JOSE MARÍA CASTILLO
Juan Bautista fue un profeta de generosidades, renuncias, denuncias, con la lógica intolerancia que todo eso supone y lleva consigo. El Bautista vivió en la soledad del desierto, entre fieras y peligros, en la dura ascética de los hombres más íntegros. Además, fue un hombre libre, que denunció los pecados de los fariseos y de los teólogos, de los militares y de los que colaboraban con Roma mediante el cobro de impuestos (los publicapos). Juan denunció los escándalos del rey Herodes. Por todo eso dio su vida. ¿No son hombres de este estilo y esta categoría lo que necesitamos ahora sobre todo?Pues, por más extraño que pueda parecer, si este relato de Mateo es cierto, es un hecho que Juan Bautista no se enteró de que su enorme generosidad no arregla el mundo. Por eso, Juan se quedó desconcertado cuando se enteró de lo que hacía Jesús. De ahí, el envío de dos discípulos a preguntarle si él era el que tenía que venir o había que esperar a otro. La vida de Jesús desorientó a Juan. Hasta quedar desorientado.
Juan seguía creyendo en la religión de siempre. Y en eso veía la solución de todos los males. Jesús vio las cosas de otra manera. Jesús vio que creer en Dios es creer en el hombre. Y, por tanto, acercarse a Dios es acercarse al ser humano, a todo ser humano, sobre todo al que sufre. Y todo esto, con una sola finalidad: este mundo no se arregla solo con sacrificios, ascéticas y denuncias.Además de eso, lo decisivo para arreglar este mundo es la bondad. La bondad con todos. Y la bondad siempre. En esto está el nudo de la religiosidad de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario