Por Antonio García-Moreno
1.- AL ENCUENTRO DE DIOS.- El pueblo elegido estaba desterrado y gemía a las orillas de los ríos de Babilonia, colgadas las cítaras en los sauces de la orilla, mudas las viejas y alegres canciones patrias. Años de exilio después de una terrible derrota e invasión que asoló la tierra, el venerado templo de la Ciudad Santa convertida en un montón de escombros y cenizas. El rey y los nobles fueron torturados y ejecutados en su mayoría, mientras que la gente sencilla era conducida, como animales en manadas, hacia nuevas tierras que labrar en provecho de los vencedores.
Pero Dios no se había olvidado de su pueblo, a pesar de aquel tremendo castigo infligido a sus maldades. En medio del doloroso destierro resonaría otra vez un canto de la consolación, con el que se vislumbra y promete un nuevo éxodo hacia la tierra prometida, un retorno gozoso en el que el Señor, más directamente aún que antes, se pondría al frente de su pueblo para guiarlo lo mismo que el buen pastor guía a su rebaño, para conducirlo seguro y alegre a la tierra soñada de la leche v la miel.
"Súbete a lo alto de un monte -dice el poema sagrado-, levanta la voz, heraldo de Sión, grita sin miedo a las ciudades de Judá que Dios se acerca". Que preparen los caminos, que enderecen lo torcido, que allanen lo abrupto, que cada uno limpie su alma con un arrepentimiento sincero y una penitencia purificadora. Llega el gran Rey con ánimo de morar en nuestros corazones, de entablar nuevamente una amistad profunda con cada uno de nosotros. Por eso es preciso prepararse, despertar en el alma el dolor de amor herido por ofenderle, el ansia de reparar nuestras culpas y el deseo de hacer una buena confesión para recomenzar una vida limpia y alegre.
El Señor llega cargado de bienes, él mismo es ya el Bien supremo. Viene con el deseo de perdonar y de olvidar, de prodigar su generosidad divina para con nuestra pobreza humana. Viene con poder y gloria, con promesas y realidades que colmen la permanente insatisfacción de nuestra vida. Este pensamiento de la venida inminente de Jesús, niño inerme en brazos de Santa María, ha de llenarnos de ternura y gozo, ha de movernos a rectificar nuestros malos pasos y enderezarlos hacia Dios.
2.- CONVERTÍOS.- Cuando Juan Bautista comenzaba su predicación había en Israel un clima de gran tensión político-religiosa. El Pueblo elegido estaba bajo el yugo de Roma que ejercía su poder con la fuerza de sus legiones y la rapaz astucia de sus procuradores. Para colmo de males quienes gobernaban en la Galilea y en la región nordeste eran dos hijos de Herodes el Grande, Herodes Antipas y Herodes Filipo. Todos descendientes de los idumeos y pertenecientes, por tanto, a la gentilidad, a los malditos "goyím", considerados impuros por los judíos. Esa situación era para Israel un insulto permanente. Esto, unido a las profecías sobre la venida ya inminente del Mesías, provocaba en los ánimos el anhelo y la esperanza.
La voz de Juan resuena en el desierto, lo mismo que resonó la voz de Moisés. El nuevo éxodo que anunciara Isaías comenzaba a realizarse. Pero en este nuevo tránsito por el desierto no será otro hombre quien los guíe: será el mismo Yahvé, el mismo Dios que se hace hombre en el seno de una Virgen, Jesucristo. Ante esa realidad próxima a cumplirse, el mensajero del nuevo Rey clama a voz en grito que se allanen los caminos del alma, que se preparen los espíritus para salir al encuentro de Cristo.
Su mensaje sigue válido en nuestros días. La Iglesia, al llegar el Adviento, lo actualiza con el mismo vigor y energía, con la misma urgencia y claridad: "Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos... Preparad el camino del Señor, allanad su sendero". Sí, también hoy es preciso que cambiemos de conducta, también hoy es necesaria una profunda conversión: Arrepentirnos sinceramente de nuestras faltas y pecados, confesarnos humildemente ante el ministro del perdón de Dios, reparar el daño que hicimos y emprender una nueva vida de santidad y justicia.
El Bautista apoya con el testimonio de su vida el contenido de sus palabras. Su misma conducta austera y penitente es ya un clamor de urgencia que ha de resonar en nuestro interior de hombres aburguesados, medio derruidos por el confort y la molicie, acallados muchas veces por el respeto humano y por la cobardía de no querer complicarnos la vida: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?... Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da fruto será talado y arrojado al fuego". Meditemos estas palabras, reflexionemos en la presencia de Dios, imploremos su ayuda para rectificar y prepararnos así a recibirle como él se merece.
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