Hay un programa de televisión que se llama “La voz”. Ya sabéis en qué consiste: dejarse conmover por una voz, una actuación que se trata sobre todo de escuchar. Este tercer domingo de adviento el evangelio tiene como protagonista “la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor”.
La figura de Juan bautista nos predispone a escuchar la voz de Jesús. Escuchando la voz de Dios, ¿cómo podemos mover y conmover el mundo en que vivimos? Sólo si esa voz nos ha enganchado y seducido, si su tono, su melodía, su cadencia nos acompaña en cada momento habremos sintonizado con El para mover y conmover el mundo junto a El.
La voz de Jesús es portadora de buenas noticias, de alegría para todos. Su voz y su palabra venda los corazones desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y esclavos, la libertad para proclamar el año de gracia del Señor. Esta es la canción que no deberíamos haber olvidado, con este programa tomado del profeta Isaías se presentó la voz de Jesús ante su pueblo en Nazaret. Conocemos qué sucedió, fue rechazado por la mayoría. Pero nosotros le escuchamos y estamos aquí. Nunca tenemos bastante y queremos seguir escuchando y viviendo de sus palabras de vida.
Cristo ha pasado el testigo a su Iglesia derramando sobre ella desde el Padre el Espíritu Santo. Desde entonces la Iglesia tiene que encarnar profecía y sabiduría siguiendo los pasos del Señor. En nuestros días, la Iglesia es más fiel al Señor cuando da voz a los que no tienen voz, como ha hecho últimamente para denunciar las esclavitudes de todo tipo y el negocio que esconden; como hace cuando se pone de parte del auxilio humanitario a tantos inmigrantes en las fronteras de Europa o en el mundo entero.
Estad siempre alegres
Al mundo le sigue faltando luz, por eso se necesitan personas incandescentes esto es, transformadas al calor del mismo Espíritu que habitaba en Jesús. Capaces de cobijar a quienes no ven luz al final del túnel de la pandemia, de las crisis humanitarias, se su situación personal o comunitaria. Estamos todos en la misma barca y nos necesitamos unos a otros para socorrernos y proveernos de motivos para la alegría y la confianza en el presente y el futuro. Dios necesita de todos para alumbrar un cielo nuevo y una tierra sin males. ¿A quién llamará? ¿a quién enviará? a nosotros. Al mundo le faltas tú...por eso escucha lo que te dice Dios por medio del apóstol Pablo: “Estate siempre alegre. Se constante en orar. En toda ocasión da gracias, se agradecido: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ti. No apagues el Espíritu Santo, no desprecies el don de profecía: sino examinándolo todo, quédate con lo bueno. Guárdate de toda forma de maldad”.
Lo sabemos, como si fuera tan fácil. S. Pablo no habla por hablar puesto que tuvo una vida difícil a causa del Evangelio. Sabe y transmite por experiencia que la alegría no se debe confundir con la euforia. El verdadero gozo se asienta en el interior del discípulo cuando vive en la confianza de la fe, sabe perdonar y pedir perdón, practica la justicia y la compasión. Es el gozo de quienes navegan por la vida teniendo un “puerto” al que dirigirse, un rumbo, una identidad, un proyecto y un mundo de relaciones visibles e invisibles. Hay un gozo en quien lucha por mantenerse fiel a su proyecto de vida encajando desafíos y sacrificios. Es el gozo aprendido junto al pesebre y la cruz, alegría que no es nunca soledad sino comunión con el Dios vivo.
Jesús, la Voz que mueve el mundo cuenta contigo, no valen excusas, ni lamentos, ni jugar al escondite… conmuévete con su misericordia porque tienes que salir a buscar quien te conmueva para dedicar tiempo y energías en vendar corazones desgarrados y ser buena noticia para los que sufren. Dejémonos conmover y actuemos.
Para dar testimonio de la luz
El testimonio de Juan Bautista preparando la venida del Mesías nos confronta. ¿De qué manera nuestra vida puede adquirir una dimensión profética? Permaneciendo fieles a la causa que nos mueve; discerniendo con profundidad los acontecimientos; pronunciando una palabra lúcida que no pretenda ser en sí misma luz, sino testimonio de la luz que es Cristo Resucitado. Esa luz cuyos destellos brillan hoy como ayer, en el Evangelio leído con la Iglesia.
Dominicos y dominicas en todo el mundo estamos celebrando el Mes Dominicano para la Paz, con la mirada del corazón puesta sobre Ucrania, un país que sufre una guerra olvidada. El domingo próximo volveremos a conmemorar aquel sermón preparado por Antón Montesinos y su comunidad de frailes en La Española (Rep. Dominicana). Aquella homilía provocó entre conciencias adormecidas, un tsunami de luz evangélica que llega hasta nuestros días. Hoy como entonces, nuestra época precisa menos personajes “alumbrados” y más “testigos de la luz”, de la alegría, la fraternidad y la amistad social. La misión de la Familia Dominicana en Ucrania, comprometida con la rehabilitación de niñas y niños víctimas de la guerra y con la promoción de agentes de reconciliación en las zonas que más han sufrido, nos habla ya de cómo es posible atravesar los desiertos existenciales teniendo la Luz de la vida.
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