13 diciembre 2021

Sin que nos lo pidan: IV domingo de Adviento

 

El ángel que comunicó a María que había sido elegida por Dios para ser la Madre del Salvador, también le informó de que su parienta Isabel iba a tener un hijo a pesar de ser anciana, encontrándose ya en el sexto mes de su embarazo. Y a María le faltó tiempo para acudir en su ayuda.

El evangelista Lucas nos dice que “fue lo más de prisa que pudo” y que Isabel vivía en “un pueblo montañoso” de Judá. Añadiendo que “María se quedó unos tres meses (es decir, hasta que dio a luz), y luego regresó a su casa”.
Analizando los datos que nos ofrece este breve relato, podemos destacar cuatro detalles que considero importantes: 
En primer lugar, se deduce que María fue a visitar a Isabel por pura iniciativa, sin que nadie se lo hubiera pedido o mandado; porque el ángel se limitó a informarla acerca del embarazo de su parienta, pero en ningún momento insinuó que fuera a visitarla y ayudarla… 
Otro aspecto es la presteza con que actuó María: “Fue lo más de prisa que pudo”, no de forma desganada y lánguida, como obligada… Además, el camino no era liviano, sino dificultoso: se trataba de subir a la montaña… Y por último, María “se quedó tres meses en casa de su parienta”, es decir, consciente de que los favores han de hacerse siempre completos… María, ejemplo encomiable de ayuda al prójimo.


Por clasificar de algún modo nuestro talante en este aspecto, yo diría que, en cualquier institución o modo de convivencia, existen en primer lugar los que se escaquean: los que se hacen los “suecos”, alegando otras ocupaciones, otros compromisos, o simplemente se inventan que deben acudir al médico. En segundo término, están los lentos: los que se ofrecen porque no hay otros, pero de forma desganada, apática, empujados más que nada por el “qué dirán”. Luego vienen los calculadores: los especialistas en medir el compromiso; me entrego hasta lo que me he comprometido, pero ni un milímetro más. Están después los que abandonan: como los ciclistas que no pueden ya con su alma,éstos, ante la dificultad (la exigencia de caminar de prisa, o el esfuerzo que se requiere para cubrir ascensos empinados), se rinden y desisten de concluir la carrera. Y por último, están los comprometidos: Los que, contra viento y marea, se entregan en cuerpo y alma al prójimo que los necesita; a estos últimos no los arredra la dificultad, actúan con la presteza que les caracteriza, acuden con prisa y trabajan sin ella, incluso sin mirar al reloj ni al calendario, porque, como María, son conscientes de que “los favores han de hacerse siempre completos”Y además, poseen la virtud de adivinar dónde los necesitan y acuden sin que nadie se lo pida.
No quisiera concluir mi reflexión sin manifestar que María, no sólo en el caso de su parienta Isabel obró sin que nadie se lo pidiera o mandara, sino que, en ocasiones, fue ella la que, con su perspicacia y espíritu de observación, adivinaba las situaciones embarazosas y salía al paso para solucionarlas: como sucedió, por ejemplo, en las Bodas de Caná, donde resolvió el sonrojo que aquellos dos jóvenes que acababan de casarse y se quedaron sin vino en plena fiesta…
Hoy hemos aprendido de nuestra madre María la maravillosa lección de adivinar cuándo y dónde se nos necesita, y de acudir para su solución sin que nadie nos lo pida.
Pedro Mari Zalbide

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