11 septiembre 2021

¡Tú eres el Hijo de Dios!

 

Como Pedro, Señor,
yo digo que tú eres el Hijo de Dios,
pero tengo miedo a perderte,
porque mi vida se mueve más
con los impulsos del reloj del mundo
que a instancias de una fe comprometida.
Digo «creo en ti» y miro hacia otro lado;
proclamo «espero en ti»
y me guío por otras estrellas.
Grito «eres lo más grande»
y te dejo, pequeño e insignificante,
con mis obras.

Como Pedro, Señor,
yo digo que tú eres el Hijo de Dios:
El que rompe los ruidos de la guerra con la paz.
El que resquebraja la violencia con la fraternidad.
El que dinamita el odio con la fuente del amor.
Por eso te pido queme ayudes a descubrirte
como el Señor de mi vida y de mi corazón.

Como Pedro, Señor,
yo digo que tú eres el Hijo de Dios.
Pero tú sabes, Señor, que a veces me desanimo.
No soy experto en reconocer los caminos de la vida,
sino que me he hecho especialista en tropezar.
¡Cómo me cuesta avanzar,
y cómo me empeño en deambular solo
cuando tú me ofreces caminar en compañía!
Me he acostumbrado a dejarme llevar
por la corriente,
como pez apagado y sin esperanza.
Te necesito, Señor, todos los días de mi vida,
para percibir que este tiempo
es tiempo de salvación
y para comprender que tu ternura
y tu misericordia son eternas.

Como Pedro, Señor,
yo digo que tú eres el Hijo de Dios,
y quiero decirlo con todas las consecuencias,
porque también he experimentado que sin ti
mi vida carece de sentido.
Por eso, Señor, yo afirmo,
con las palabras y con la vida,
que  ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

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