pues no solo nos convertimos en maestros de todos, sino que además nos hacemos JUECES IMPLACABLES dispuestos siempre
- A condenar; pocas veces a salvar.
- A culpar al otro; nunca a culparnos a nosotros mismos.
- A echar en cara los defectos de los otros; pero a poner bien ocultos los nuestros.
- A criticar sin piedad a los demás, sea o no verdad lo que criticamos; pero nos enojamos enseguida si alguien se atreve a criticarnos a nosotros.
- A poner la fama de los demás por los suelos; mientras que nosotros nos encumbramos como santos hasta los cielos.
- A ver la motica en el ojo ajeno sin fijarnos que nosotros llevamos una viga en el nuestro.
Dice San Pablo en su carta a los Romanos:
“No tienes disculpa, quien quiera que seas, cuando juzgas a los demás...siendo que tú haces lo mismo” (Rom.2,1).
Y Santiago dice:
“Hermanos, no se critiquen los unos a los otros; el que habla en contra de su hermano o juzga mal de él, habla en contra de la Ley o juzga en contra de ella” (Sant.4,11).
3.- La verdad es también que con todo ello hemos dado pié para DEVALUAR LA PALABRA:
- Hablamos demasiado,
- Nos cuesta muy poco la palabra
- Hablamos por los cuatro costados.
- Son tantas las palabras vanas que decimos que la palabra ya está devaluada y no tiene valor alguno.
- La palabra es fácil; lo difícil es tomar actitudes cristianas capaces de hacernos actuar también como gente de fe; por eso, Jesús nos avisa en el evangelio de hoy que no nos dejemos llevar por el engaño de las palabras:
“Por los frutos les conoceréis.”
- La palabra puede engañar a los demás, aún a nosotros mismos; pero nunca a Dios. Dios no nos juzga por las palabras por muy bellas que sean, sino por las actitudes que tomamos ante la vida:
“Obras son amores y no buenas razones”.
- Jesús nos llama la atención para que no caigamos en el engaño de la palabrería vacía que, en el fondo, no es otra cosa que tomar actitudes hipócritas:
“No el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple con la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mat.7,21). “El árbol se conoce por sus frutos.”
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