08 octubre 2021

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario [Ciclo B] – 10 de octubre, 2021

 Reflexión por Fray Carlos Salas, OP:


Tenemos entusiasmo de orar y pedir por sabiduría, pero a menudo nos quedamos cortos en hacer lo que nuestro Señor pide de nosotros. Como el hombre en la lectura del Evangelio, es fácil correr a nuestro Dios, arrodillarnos ante Él, y pedirle que nos muestre el camino y nos de la sabiduría que necesitamos. Estas oraciones son necesarias, aún así podríamos orarle y pensar de Él solo como cualquier otra persona. Jesús nos responde ligeramente, como lo hizo con el hombre, "¿por qué me llamas bueno?" Esto no es porque Cristo no es bueno, pero nuestro bendito Señor quiere que reconozcamos que Él es completamente Dios y completamente humano.
En lugar de orarle a Cristo buscando por una transacción, así como lo haríamos con cualquier persona, Él quiere que lo reconozcamos también como Dios y no como a alguien que podamos sobornar. Padre, Hijo, y Espíritu Santo es la fuente de toda sabiduría. La Santísima Trinidad es el bien al que Jesús apunta. Jesús le dijo al hombre, "Nadie es bueno sino sólo Dios," para que nosotros recordemos que Él es íntima e inseparablemente unido en la Santísima Trinidad. Entonces, cuando oramos por sabiduría y dirección, debemos reconocer que estamos orándole al Buen Dios: el Padre que nos ha adoptado, el Hijo que se hizo hombre y es el Camino, la Verdad, y la Vida, y el Espíritu Santo que mora en nosotros y es siempre con nosotros. Lo que este Buen Dios pide de nosotros va más allá de cumplir el pie de la letra de los Mandamientos. Lo que quiere de nosotros es que nos entreguemos enteramente a Él. Todo lo que hacemos solo es posible porque Dios nos sostiene. Si le permitimos hacerse cargo de nuestras vidas, es Cristo quien vive y trabaja en nosotros (Gál 2:20). Entonces, cuando oramos por sabiduría, le oramos a Dios, pidiéndole que nos tome en Sí mismo, confiándonos a Cristo, el Camino, para guiar nuestro cada momento. Es un llamado alto. Pero eso es lo que debemos hacer como cristianos Bautizados. Nuestro destino es el paraíso, entregarnos enteramente al Buen Dios, la Santísima Trinidad, y vivir con Él eternamente. La otra opción es entristecernos e irnos de Él, como lo hizo el hombre en el Evangelio. Aún, nuestro Buen Dios es paciente y es listo para recibirnos en el momento en el que nos entreguemos a Él.

Algo en que pensar:

¿Qué me detiene de tener una relación más íntima con Dios y reconocerlo como el Buen Dios? Puede haber un número y variedad de cosas, no limitadas a posesiones materiales. Puedo poseer un don que puede ser usado en mi comunidad parroquial para el bien de los fieles, pero lo resguardo como un tesoro en lugar de compartirlo con aquellos que lo necesitan. Parte de entregarme enteramente a Él significa ofreciendo los bienes y dones que Dios me ha dado para el beneficio de los demás. ¿Cómo estoy haciendo eso estos días?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario