San Marcos 8, 27-35: Y nosotros ¿Qué?
¿Qué decimos cuando, en un ambiente frío u hostil, se nos interroga sobre nuestra fe? ¿Qué respuestas ofrecemos, desde nuestra vivencia religiosa, cuando se nos plantea la ausencia o inexistencia de Dios en medio del mundo?
1.- Preguntas que, más que respuestas, exigen un convencimiento profundo de lo que somos y vivimos: somos cristianos y queremos vivir como tales. Ser cristiano, no es muy difícil. Pero “VIVIR COMO CRISTIANO” se hace más cuesta arriba. Sobre todo si, vivir como cristianos, implica ir contracorriente. Decir al “pan, pan y al vino, vino”. O, por ejemplo, no comulgar con ruedas de molino en temas o en problemas que, la sociedad, presenta como paradigma de progreso o bienestar social.
Como a Pedro, también a nosotros, el corazón nos puede traicionar. Queremos un Jesús amigo, confidente, compañero pero sin demasiadas exigencias. Aquel viejo adagio “serás mi amigo siempre y cuando no pongas piedras en mi camino” viene muy bien para reflexionar sobre el mensaje evangélico de este domingo. Jesús nos lo adelanta: “quien no coja su cruz y me siga no es digno de mi”.
2.-Es cómoda una fe sin obras. Una vivencia sin más trascendencia que un “bis a bis” con Dios. Sin más compromiso que la tranquilidad que supone el estar bautizado. El ser cristiano, pero sin aventurarse en dar testimonio de lo que creemos, escuchamos y sentimos: Jesucristo es nuestra salvación.
¿Que quieres vivir bien? ¡No te compliques la vida! Pero, viene el Señor y nos recuerda que para entrar por la puerta del cielo, hay que emplearse a fondo en su causa. Confesar el nombre del Señor no solamente es despegar los labios y decir un “sí creo”. Además nos exige un construir nuestra vida con los ladrillos de la fraternidad, el perdón y el testimonio de nuestra fe.
3.- ¿Queremos confesar, con todas las consecuencias, el nombre de Jesús? Aprendamos a conocerle más y mejor. Nos preocupemos de meditar su Palabra. De avanzar por los caminos que El nos propone. El Señor, además de bautizados en su nombre, desea gente de bien que viva según lo que nos exige el Bautismo: una vida en Dios, entregada a los demás y profundamente arraigada en Cristo.
4.- En cierta ocasión un nadador cruzó un inmenso río. Y, al llegar a la otra orilla, le preguntaron: “¿son profundas las aguas?” Y, el deportista, respondió: “la verdad es que no me he fijado. Solamente he nadado superficialmente. No he buceado”.
Algo así, queridos amigos, nos puede ocurrir a nosotros. Como Pedro podemos pretender quedarnos en lo bonito de la amistad, En la superficialidad de la fe. Pero, el Señor, quiere y desea que ahondemos en lo que creemos. Que vivamos según como pensamos. Y que, en definitiva, no rehuyamos de esas situaciones en las que podemos demostrar si nuestra fe es oro molido o arena que se escapa entre las manos. Y nosotros ¿qué?
5.- NO ME PIDAS DEMASIADO, SEÑOR
Porque tengo miedo a perderte si,
en el camino vislumbro piedras y encrucijadas.
Porque, mi vida, a veces cómoda y caprichosa
se mueve más con los impulsos del tic tac del mundo
que con el agua de la fe.
NO ME PIDAS DEMASIADO, SEÑOR
Porque, temo decirte que “te amo”
Cuando, tal vez, sin quererlo o sabiendo
me amo demasiado a mí mismo
alejándome de ti y de tus mandatos.
Porque, diciéndote que “te quiero”
me cuesta manifestar públicamente
que, tu camino y mi amistad contigo,
no siempre ha de estar lleno de aplausos
ni reconocido por los poderes del mundo
¡NO ME PIDAS DEMASIADO, SEÑOR!
Digo “creo en Ti” y miro hacia otro lado
Proclamo “espero en Ti” y me guío por otras estrellas
Grito “eres lo más grande”
y te dejo, pequeño e insignificante, con mis obras.
Como Pedro, Señor, yo te digo que tú eres el Hijo de Dios
El que rompe los ruidos de los cañones, con tu paz
El que resquebraja la violencia, con tu fraternidad
El que dinamita el odio, con la fuente de tu amor
Por eso, Señor, no me pidas demasiado.
Pero, ayúdame, a crecer en mi trato contigo
A descubrirte como la fuerza más poderosa
Como el Señor ante otras decenas de señores
Como lo más querido en mi vida y en mi corazón.
Amén
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