1.- Las Bienaventuranzas marcan nuestra “forma de ser” como cristianos. Y, por tanto, serán en el mundo futuro una común característica para todos los que están disfrutando de la Visión de Dios. La condición de Santos, la refleja bien San Juan en el fragmento del Apocalipsis, donde “una muchedumbre inmensa que nadie puede contar está en pie ante el Trono del cordero”. Nos acerca al gozo de permanecer en la presencia de Dios para siempre. Hay en este texto un mensaje de Eternidad, con olor a Mundo Futuro que, tal vez, no podamos comprender bien ahora. Pero que muestra brillos de la unidad de estado y de felicidad de quienes están –ya– adorando continuamente al Señor, en presencia de los ángeles.
2.- Va a ser también San Juan en su Primera Epístola quien defina nuestra condición de Hijos de Dios y cual será nuestro “pasaporte” para el cielo. Es posible que ahora no podamos racionalizarlo bien. Pero para llegar a su cercanía real y fehaciente hemos de ser merecedores de la condición de hijos. “Queridos, ahora somos hijos de Dios -dice San Juan– y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro”. ¿No tiene bastante similitud este argumento con lo expresado en la imagen gloriosa del Apocalipsis, anteriormente citada? Sí, por supuesto. Y ambos textos nos sirven para atisbar esa vida en el cielo que es nuestra meta futura.
3.- Antes que nosotros, miles y millones de santos –conocidos o desconocidos, recordados u olvidados– viven la felicidad de saberse hijos, muy cerca del Padre, viendo su rostro continuamente. Los textos de Juan, Apocalipsis y Carta, son escenas para lo eterno. Nuestra meditación de hoy debe ir por esa proximidad celeste que nos ofrecen los textos citados. Claro que no es fácil, porque –tal vez– tengamos una idea del cielo –de la Vida Futura–, marcada por el viejo cliché de la imaginería tradicional, con los angelotes revoloteando sobre nuestras cabezas. Y ello nos impida centrarnos en su contemplación. Sin embargo, los textos de Juan son muy precisos. En fin, de vez en cuando, debemos olvidar la tierra y pensar en el cielo. No es malo quitar los pies de la tierra y volar hacia el lugar donde nos espera el Señor. La Fiesta de Todos los Santos es una buena ocasión para “colocar” nuestras meditaciones en el cielo.
4.- Ahora parece adecuado hablar de la Solemnidad de Todos los Santos en si misma, de la conmemoración litúrgica. Es una fiesta muy antigua y parece que su origen está en la dedicación del Panteón Romano a Santa María y los mártires. En el Siglo IV, ya las iglesias orientales conmemoraban esta fiesta. En el siglo IX se comienza a celebrar en lo que hoy es Francia para luego extenderse a toda la Iglesia latina. En los primeros textos cristianos, escritos inmediatamente después del Nuevo Testamento, nos encontramos con una pieza muy singular que son las Actas de los Mártires. Se trata de los documentos que reflejan los juicios a los que fueron sometidos muchos cristianos que se oponían a las leyes romanas de adorar ídolos y de presentar sacrificios rituales a las estatuas de los emperadores. Dichos relatos que, por supuesto, contienen interesante doctrina, también consagran documentalmente a un gran número de santos por su martirio. El culto a los mártires fue –y es– muy importante y de ahí se originó la devoción a esos hermanos singulares que supieron dar su vida por Cristo. Lo que los fieles pedían a esos mártires es muy parecido a lo que nosotros hoy solicitamos en nuestras devociones.
Ángel Gómez Escorial
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