Con la fiesta del Bautismo del Señor, litúrgicamente cerramos el ciclo de Navidad y damos comienzo al Tiempo Ordinario, que durará hasta el Miércoles de Ceniza en su primera fase. El evangelio de estos domingos será el evangelio de S. Marcos, cuya lectura la hemos iniciado hoy. El Evangelista no nos narra la infancia de Jesús como lo hacen Lucas y Mateo. Tras unos breves versículos, comienza su evangelio hablándonos de Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y el primer eslabón del Nuevo Testamento.
Juan tiene como misión preparar la llegada del Mesías; a partir de este momento, Jesús, el Salvador de toda la humanidad, será el centro de toda la historia. Juan el Bautista no intenta usurpar un puesto que no le corresponde, no tiene la pretensión de hacerse pasar por el Mesías. El Bautista reconoce que no es nadie en comparación con aquel cuyo camino está preparando. Dice de Jesús: yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias (Mc 1,7). Desatar las sandalias era misión propia de esclavos. El Bautista ante el Mesías se siente siervo, esclavo. No es fácil reconocer que no somos los mejores sino que hay otros mejores que nosotros. Para reconocer esto se requiere de auténtica humildad.
La segunda parte del texto evangélico, más que centrarse en el Bautismo de Jesús, el evangelista pone el acento en la manifestación de Dios; éste es el centro de la escena, no el bautismo, sino los hechos que lo acompañan: se rasgan los cielos, el Espíritu desciende sobre él y se oye una voz desde los cielos que anuncian la identidad de Jesús. (Cf. Mc 1,10). El bautismo es simplemente la circunstancia para encuadrar el hecho. Jesús, que había acudido a bautizarse, se pone en la fila de los pecadores; se siente solidario con ellos. El bautismo de Jesús es como la preparación inmediata a su vida pública, la primera manifestación como Mesías e Hijo de Dios.
En el relato aparece -como hecho fundamental- toda la Trinidad actuando y revelando quién es aquel personaje que se bautiza: Es el Hijo de Dios, el ungido, el Mesías, el siervo de Dios. Sobre él testifica el Padre afirmando que es su Hijo para Él, y afirmando de Él que es su Hijo amado y en quien se complace (Mc 1,11).Es Dios mismo, no el Bautista, quien diseña los rasgos de su Hijo. La paloma es símbolo del Espíritu de Dios que invadió a los profetas, pero que ahora viene en plenitud sobre el Mesías; sirve para indicar que con la venida del Señor se da una presencia total de Dios, y que consagra a Jesucristo para su misión salvífica. Ya el profeta Isaías había afirmado del Mesías: Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él. En este siervo vemos la figura de Jesús, el preferido por Dios, porque con sus sufrimientos, salvará a su pueblo. (Is 42,1). Y en el prefacio de la misa rezamos: Hiciste descender tu voz desde el cielo, para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros; y por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres.
La Palabra de Dios nos invita hoy, como comenta S. Agustín, a contemplar el rostro de Jesús: en aquel rostro nosotros llegamos a entrever también nuestros trazos, los de hijo adoptivo que nuestro bautismo revela. El Evangelio no es algo de ayer que ya no nos afecta, ni algo que ocurrirá en un futuro lejano. El Evangelio es hoy, es actualidad, es ahora. Dios nos engendra como hijos suyos siempre, nunca deja de ser Padre. La filiación es una constante, porque la salvación ocurre en el presente de cada persona. Y porque el Padre tiene complacencia en su Hijo nuestro salvador, también los creyentes somos aceptados como hijos suyos y si aceptamos a Cristo como nuestro salvador, también el Padre tendrá su complacencia en nosotros.
¿Qué nos diría a nosotros Juan el Bautista al vernos tan orgullos de nuestro cristianismo? ¿Cómo acogemos nosotros el Espíritu de Jesús? ¿Somos conscientes que escuchar es también obedecer?
Vicente Martín, OSA
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