2 DE AGOSTO
San Buenaventura, Leyenda Mayor 9,7-8.
“Encontrándose el bienaventurado Padre Francisco junto a Santa María de la Porciúncula, una noche le fue revelado por el Señor que tenía que ir al Sumo Pontífice, el Señor Papa Honorio, que entonces estaba en Perusa, para impetrar la indulgencia para la iglesia de Santa María de la Porciúncula, que él había reparado hacía poco.
Levantándose al alba, llamó a su compañero fray Maseo da Marignano y se fue al dicho señor Papa Honorio, le dijo: ‘Padre santo y señor mío, hace poco que he restaurado una iglesia en honor de la Virgen gloriosa; suplico a Vuestra Santidad que otorguéis una indulgencia sin tener que dar una limosna’. Respondiéndole, el Papa dijo: ‘No es oportuno hacerlo; en efecto, quien pide indulgencia es necesario que extienda su mano para ayudar. Pero dime, cuántos años quieres y cuanto de la indulgencia debo yo poner’. San Francisco e respondió: ‘Padre Santo, ¡séale grato a Vuestra Santidad no el darme años sino almas!’ El señor Papa dijo: ‘¿Cómo, quieres almas?’ Respondió el bienaventurado Francisco: ‘Quiero, Padre Santo, si es del agrado de Vuestra Santidad, que cuantos confesados y contritos, y, como es debido, absueltos por el sacerdote, entren en dicha iglesia, sean librados de la pena y de la culpa, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y la hora de su entrada en la dicha iglesia’. Y el Señor Papa replicó: ‘Es una cosa muy grande lo que pides, Francisco, pues nunca la Curia romana acostumbró a conceder una indulgencia semejante’.
Dijo el bienaventurado Francisco: ‘Señor, lo que pido, no lo pido por iniciativa mía, sino de parte de Aquél que me ha mandado, es decir, del Señor Jesucristo’. Entonces el Papa le interrumpió al instante, diciendo tres veces: ‘¡Nos place que la tengas!’. Los señores cardenales que estaban allí presentes intervinieron: ‘Poned atención, Señor, que si concedéis a este una indulgencia tal, destruís la de ultramar’.
El Señor Papa respondió: ‘Se la hemos dado y concedido; no podemos ni debemos anular lo que hemos hecho. Pero modifiquémosla, para que se extienda sólo a un único día natural’. Entonces volvió a llamar a fray Francisco y le dijo: ‘He aquí que desde este momento concedemos que quienquiera se acerque a dicha iglesia y entre en ella contrito y bien confesado, sea absuelto de la pena y de la culpa. Y queremos que esto tenga valor cada año para siempre, sólo por un día natural, desde las primeras vísperas incluida la noche hasta las vísperas del día siguiente’. Entonces el bienaventurado Francisco, inclinando la cabeza, se disponía a salir del palacio y el Señor Papa viéndolo que se iba le volvió a llamar diciéndole: ‘Oh simplicísimo, ¿cómo es que te marchas? ¿Qué cosa llevas contigo de esta indulgencia?’. El Bienaventurado Francisco respondió: ‘Me es suficiente vuestra sola palabra. Si es obra de Dios, ¡Él debe manifestar su obra! Di esto no quiero ningún otro documento; sino que la carta sea la Virgen María, Cristo sea el notario y los testigos los Ángeles”.
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