El Adviento invita a todos los bautizados a la vigilancia, a preparar el camino al Señor, a una mayor conversión porque Él viene, porque «el Señor está cerca». La presencia ya cercana del Señor ha de ser al mismo tiempo la causa de una alegría creciente, de una alegría intensa para el creyente. Es a esa alegría a la que invita el apóstol Pablo cuando escribe a los filipenses: «Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres… El Señor está cerca».
La invitación al gozo exultante por la presencia próxima de Dios la encontramos también en la primera lectura: «Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén… El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva» (Sof 3, 14.17). El profeta Sofonías invitaba a los habitantes de Jerusalén al júbilo exultante porque Dios mismo con su visita traería pronto la salvación a su pueblo. En este llamado la tradición cristiana reconoce el anuncio profético de una presencia y acción salvadora de Dios de muchísima mayor trascendencia. Se trata del anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios, el Señor que viene a salvar y reconciliar a la humanidad entera. En la Virgen María, la hija de Sión por excelencia, encuentra especial eco aquella invitación de Sofonías, pues aquella misma invitación a exultar de gozo por la cercanía y presencia salvadora del Señor es la que ella escuchó al recibir el saludo del arcángel enviado por Dios en el momento de la Anunciación-Encarnación: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28).
Tomar conciencia de la venida y presencia ya cercana del Señor no sólo es causa de una alegría creciente, sino que mueve espontáneamente a la preparación: quien espera, al tiempo que se alegra pensando ya en el momento del encuentro, dispone todo para que ese encuentro se dé plenamente, para que sea un momento intenso. El Bautista era aquella “voz del desierto” que llamaba a sus contemporáneos a preparar el camino al Señor, a cambiar de conducta, a convertirse del mal. Con su predicación movía los corazones al arrepentimiento, suscitando el deseo de cambio en sus vidas. Muchos, al escuchar su encendida prédica, se acercaban a él para preguntarle: “¿Qué hemos de hacer?” (Lc 3, 10). ¿Qué acciones concretas debemos realizar? La conversión exige obras justas según la condición de cada cual, su propia función en la sociedad.
A “la gente” en general el Bautista recomienda compartir sus bienes con los necesitados, vestidos o alimentos. Era la misma antigua recomendación de los profetas (ver Is 58, 6-7). Es la exigencia de la caridad que lleva a vivir la solidaridad con quien carece de lo básico. Lleva a acciones concretas como partir el pan con el hambriento y a cubrir a quien ve desnudo. Todo aquel que quiere recibir adecuadamente al Señor debe obrar de este modo, debe vivir la solidaridad con el prójimo en necesidad, pues «si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y hártense”, pero no les dan lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (Stgo 2, 15-17; ver también: Mt 25, 34-36; 41-43).
A los publicanos les recomienda no exigir más de lo debido. Los publicanos eran los cobradores de impuestos. Los judíos que prestaban este servicio eran especialmente odiados por los suyos, puesto que trabajaban para los romanos, constituyéndose por ello en colaboradores de un pueblo pagano que tenía sometido al Pueblo de Dios. La gravedad de su pecado los hacía “impuros”. Los publicanos se enriquecían cobrando normalmente “más de lo establecido”, es decir, ellos cobraban más de la cantidad que los romanos les exigían para tener un margen de ganancia, muchas veces abusivo.
A los soldados les recomienda no abusar de su fuerza, tentación propia de aquellos que se apoyan en sus músculos y en el poder de las armas. Cada soldado es responsable de poner su fuerza al servicio del bien y de la justicia, no de la injusticia, de la extorsión, del chantaje, del mal. “Contentarse con su paga” puede acaso referirse también a aquellos soldados o elementos del orden que debido a una paga a veces insuficiente aceptan sobornos con el fin de encubrir, proteger o defender a quienes corrompen la sociedad.
El Bautista causó una fuerte conmoción en Israel con su figura profética así como por el anuncio de la cercanía del Reino de Dios. Su autoridad era grande, al punto que muchos se preguntaban si él no sería el Mesías (ver Lc 3, 5ss). Él responderá con toda humildad, muy consciente de su propia identidad y misión: «Yo los bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo… Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16). No es Él el Mesías, sino el precursor, aquel que va preparando el camino a Aquel que viene.
LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
Juan llama a la conversión, al cambio de vida, a abandonar el sendero que conduce a la muerte y recorrer el camino que conduce a la Vida. Muchos al escucharlo se estremecen y profundamente cuestionados por su predicación acogen su llamado y le preguntan: “¿qué debemos hacer?”. El reconocimiento humilde de los pecados cometidos, el verdadero arrepentimiento lleva a un serio propósito de enmienda, a querer cambiar de conducta y poner medios concretos y proporcionados. Quien se toma en serio la invitación a la conversión se dispone con todo su ser a la acción en la línea del recto obrar, a procurar seriamente la adquisición de las virtudes que resplandecen en el Señor Jesús y en su Santa Madre.
“¿Qué debo hacer?”. Esa es también la pregunta que continuamente debemos dirigirle al Señor y a aquellos que el Señor pone en nuestro camino para ayudarnos a preparar el camino del corazón al Señor. ¡Qué importante es escuchar al Señor, sus enseñanzas! ¡Que importante también es buscar el consejo de personas experimentadas en el camino de la vida cristiana, de hombres o mujeres sabios y prudentes, llenos de Dios e inspirados por el Espíritu!
Recurrir a buenos consejeros es fundamental en el propio caminar para no tropezar o desviarnos del recto camino. Y es que muchas veces nuestras propias pasiones, afectos desordenados, caprichos, la soberbia de creer que “yo sé mejor qué camino debo recorrer”, la influencia de los criterios mundanos, los apegos a propios planes y demás, nos vuelven ciegos para reconocer y recorrer sin tropiezos el camino que conduce a la verdadera vida y felicidad. Para que eso no ocurra, son necesarios los guías que con sus consejos nos devuelven la vista y nos ayudan a caminar por el camino que conduce a la Vida.
Así, pues, el Evangelio de este Domingo nos deja como lección para la vida cristiana la necesidad de escuchar al Señor para hacer lo que Él nos diga, así como de buscar las orientaciones de un buen consejero a fin de obrar rectamente. De ese modo preparamos el camino al Señor para que venga y habite en nuestros corazones: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23).
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