Desde ahora me felicitarán todas las generaciones (Lc 1, 48)
Saludamos con simpatía esta solemnidad de Nuestra Señora de Agosto, que es el Tránsito o la Asunción de santa María en alma y cuerpo glorioso al cielo. Según una tradición, la Virgen María sobrevivió 23 años a la crucifixión y resurrección de su Hijo, dejando este mundo a los 72 años de edad hacia el año 56 de la Era cristiana. Y una vez consolidado el culto a Jesucristo, se difunde el culto a su Madre en el mundo cristiano con dedicación de ermitas, santuarios, iglesias y catedrales, que en España suman hasta unos 800 templos, con predominio de la advocación de la Asunción, que llevó a decir al poeta: Ramón Cué: “Todas las torres de las catedrales, / asunciones de España”. La creencia firme por el pueblo de Dios durante veinte siglos en la Asunción de María al cielo –lo que se llama tradición veraz- lleva al papa Pío XII a declarar verdad de fe el misterio de la Asunción. Y lo hace como Vicario de Cristo, desde la cátedra de San Pedro en Roma el 1 de noviembre de 1950 con estas solemnes palabras: Proclamamos y definimos que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María,’cumplido el curso de su vida terrena’, fue asunta al cielo en cuerpo y alma a la gloria celestial (DenzHun, 3903).
En esta breves y densas palabras pontificias se interrelacionan y conjugan los privilegios de Madre de Dios, Inmaculada y Asunta. Inmaculada porque Madre de Dios y Asunta porque Inmaculada. Como dicen los teólogos, Dios pudo hacerlo, convenía hacerlo y lo hizo (potuit, decuit, ergo fecit). ¿Y qué significa el misterio y dogma de la Asunción? Significa glorificación de María en cuerpo y alma gloriosos por virtud de la Ascensión de su Hijo Jesús. Porque en lenguaje teológico, Ascensión es ascender por propia virtud (caso de Cristo-Dios), pero Asunción es ascender por virtud de otro (caso de María creatura). María, inmaculada y madre de Dios y corredentora, tenía que ser resucitada y asunta, es decir, salvada y glorificada oficialmente, santoralmente, la primera después de su Hijo redentor.
¿Y cuál es su mensaje para nosotros desde el cielo, ella que es de nuestra raza humana?. Que la invoquemos, porque ella es la “omnipotencia suplicante”, al lado de su Hijo. El concilio vaticano II (1965) nos dice literalmente que “la verdadera devoción [mariana] no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (Lumen Gentium, 67). Virtudes teologales de fe profunda, esperanza viva y caridad fraterna; virtudes cardinales de prudencia, fortaleza, templanza y justicia; dones y frutos del Espíritu Santos: don de sabiduría, de consejo, de piedad, etc. Para ello, como dice san Bernardo, hay que llevar a María en la mente conociendo sus virtudes, en el corazón amando esas virtudes y en las obras practicando tales virtudes.
Pues que María Asunta, el arca de la alianza, la mujer vestida de sol del Apocalipsis (11,19; 12,1), la sin pecado, nos resucite y nos eleve más a la vida de santidad por caminos de salvación, poniendo a Dios, a imitación de la Madre de Cristo y de la Iglesia, como centro de la vida, con limpieza de conciencia y servicio a los hermanos, especialmente practicando la ‘misericordia de corazón’ con los más míseros (que eso significa miseri-cordia). Esa misericordia que proclama hoy María en largo diálogo con Dios recitando el himno llamado Magníficat (Lc 1,46-55), inspirado en otro similar de Ana, madre del profeta Samuel (1Sam 2, 1-8), donde María agradece sus dones y a la vez ensalza al Dios de los pobres, de los humildes, de los oprimidos y de los olvidados, porque su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (Lc 1,50). Qué bueno que al menos una vez al día, a lado del Padrenuestro evangélico (Mt 6, 9), recemos también un Avemaría, igualmente oración del evangelio iniciada por el Ángel de la Anunciación (Lc 1,28) y hoy completada por santa Isabel (Lc 1,42). Avemaría evangélica coronada por el Santamaría, que es oración de respuesta de la Iglesia, que somos todos. DIOS TE SALVE, MARÍA…SANTA MARÍA…
José RODRIGUEZ, o.s.a
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