Por Javier Leoz
Han pasado las navidades, y con el Bautismo del Señor, se inicia su andadura y su misión. ¿Qué andadura? ¿Qué misión?
1.- Ni más ni menos que aquello, que nosotros los cristianos, olvidamos con frecuencia: ser discípulo de Jesús es ser conocedor de su vida, entusiasta de Dios y orientar nuestra vida desde el Evangelio. ¿Lo hacemos?
Este Niño, al que visitaron humildemente los pastores; al que reverenciaron los magos para abrir su historia y su nombre a todos los pueblos de la tierra, inicia con su bautismo personal aquello para lo que ha nacido: ha venido para estar junto a nosotros, para enseñarnos el camino de la vida y del amor de Dios, y sobre todo, para dignificar nuestra existencia, divinizarla y darle otro color.
Se involucra de lleno en aquello que Dios le pide. Se abre el cielo, una vez más, no para entrar en el seno virginal de María, y sí para caminar por las entrañas de la tierra ofreciendo esperanza e ilusión a todo aquel que la ha perdido.
Aquel Niño que nació en una noche estrellada y silenciosa, hablará con fuerza sobre el amor y la justicia. Nos dirá que, el perdón, es distintivo de aquellos que se dicen amigos suyos y, sobre todo, nos invitará a ser testigos de lo que, El, dice, forja y enseña.
2.- El Bautismo del Señor es el punto de salida de una tarea que, además, sacude nuestras conciencias y nos ofrece muchas posibilidades.
-Sacude nuestras conciencias. Nos invita a plantearnos varios interrogantes. ¿Es nuestra fe operativa, profunda, convencida, creativa y activa? ¿No la tenemos demasiado dormida y arrinconada por vicisitudes o por vergüenza a exhibirla? ¿Por qué tanta bravura para hablar de lo superfluo, de aquello que pasa, y tanto miramiento o timidez para expresar aquello que decimos creer y sentir?
-Nos da muchas posibilidades. El Bautismo del Señor nos abre, nuevamente, el cielo. Escuchamos, una vez más, que somos hijos preferidos por parte de Dios, que nos ama pero, que hemos de intentar practicar aquello que Jesús nos dice. Y que, su misión, es nuestra misión. Que su locura, ha de ser nuestra locura. Que su fin, ha de ser nuestro fin. Que su camino, ha de ser el nuestro. El Bautismo del Señor es descubrir el sentido de nuestro propio bautismo. No se construye una casa para nunca habitarla. Ni, tampoco, se descorcha una botella de buen vino para desperdiciar su contenido. Ni, mucho menos, compramos un artículo de belleza para nunca lucirlo.
3.- De igual manera, el Bautismo del Señor, empuja y sazona el nuestro, con la luz de una gran verdad: hemos de ser sus testigos cumpliendo la voluntad de Dios allá donde nos encontremos.
Si Jesús, desde el día de su nacimiento, comparte nuestra condición humana, ahora, con su Bautismo carga con nuestras deficiencias y pecados, se compromete de lleno en un intento de recuperarnos y de llevarnos a Dios.
¿Qué ser cristiano no es cómodo ni fácil? ¡Por supuesto! ¡Nunca lo ha sido! Pero, Jesús, no se conformó con descender al Jordán para hacer el numerito. No cumplió el rito por simple tradición o presión social. En su ascenso, a la tierra llana y dura, comprobó enseguida que su mensaje era causa de tensión. ¡No dejaba indiferente a nadie! Fue un Niño que, siendo joven, no dejó frío a nadie.
4.- Me gusta pensar en aquel momento del Bautismo del Señor: “Jesús haciendo cola para ser bautizado por las manos de Juan Bautista”. Pero lo hacía con todas las consecuencias. Sabedor del compromiso que adquiría. Consciente de las dificultades que le esperaban en el recorrido del anuncio de su reino.
Y, también, me preocupa –por comparación- recordar la escena de tantos cristianos que se acercan (con muy poca paciencia, sin hacer cola y si puede ser, sin preparación alguna, mejor que mejor) para ser bautizados pero muy poco conscientes de lo que implica el vivir y sentirse como bautizados.
A una con el Señor, renovemos en el inicio de este año 2020 nuestro deseo de que la presencia de Dios en nuestra vida sea algo real, vivo, visible y testimonial.
5.- ORACION FINAL
Que también, en mí Señor,
se inaugure como en Ti
un nuevo tiempo de misión y de trabajo.
Que la presencia de Dios y del Espíritu
y de toda tu persona,
se haga presente en mí, de tal manera
que, viviendo con alegría mi ser cristiano,
sea semilla de aquella gran sementera que es tu Evangelio
Que también, yo Señor,
renazca a una vida nueva.
Que no me sienta seguro de mí mismo
Que no crea que, con ser bueno, ya es bastante.
Que me fíe de tu Palabra, y con tu Palabra,
me sienta querido por Dios y empujado
a proclamar su existencia en medio del mundo.
Tú, Señor, nos das una forma de entender la vida
Tú, Señor, nos das el secreto de la felicidad
Tú, Señor, con tu Bautismo
cargas con todas nuestras flaquezas y miserias.
Dios, sobre tus hombros, pones el futuro de nuestra humanidad:
¡Redímela con tu testimonio y sacrificio!
¡Rescátala de las incertidumbres que la asolan!
¡Recupérala de aquellos falsos dioses ante los que se postra!
Tú, Jesús, que eres preferido, amado, tocado por el Espíritu
Haz que, también nosotros,
sintamos el calor de la gloria del Padre
que no es otra que la comunión del Hijo con el Espíritu Santo.
Amén
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