Domingo 2º de Adviento
Primera lectura (Isaías 40, 1-5. 9-11)
Segunda Lectura: carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15, 4-9
Evangelio. Lucas 3, 1-6.
Segunda Lectura: carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15, 4-9
Evangelio. Lucas 3, 1-6.
Juan el Bautista, voz que grita en el desierto.
El evangelista san Lucas (que hemos comenzado a leer en este nuevo año litúrgico, ciclo C) nos presenta a Juan proclamando un “bautismo de conversión” para prepararse a acoger al Mesías. Él muestra lo nuevo que viene a hacer el Salvador, Jesús. Conecta con los profetas de Israel: su mensaje de justicia social (3, 10-14) y su resistencia al poder opresor (3, 18-20); aunque también el bautismo que proclama es preludio y anuncio de lo nuevo que nos aportará Jesús.
Para vivir esta novedad de la Salvación, que el enviado de Dios nos trae, se requiere una conversión, un preparar el camino. Como nos dice otro profeta actual (el papa Francisco): “abajar la soberbia de la autosuficiencia y poner las bases de la humildad para reconocer la realidad; erradicar la violencia y sembrar la justicia; desplazar la codicia y vivir la caridad, desde la bondad y misericordia; hacer desaparecer la hipocresía haciendo brillar la verdad”.
La salvación está cerca
En la primera lectura (y también en el Evangelio) se nos ha anunciado un mensaje gozoso, lleno de esperanza: La salvación está más cerca, porque el Señor no tardará en venir. El profeta Bacuc presenta en “presente lo que será futuro”, la vuelta del exilio como el paradigma de la liberación y la salvación. Es cierto que la realidad que pinta es un tanto “idílica”. La que ante (Jerusalén) se vestía de luto ahora se viste de fiesta, la que lloraba en el desierto, ahora se alegra en el retorno, la que se sentía sola y abandonada, ahora divisa a sus hijos, que vuelven gozosos e ilusionados… Y es que antes, dominaban los enemigos; y ahora es Dios el que acompaña y reina.
Es algo más que una vuelta a casa, algo más que un cambio de vestidos; es como una “nueva creación”: Dios te dará un nombre nuevo.
Y esta nueva situación no es debido a ningún tipo de conquista humana, ni militar, ni política… Se debe sobre todo a que Dios se acuerda de ti. Dios decide, Dios regala, Dios guía, Dios provoca los cambios… “El Señor – como se dice en el Salmo 125- ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
Stop. Reflexión:
Y nosotros, ¿cuál es nuestra situación y nuestra actitud? ¿Estamos expectantes ante la intervención -“presencia creadora”- del Señor en nuestra vida? ¿O, más bien, no le echamos de menos, no le necesitamos… estamos dispuestos a seguir en el “exilio”?
Algunas dimensiones de la experiencia de “liberación”:
- Libertad. Es la vuelta de un largo y duro “destierro”. San Pablo dice: “Donde está el Espiritu hay libertad” (2Co 3, 17). Entendemos esta libertad en un sentido pleno, vivir más allá de lo que entendemos por “democracia”, sino vivir en y desde el Espíritu de amor.
- Alegría. Abandonad los vestidos de luto y vuelven cantando… La verdadera alegría es un don del Espíritu y nace de dentro.
- Fortaleza. Ponte en pie. Sube. Dios guía y, por lo tanto, no hay nada que temer. Están superados os miedos y decaimientos.
- Dignidad y divinidad. Envuélvete en manto de justicia y de gloria. Los esclavos, los sometidos, son convertidos en príncipes; aún más, en “hijos de Dios, porque participan de su “divinidad”. Por eso ser revisten de su justicia.
Esto es lo que significa un “hombre nuevo”, quien está dispuesto a vivir desde la “justicia y la gloria de Dios”. Y podemos seguir preguntándonos en este segundo domingo de adviento: ¿estoy dispuesto/a a ser “recreado por el Espíritu para” ser esa persona nueva que acepta la intervención de Dios en mí?
En y desde Cristo
Todo esto lo podemos leer en clave cristológica. Toda esta diversidad y riqueza de dones y bendiciones se encuentran en la persona de Cristo
Él es la gran sorpresa, lo realmente inesperado, lo que nada ni nadie podía esperar, ni siquiera soñar. Pero Él decide venir. ¿Cómo allano mi camino para que llegue a mí?
Él es nuestra libertad, nuestra alegría, nuestra fortaleza, nuestra dignidad y nuestra verdadera santidad. ¿Cómo le espero? ¿En qué fundamento mi esperanza?
Ven, Señor, a salvadnos:
Nuestro grito de adviento (en este segundo domingo) debe ser: “Ven, Señor a salvadnos”; pero no solo a nosotros individualmente, sino como comunidad humana, como comunidad eclesial, parroquia, educativa, etc. Necesitamos ser transformados por la fuerza del Espíritu para experimentar la Salvación de Dios. Desde la certeza que nos da una esperanza activa pidamos al Salvador que venga a nuestras vidas para que podamos transformar las estructuras donde se viva con verdadera dignidad como hijos de Dios.
Usta Sánchez, sdb
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