08 octubre 2021

Comentario al Evangelio del domingo, 10 de octubre de 2021

 


    Aquel hombre debió sentirse orgulloso de sí mismo, porque todo eso lo había vivido desde pequeño. No es tan difícil cumplirlos: La gran mayoría de los hombres (y de los creyentes), los cumplen suficientemente. Pero eso es Moisés, el Antiguo Testamento. El discípulo de Jesús, el que quiere entrar en el Reino tiene aquí un punto de partida, el comienzo de «otra cosa» mucho mejor y más plena. Y Jesús le da una vuelta de tuerca con tres imperativos: vende, dale, sígueme. Es como si dijera: «Una cosa te falta»: «¿Por qué no dejas de estar centrado en los cumplimientos, en los mandamientos, en tu esfuerzo por ser «don perfecto», en «conseguir», alcanzar, heredar, tener...? Todo eso te hace sentirte muy satisfecho de ti mismo (la verdad es que no tanto, vista su inquietud), y sobre todo te pones a ti en el centro de todo. Pero no eres libre y no tienes lleno el corazón.

             Después de una mirada de cariño le dice: «Vamos a mirar juntos a los demás, a los que sufren, a los pobres». «Vente conmigo y ponte a amar, pon a los demás en el centro de tus inquietudes y preocupaciones... y que Dios sea tu único tesoro». En definitiva esa fue la propia opción personal de Jesús y es su propuesta sincera.

                     Y el que se había puesto de rodillas delante de él... sale de la escena en silencio, con el rostro arrugado y pesaroso: ¡era muy rico! No estaba dispuesto a descentrarse de sí mismo, Dios no era su tesoro. Su tesoro era otro... que le tenía encadenado. ¿Sería eso lo que le puso triste? ¿Se sintió triste al pensar que llevaba toda la vida siendo buena gente.... al descubrir que estaba fallando... al primero de los mandamientos, estaba fallando al Dios Bueno, que no estaba «sobre todas las cosas» ¿Se fue triste al no poder sostener la mirada de cariño y complicidad que le había ofrecido el Maestro?

               El caso es que renunció a comprobar que con Jesús la vida eterna y plena empieza a gozarse ya aquí, aunque sabía de sobra que «todo eso que tenía» no le servía para sentir que su vida merecía la pena.

A mí me gusta imaginar que aquel hombre impetuoso y «corredor».... no aguantó la tristeza que apareció con tanta fuerza en su corazón, la tristeza de ver su «verdad»..., ¡bendita tristeza! Y que acabó dejando de mirarse el ombligo, sus cosas, su perfección, sus proyectos... ¡y acabó siendo un buen discípulo de Jesús! No nos lo cuentan lo evangelistas. Pero ¡hay tantas cosas que no nos contaron!. Quizá ésta sea una de ellas. Me gusta imaginarlo así... porque... a lo mejor me pasa a mí.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

Imagen inferior del Blog "El Evangelio en casa" y Goyo

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