Lucas: ¡Hola, amigos y amigas!
Niño 1: ¿Quién eres tú?
Lucas: ¿No lo recuerdas? Soy el evangelista Lucas. Este año os voy a acompañar muchos domingos. Niño 1: ¿Qué bien, Lucas! ¿Y qué nos vas a contar hoy?
Lucas: Hoy os hablaré de un amigo de Jesús que intentó prepararle el camino y se llamaba Juan, de sobrenombre “el Bautista”. Escuchad: En el año 15 del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisario, virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Lucas: Sí, he estudiado bastante. Yo era médico y lo dejé todo para explicar a los demás lo bueno que era Jesús de Nazaret.
Niño 1: Juan también lo dejó todo y se fue a vivir al desierto. Bautizaba en el río Jordán a quienes querían convertirse para recibir bien a Jesús.
Lucas: Tienes razón. Juan intentaba que todas las personas fueran un poco mejores, porque sabía que Jesús era el Hijo de Dios y venía a salvarnos.
Niño 2: ¿Y las personas de entonces hicieron caso a Juan?
Lucas: Unos sí y otros no, y eso que Juan gritaba muy fuerte. Escuchad.
Juan: ¡Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos; que se eleven los valles y desciendan los montes y las colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale! ¡Y todos verán la salvación de Dios!
Niño 1: ¡Para preparar un camino al Señor como el que dice Juan, se necesitan muchas máquinas de obras públicas!
Lucas: Me parece que Juan no habla de los caminos de tierra, ni de carreteras...
Juan: Es verdad, yo hablo de los caminos del corazón, que pueden estar llenos de cosas buenas o de cosas malas.
Niño 2: ¡Claro! De mentiras, peleas, palabrotas y muchos de esos agujeros y baches.
Juan: Esos son los caminos que hay que preparar. Así todos veréis la salvación de Dios.
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