María precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo (Lumen gentium, 68).
Proclama mi alma la grandeza del Señor.
Se alegra mi espíritu en Dios.
Ha mirado la humildad de su esclava.
Dios se ha fijado en María, en ella se ha posado la bondad de Dios. Ha vivido su fragilidad, sostenida por el abrazo amoroso del Espíritu; no se le ha agrietado el barro de su vasija, la gracia lo ha embellecido. Ha quedado llena de amor. Como todo lo de Dios está en María ella es su presencia viva en medio del pueblo. En ella está la originalidad de la nueva creación, de ahí que todas las generaciones la llaman bienaventurada. María, tú eres la música de Dios en nuestro mundo. Tu canto está lleno de futuro para nosotros. ¡Bendita eres!
Él hace proezas con su brazo.
María ha creído en la intervención de Dios en la historia de la humanidad, es la mujer del tiempo nuevo. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no poseen nada porque no pertenecen al círculo de los poderosos. En este canto profético está la esencia del reino que predicará Jesús por los caminos. Dios no deja que la historia se pierda en la nada. Los tiempos difíciles exigen personas creyentes que, desposeídos de la seguridad personal, confían solamente en Dios. Contigo, Señor, nada de lo pequeño se pierde.
En favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
La gratitud de la humanidad se hace canto. María sigue siendo la estrella del mar para todos los que seguimos A Jesús. María ha puesto sus pies en la eternidad y nos ha abierto el camino. Que el alma de María esté en cada uno para alabar a Dios; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en el Señor (San Ambrosio).
Alegría desbordante en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, agosto 2021
(Tomado de cipecar)
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