Por Pedrojosé Ynaraja
1.- En nuestra actual cultura cristiana, el bautizo, generalmente, es un rito festivo en el que el sujeto, un niño o niña que está presente porque lo han llevado allí, sin que sea consciente de ello, que es el centro de la fiesta, sí, que en su honor se celebra tal acto, sin que para él suponga una especial y consciente felicidad.
2.- Generalmente, del sacramento, la mayor parte de los asistentes saben muy poco, pero nadie se avergüenza de su ignorancia. Ha acudido invitado, es una fiesta y es suficiente ser consciente de ello. El hombre es un ser festivo, ningún animal o animalito es capaz de imaginar y organizar tal cosa, es suficiente, lo único que puede importarle en todo caso es no meter la pata, no incomodar a nadie y tratar de divertirse cuanto más mejor. Si la familia se siente cristiana y responsable, será harina de otro costal. Consciente de lo que en la Iglesia se celebra al aceptarlo en su seno, se sentirá feliz. Uno más ha iniciado la ruta del Reino de los Cielos y ellos al engéndralo, han colaborado. Un santo más en perspectiva, un menudo santito, nueva esperanza.
3.- Algo más supone el bautizo de un adulto, no por parte de Dios, de su Gracia, que es idéntica, sino por la actitud consciente que se le exige al que solicita personal y libremente ser incorporado a la comunidad, salvado por Jesucristo, que con la acción sacramental se hace presente y perdonado totalmente de sus culpas. Lo que acabo de escribir, mis queridos jóvenes lectores, sería más oportuno decirlo la Noche de Pascua. Pero dado el común nombre de bautismo y la práctica del Papa que en esta jornada tiene por costumbre bautizar, me he permitido recordároslo.
4.- Ahora bien, lo que hoy celebramos es el bautismo del Señor, que si bien supuso un rito significativo presidido públicamente por Juan y un remojón en el Jordán, significaba y suponía en aquel tiempo, otros contenidos. Bautizar, remojar, era un rito que se utilizaba y que continua utilizándose actualmente, en la recepción de un prosélito, es decir en la aceptación a la familia de Abraham, en la incorporación al Pueblo escogido de alguien que no lo era. Se practicaba y continua practicándose en una Mikve, un lugar escogido de agua viva, donde se sumerge al hasta entonces gentil. La comunidad de Qumram también utilizaba un rito semejante en las ceremonias de admisión a su comunidad y el progreso de sus miembros.
5.- Juan, hijo de Zacarías e Isabel, escogió un rito semejante, no insólito en aquellos tiempos, para significar que aquellos que habiendo escuchado sus exigentes y proféticas palabras, querían reconocerle y darle la razón, reconociéndose públicamente pecadores, manifestar el cambio de rumbo que a partir de entonces iba a tener su vida. Era, pues, una humillación pública a la que no todos los oyentes se atrevían a someterse.
6.- Jesús escogió tal rito. A los ojos de los presentes se manifestaba pecador. En realidad cargaba sobre sí los pecados de todos los hombres, nuestros pecados. Tan asombrosa actitud reventaba la real, pero oculta divinidad suya. Hijo de Dios, movido interiormente por el Espíritu, se ofrecía al Padre. He dicho reventaba y quería designar con ello que en aquel momento, el espacio físico se trasformaba y el tiempo sucesivo, se detenía. Algunos privilegiados presentes fueron capaces de captar signos misteriosos e interpretarlos, sin olvidarlos nunca. Acordaos, mis queridos jóvenes lectores, que el pregón de Pentecostés, pronunciado por Pedro se inicia evocándolo.
7.- Nosotros que ambicionamos el éxito y que se nos sea reconocido siempre cualquier el triunfo, debemos aprender que el camino y el progreso espiritual, pasa por el entrenamiento de la humildad, ansiando solo el podio de la Fe. Aunque no sea este el objeto fundamental de la fiesta me impresiona siempre el final que escoge Él. No un paseo entre las turbas, exhibiendo trofeos o medallas, al estilo de los deportistas de hoy, sino retirándose discretamente al desierto.
8.- Solo y sin nada. En el silencio y austeridad del desierto, permanece largo tiempo. Es su entreno. Busca con ello situarse firmemente en el momento histórico de su vida para iniciar la etapa más visible de la misión que le ha traído al mundo. Austeridad, ayuno, silencio, meditación contemplativa, tal fue la realidad de este periodo que no abandonó nunca. Posteriormente, estuviera donde estuviese, se levantaba al amanecer, se alejaba y se entregaba a la oración.
Nuestro bautismo, del que nada seguramente recordaremos, pero que fue real, debe renovar y fortalecer su autenticidad, con periódicos retiros y habituales plegarias.
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