No es noticia, ya no lo es, que en algunas ciudades sus regidores (dígase gobernantes) se han empeñado tanto en simplificar o descristianizar tanto las luces de estas fechas que, en vez de luz, dan pues… eso: pena. Parece como si, con la cantidad de problemas que tenemos, con los momentos de oscuridad que estamos viviendo, algunos –los que mandan– se empeñaran además en quitarnos lo que la iluminación navideña ha de ser y significar: alegría.
1.- Un poco de alegría, por favor. ¡Es el Domingo de Gaudete! Y, la Navidad, porque el Señor viene nos despierta y nos levanta. No es un júbilo simplón ni superficial. Sabemos que, el Nacimiento de Cristo, marcó un antes y un después en la historia de la humanidad y para aquellos que, lo estamos preparando en este Adviento, es también una inyección de optimismo, esperanza, de agrado o de ilusión: estamos contentos porque, el Señor, sigue naciendo en el pesebre de la humanidad; aunque, algunos, se empeñen en vivir de espaldas a Él o, tal vez, ser más felices e ir de “guay” con el solsticio de invierno, que con Aquel que es mucho más que ese cambio, primavera, otoño y hasta el mismo verano: Jesucristo.
2. Un poco de alegría, por favor. ¡Que viene el Señor! Y este mundo nuestro es un campo minado por todos los lados. En la sociedad (donde brota la desconfianza), en la clase política (cuando se creen redentores de todo lo humano), de la familia (que ha dejado mayormente transmisora de la fe) o en la misma Iglesia (cuando no es fuerte frente a las pruebas, la crítica o la incomprensión). ¡Cómo no va a venir el Señor! Necesitamos de su presencia como aquel hogar en el que, después de muchos años, volvieron a escucharse las sonrisas a millares porque había nacido un primogénito. El mundo, por si lo hemos olvidado, es ese hogar en el que –desde hace algún tiempo– el laicismo beligerante y retorcido se empeña en apagar el llanto o el gorjeo de un Niño que ha sido fuente de inspiración de poetas, músicos, artistas y del mismo villancico. No podemos exigir a los que se empeñan en vivir la Navidad con cara semi-acontecida que la vivan cristianamente. Ni tan siquiera podemos pretender que, otros que hablan de “espíritu navideño”, den un paso adelante y tengan la experiencia de unos días con Jesús el del pesebre. Pero ¿y nosotros? ¿Cómo la vivimos? ¿Ya pregonamos el secreto de la Navidad? El hecho de que algunas ciudades sean adornadas con aderezos que no dicen nada y que afean más que embellecen, no significa el que nosotros no podamos manifestar hacia fuera lo que, en nuestras casas, se vive por dentro: el Nacimiento de Cristo. Recuerdo siempre cuando, en una Navidad en Belén de Palestina, no había casa donde en la ventana o en el balcón, no destellara una estrella de cinco puntas encendidas. SI los cristianos no encendemos la luz de Navidad, no esperemos que sean los ayuntamientos (muchas veces sin luz interior alguna) los que nos recuerden lo qué celebramos en estos días: ¡La alegría de un Dios que sale a nuestro encuentro!
3. Los padres de la Iglesia escribieron “Cristo ha venido a animar una fiesta en el corazón de la humanidad”. Aquí está “la prueba del nueve” ¿Qué es Jesús para nosotros? ¿Qué sentimientos y sensaciones produce? ¿Cómo estamos preparando la fiesta de la Navidad? Hemos comenzado, con toda solemnidad el Año de la Misericordia (hoy en la mayoría de las Diócesis del mundo se abrirá la Puerta Santa). ¿No es un motivo de INMENSA ALEGRÍA que, el gran acto, la gran apuesta de DIOS por nosotros, el mayor exponente de su misericordia haya sido precisamente que se nos ha dado, totalmente, en Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre? ¿Cómo vamos a responderle a semejante apuesta? ¿Tal vez un poco de alegría? Comencemos pues…a sonreír. Dios se le merece.
Javier Leoz
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