01 noviembre 2020

Solemnidad de Todos los Santos

 1.- «De toda nación, raza, pueblo y lengua…» (Ap 7, 2-4.9-14)

La universalidad de la santidad. La proclama el Apocalipsis como signo de un Dios que no hace distinciones. Ha subrayado el autor la «inmensa multitud que nadie podría contar». ¡Lástima que algunos se queden y especulen con los ciento cuarenta y cuatro mil! Quienes así piensan hacen de la bonita hipérbole que ve a Dios, rodeado «de todos sus santos» una reducción matemática. Nada que ver con el Dios que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».

La abundancia de santidad es «una victoria de nuestro Dios». A pesar de todo, es verdad que «donde abundó el delito, sobreabundó la gracia». La gracia que hace el pequeño milagro de una bondad encarnada en hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las condiciones. En medio de «la gran tribulación» son, en efecto, muchos «los que han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».

Ellos merecen, hoy, nuestro recuerdo agradecido. Para nosotros, ellos son el testimonio y también signos de bondad. Podemos ser contados entre «la multitud que nadie podría contar». Anónimos pero «nombrados». «Vuestros nombres están inscritos en el cielo».

 

2.- «Lo veremos tal cual es» (1Jn 3, 1-3)

«Ver Dios» en el Antiguo Testamento equivalía a morir. La presencia de lo divino provocaba aquel interior respeto y miedo que provocaba una pretendida lejanía.

San Juan, sin embargo, pone en la «visión cara a cara de Dios» la meta del camino. «Lo veremos tal cual es». Y la razón no puede ser más «escandalosa». «Porque seremos semejantes a él». Lo que en el relato del pecado original había sido tentación y caída. «Seréis como Dios», se convierte en Cristo nuestra meta de la gracia «Ser semejantes a Dios». Una restauración de la intención originaria de Dios Creador. «A semejanza de él los creó».

Con la salvación en Cristo, la semejanza adquiere hondura. No se trata solamente de la relación criatura-creador. Con Cristo y en Cristo, media la filiación. «¡Qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos!» Y ¿qué alegría mayor que «parecerse al Padre»? Ese es el camino de la santidad parecerse al Padre-Dios.

 

3.- El parecido, por caminos desconcertantes (Mt 5, 1- 12a)

En la redacción de Mateo, el camino de las bienaventuranza es el programa de vida del discípulo para «parecerse a su Dios». Bienaventuranzas transmitidas ya por Mateo en un ambiente eclesial.

Quien quiera «parecerse a Dios» debe tener un proyecto: el de Jesús, nuevo Moisés, proclamando «las leyes» de la Nueva Alianza. Unas leyes «desconcertantes». Atrás queda todo espíritu de revancha; todo deseo de «pagar con la misma moneda». El discípulo que resulta de la vivencia de las bienaventuranzas, se convierte en hombre o mujer «de otra manera».

En definitiva, la santidad es una vida alternativa. Se cambian «los valores», para «gozan> los nuevos (gozarlos, porque de dicha se trata). En ese contraste vital, se ofrece al mundo un nuevo modo de ser «dichosos»; la pobreza, el sufrimiento, la limpieza de corazón, la misericordia, la paz… Valores nuevos para una esperanza nueva: «Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Candelas de verdad

¡Santos de Dios, esencia de su tarro,
experta de prolíferos amores,
encarnación gozosa de valores
frente a los viles ídolos de barro!

¡Santos de Dios, gracioso despilfarro
el bien obrar! ¡Legión de perdedores!
¡Espejo de prudentes soñadores!
¡Pauta elocuente del vivir bizarro!

Fueron en cada tiempo y cada trance
candela de verdad, vida al alcance
de cuantos la esperanza tiene alerta.

Fueron sabios, labriegos, menestrales,
pobres, ricos, artistas, industriales…,
mujeres y hombres con la fe despierta.

Pedro Jaramillo

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