20 diciembre 2019

La Palabra de Dios se ofrece a todos

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1 – Feliz Navidad. Hoy se manifiesta el amor de Dios. Muestra su amor a toda la humanidad. Es Dios quien toma la iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a los hombres. Queremos preparar nuestro interior de manera que el Niño Dios encuentre en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.
El prólogo del evangelio de Juan identifica a Jesús con la Palabra, “el Logos” griego. La enseñanza de Juan el Bautista, el hombre enviado por Dios y testigo de la luz, nos conduce al encuentro con Jesús, “luz verdadera que alumbra a todo hombre”. La Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La hemos contemplado presente en la Creación. La vemos, como señala la Carta a los Hebreos, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, al cual Dios ha hablado en distintas ocasiones por medio de los profetas. En la etapa final de la historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para vivir en la oscuridad. ¿Y nosotros, qué preferimos las tinieblas o la luz? Porque, como dice San Agustín, “la Palabra de Dios se ofrece a todos; cómprenla quienes puedan. Pueden todos los que piadosamente lo quieren.
En esa Palabra se encuentra la paz; y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Por tanto, quien quiera comprarla, que se dé a sí mismo. Él es como el precio de la Palabra, si es posible expresarse así; quien lo da no se pierde a sí mismo, a la vez que adquiere la Palabra por la que se da, y se adquiere a sí mismo en la Palabra por la que se da. ¿Qué da la Palabra? Nada que no pertenezca ya a aquella por quien se da; antes bien, se devuelve a la Palabra para que ella rehaga lo que por ella fue hecho” (Sermón 117, 1-5).
2.- ¿Cómo recibimos nosotros la Palabra? Ella acampa entre nosotros, toma nuestra condición, “se hace hombre para divinizarnos a nosotros”. Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, quienes, según Joaquín Jeremías, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!
3.- Hoy María y José siguen llamando a nuestra puerta. He aquí un relato, un cuento que puede ser realidad:
“Estando tranquilamente descansando en mi confortable casa después de un duro día de trabajo, llamó a mi puerta un inmigrante pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:
— ¡Largo de aquí; no me molestes! Aquí no hay sitio para ti. Que te den de comer en tu país.
Más tarde llamó a mi puerta un mendigo pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:
— ¡Largo de aquí; no me molestes! Trabaja para ganarte el pan, como hacemos todos y no vivas del cuento.
Luego llamaron a mi puerta un drogadicto y un alcohólico, pero les dije lo que muchas veces se dice:
— ¡Largo de aquí; no me molestéis! Si estáis así es porque vosotros lo habéis querido. ¡Allá vosotros!
Poco tiempo después llamó a mi puerta un parado pidiendo ayuda, pero le dije lo que muchas veces se dice:
— ¡Largo de aquí; no me molestes! Si no trabajas es porque no quieres.
Finalmente llamó a mi puerta la injusticia, y entró arrolladoramente en mi casa sin yo quererlo, dejándome sin trabajo, sin dinero, sin casa y sin amigos. Desesperado, fui llamando de puerta en puerta pidiendo ayuda, pero siempre recibí la misma respuesta:
–¡Largo de aquí; no me molestes!
Me vi obligado a marchar de mi tierra, y fui vagando de un sitio a otro, recibiendo siempre la misma respuesta:
¡Largo de aquí; no me molestes!
Descubrí lo hostil que puede llegar a ser el mundo cuando se es un pobre excluido…., alguien que ya no cuenta para nadie. Refugiado en el alcohol, lloré amargamente tirado en un rincón de la calle, y allí quedé dormido sobre unos cartones. Al despertar, para sorpresa mía, me encontré de nuevo bajo el techo de mi confortable casa, acostado sobre mi cama y con mi pijama de siempre, teniendo todo lo que creía haber perdido desde que entró la injusticia en mi casa. ¿Qué había ocurrido? Después de serenarme un poco y recapacitar, me di cuenta de que todo resultó ser una terrible pesadilla, tan real como la vida misma.
De pronto llamó a mi puerta un hambriento pidiendo ayuda, y sin dudarlo, abrí mi puerta para que aquel hombre se sentara en mi mesa y comiera conmigo. Desde ese día decidí no seguir siendo culpable con mi indiferencia, y mi puerta quedó siempre abierta para poder hacer justicia a mis hermanos”.
4.- Amor de Dios a los hombres. “A quienes les recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Este don gratuito, grandioso e inesperado es como “nacer de Dios”. Dios se acerca a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos, “hacerse carne”, dice el evangelista. El misterio de la Encarnación, es el misterio del Amor de Dios a los hombres. Demos gracias a Dios en este día de Navidad por el Niño-Dios hecho hombre por nosotros.
Por José María Martín OSA

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