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Hoja para el III Domingo de Adviento
Dicen los pedagogos que, en la educación de la persona joven, y en la búsqueda de sentido cuando es adulta, son muy importantes las referencias de otros que, de algún modo, encarnan el ideal al que en el fondo se aspira y con el que poder identificarse. Estas figuras pueden ser líderes sociales, profetas religiosos, sabios o testigos de una vida auténtica y acreditada. De hecho, las sociedades han progresado cuando han tenido estas figuras y han sufrido cuando les han faltado.
En la vida no vamos solos, sino con otras personas, formando sociedad. Y no somos autosuficientes, sino necesitados de muchas cosas: de ayuda, a veces, de orientación, de discernimiento, de personas que abren caminos y marcan rumbos... Es bueno que los haya y que sepamos reconocerlos.
Los profetas del Antiguo Testamento y Juan el Bautista acompañaron a su pueblo, le guiaron, les enseñaron a descubrir las señales de la presencia de Dios en medio de la humanidad.
En esta época de la pandemia estamos desorientados: ¿hacia dónde vamos? ¿Quién nos guía en los diferentes ámbitos de la vida, de los valores, de la fe? ¿Quiénes son hoy luz en un desierto sin caminos?
La persona es un ser en relación con los demás y, por tanto, necesita de los otros. Todo ser humano necesita de personas que le ayuden a transitar por el camino de Dios, a clarificar la vida y la fe, personas con experiencia de Dios, que transmitan un testimonio creyente esperanzado y feliz.
Todos necesitamos de alguien que nos acompañe, ayude, nos interpele, nos cuestione, nos ponga en movimiento. Necesitamos tener personas con las que podamos expresar nuestros miedos, dudas, sentimientos. Necesitamos acompañantes que nos ayuden a descubrir la presencia del Dios de la Vida esta época de pandemia. Necesitamos encontrar hoy y aquí a un nuevo Juan el Bautista, a un nuevo Isaías, a un nuevo San Pablo que nos orienten a encontrar el sentido a nuestra vida y fe.
Necesitamos además de guías, testigos. Decía el papa Pablo VI que “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o, si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41).
Así era en tiempo de Jesús: Una sociedad extenuada y desorientada, huérfana de profetas que sufría el silencio de Dios. Hasta que “surgió un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan: venía como testigo, para dar testimonio de la luz... No era él la luz, sino testigo de la luz”.
Nosotros hoy podemos decir: Surgió un hombre llamado Francisco, que vino de lejos para dar testimonio de la alegría del Evangelio.
Francisco es hoy voz de testigo y de profeta de un Dios cuyo nombre es misericordia, de una Iglesia pobre y para los pobres, de una economía al servicio de la persona, de la justicia y la igualdad, del derecho de los refugiados, del cuidado de la casa común, del diálogo, de la paz...
Testigos sencillos que acompañan la vida. Nuestro mundo hoy en esta época de pandemia necesita líderes, profetas de un futuro mejor, testigos que convenzan. Dios se muestra por medio de profetas y testigos, y nosotros debemos reconocerlos allí donde estén: lejos y también cerca. Son personas que acompañan la vida, la mejoran, y dan razón de la fe.
Todos estamos llamados a ser testigos. No hay que ser “súper” en nada; sólo amar la vida, sentir al ser humano, querer vivir desde la fe.
Tiempo de Acompañar. Una de las aportaciones mejores que podemos regalar las comunidades cristianas en esta época de incertidumbre es acompañar a las diversas generaciones de nuestros pueblos, barrios, parroquias, zonas...
• Muchas personas están desorientadas, llenas de miedo, perdidas ante lo que está pasando.
• Muchos vecinos han perdido a sus seres queridos o no han podido despedirlos cómo se merecen.
• Hay personas que han perdido su trabajo o se encuentran en ERTES.
• Vecinos a los que les cuesta llegar a final de mes.
• Mayores que no pueden salir de sus casas o de sus Residencias. Muchos de ellos estarán solos estos días.
• El personal sanitario se encuentra cansado, desanimado, al borde del colapso.
• Padres y madres que no paran por el ritmo de los trabajos, los horarios, la educación de los hijos...
• Autónomos y empresarios que ven peligrar sus negocios.
• El futuro económico y laboral de nuestra tierra es poco esperanzador.
• Nuestros jóvenes tienen que marchar.
Acompañar es caminar con las personas. Marchar, buscar juntos, ayudándoles a crecer, estimulando su responsabilidad e iniciativa. Escuchar más que hablar, interrogar más que afirmar, sin pretender dar respuestas para todo.
Deberíamos crear en nuestras comunidades espacio de escucha, de acompañamiento en la vida y en la fe a las diversas generaciones.
En la Diócesis contamos con el Centro de Orientación Familiar. Una buena herramienta para ayudar a las personas en esta época. La brújula de la familia contiene pequeñas dosis de acompañamiento y ayuda para esta época de desesperanza que vive nuestra gente. Proponer a algún vecino, amigo, persona que acuda a los especialistas del COF puede ser la mejor manera de acompañar en estos tiempos.
Nuestro modelo de actuación en esta tarea es Jesús de Nazaret, su vida y su mensaje. Jesús acompaña con la presencia, compartiendo la realidad completa de su pueblo y de sus gentes. No se puede animar desde fuera ni a distancia. Es necesario acompañar la fe desde el corazón de la vida, allí donde las personas estamos interesadas.
Jesús acompaña con la palabra. El evangelio está repleto de ejemplos en los que descubrimos el carácter dialogante, comunicativo y cercano de Jesús para con todos. Diálogos serenos y profundos: con Nicodemo, con Marta y María, con la Samaritana... Diálogos sencillos y ocasionales: comiendo con los pecadores, curando enfermos, en parábolas... Diálogos muy críticos con los fanáticos, los fariseos, los escribas... Diálogos con sus discípulos a los que instruye largamente en privado...
Jesús acompaña con la acción. Jesús ha sido enviado para la misión de transformar los corazones, hacer el Mundo Nuevo, construir el Reino. Su vida es testimonio de un actuar liberador preocupado especialmente por los más pobres y los pecadores.
Jesús acompaña compartiendo su misión: responsabiliza a otros. Dice el evangelio que Jesús: “Subió al monte y llamó a los que quiso para estar con él, para enviarlos a predicar, con poder para liberar de los demonios” (Mc 3,14). Es decir, Jesús quiere que los otros corran la misma suerte que para él desea; quiere personas salvadas por la Palabra, que hablen desde la experiencia testimoniando su fe; quiere personas comprometidas en la tarea de liberar a los demás y crear un mundo mejor.
Adviento 2020: Tiempo de Cuidar y Crear
Tercer Domingo: Acompañar
• DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era. Su testimonio fue éste:
[...] Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor.
[...] Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis. Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. [...]»
• ENCENDEMOS LA TERCERA VELA
Al encender esta tercera vela, queremos presentarte, Señor, nuestro deseo de vivir la alegría de tu llegada.
Queremos interiorizar esa alegría. Que llegue a nuestros corazones para poder cambiar las zonas duras de nuestro corazón.
Queremos vivir la misma alegría que sintieron aquellas personas sencillas a los que se anunció tu llegada a nuestro mundo.
Que tu espíritu habite en nuestros corazones, para poder acompañar a todas las personas de nuestra comunidad, sociedad, barrio, pueblo…
Unidos a todas las comunidades te decimos: ¡Ven Señor, Jesús!
• NECESITAMOS ACOMPAÑANTES Y TESTIGOS
En esta época de la pandemia estamos desorientados.: ¿hacia dónde vamos? ¿Quién nos guía en los diferentes ámbitos de la vida, de los valores, de la fe? ¿Quiénes son hoy luz en un desierto sin caminos? La persona es un ser en relación con los demás y, por tanto, necesita de los otros. Todo ser humano necesita de personas que le ayuden a transitar por el camino de Dios, a clarificar la vida y la fe, personas con experiencia de Dios, que transmitan un testimonio creyente esperanzado y feliz.
Todos necesitamos de alguien que nos acompañe, ayude, nos interpele, nos cuestione, nos ponga en movimiento. Necesitamos tener personas con las que podamos expresar nuestros miedos, dudas, sentimientos. Necesitamos acompañantes que nos ayuden a descubrir la presencia del Dios de la Vida esta época de pandemia. Necesitamos encontrar hoy y aquí a un nuevo Juan el Bautista, a un nuevo Isaías, a un nuevo San Pablo que nos orienten a encontrar el sentido a nuestra vida y fe.
Necesitamos además de acompañantes, testigos. Decía el papa Pablo VI que “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o, si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41). Así era en tiempo de Jesús: Una sociedad extenuada y desorientada, huérfana de profetas que sufría el silencio de Dios. Hasta que “surgió un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan: venía como testigo, para dar testimonio de la luz... No era él la luz, sino testigo de la luz”.
• PARA PENSAR
- ¿Cómo acompaño a los demás, si me tengo que mantener a distancia?
- ¿Somos cercanos con nuestros vecinos, compañeros, personas…, aunque estemos físicamente separados?
- ¿A qué personas, grupos, colectivos… tenemos que acompañar los cristianos para aportar algo de esperanza en este momento concreto que nos toca vivir?
• ¿CÓMO ACOMPAÑAR HOY DESDE LA SALUD?
Ser enfermera o cuidar, en rigor, siempre ha sido hacerse responsable de la salud de otros, estar pendiente de sus necesidades, proporcionarles lo necesario para que estén bien o evitarles el mal y los peligros. Pero no sólo eso…
Hoy más que nunca, cuidar va más allá: está siendo aprender a sonreír con los ojos, llevar el corazón y el cariño en las manos, aunque estén “enguantadas”; aprender a hacer nuestros el dolor y la soledad del otro y compartirlos estando a su lado, sin palabras, a veces sólo con una mirada y un apretón de manos. Compartir todo eso, apoyando, acompañando, sintiendo con ellos sus miedos, su angustia, sus incertidumbres, sus preocupaciones…
Convertirse un poco en esa “familia” que no puede estar a pie de cama o de consulta con el paciente, escuchando como si tuvieras todo el tiempo del mundo y con el corazón apretado porque sabes que otros pacientes también te esperan. Asumiendo interiormente, en muchas ocasiones, el dolor del que se marcha solo, sabiendo que se va, y que no puede estar arropado por sus seres queridos y queriendo suplir de alguna manera todo ese amor que ellos no pueden darle.
Transmitir de alguna manera (y a pesar de nuestros propios miedos personales) que todo va a ir lo mejor que pueda, que no están solos en ese trance y hacer que se sientan un poco más seguros, un poco menos solos y más acompañados.
Nuria Ibáñez Sevilla, Enfermera y Catequista
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