Por Ángel Gómez Escorial
1.- Cuando Jesús se niega a ser árbitro de una cuestión económica y dineraria está marcando uno de los puntos más llamativos de su doctrina. En el momento que envía a sus discípulos a predicar el Reino de Dios y les pide, asimismo, que no lleven ni alforja, ni dinero, dibuja un panorama en el mismo sentido. Pero habrá más datos: "No podéis amar a Dios y al dinero". El máximo punto de desinterés aparece cuando recomienda que no nos preocupemos por lo que vamos a vestir o tener y pone como ejemplo la majestad de los lirios del campo. Y así nos llega a nosotros un desinterés absoluto por el dinero cuando vivimos inmersos en un mundo en que el deseo de poder económico ya ha superado todos los demás. Sabemos, asimismo, que jamás como ahora todas las cosas se miden y se quieren conseguir mediante el uso del dinero.
2.- En la valoración moral de muchos cristianos suele haber diferenciaciones importantes. Hay quienes sitúan como un gran mal los asuntos sexuales, otros apuntan hacia un cierto libertinaje total de las costumbres como el mal mayor. Cada vez hay más cristianos que usan de los asuntos políticos como elementos de mala moral. Y así, si están en la izquierda o en la derecha, colocarán sus postulados en forma de virtudes, y las posiciones contrarias a la manera de pecados. Pero muy pocos, en definitiva, van a decir que el afán de enriquecerse y la opresión económica son un gran mal. Nos han enseñado a vivir en un mundo competitivo en que el éxito solo tiene una traducción plena en el grosor de la cuenta corriente. Incluso hay cristianos que prefieren el mundo de la piedad personal antes que el trabajo caritativo -amoroso- por sus hermanos. El constante y repetido mensaje de Jesús a favor de los pobres es tomado como un modo simbólico.
3.- Cuando Dios creó al mundo y al hombre quiso que hubiera un desarrollo armónico. El trabajo produce bienestar y riqueza. No se trata –por supuesto— de que todos vivamos en el desierto vestidos de saco. El problema no es tener riquezas. La cuestión está en repartirlas. En saber que hay gentes necesitadas que necesitan de nosotros. La pobreza de espíritu no está enfrentada a la pobreza más radical. Se trata de no poner nuestro corazón junto a las riquezas para que éstas no nos tiranicen. Hemos conocido a algún adorador del dinero. Cuando esa pleitesía llega, la gente cambia profundamente. El adorador del dinero se hace feroz, menos alegre y, de manera pertinaz, sólo habla de dinero hasta convertirse en un soniquete insoportable. Y, por supuesto, también hablan de dinero, quien lo tiene y quien carece de él. Y, sin embargo, la música es la misma. También algunos pobres sitúan en lo más alto de su alma el ídolo del dinero con efectos muy graves para su vida.
4.- La parábola de la limosna de la viuda nos marca un buen camino de interpretación. Hay mucha gente sin recursos que da todo lo que tiene. Y hay otra con mucho que escatima hasta en la moneda que echa en el cestillo de misa dominical. Hay ricos que mantienen que la Iglesia es más poderosa que ellos y que no tienen obligación de compartir ni siquiera una moneda. El mundo de las riquezas suele tener muchas determinaciones nefastas. Los grandes dramas familiares, el enfrentamiento a muerte --no es un eufemismo-- de familias siempre se produce por la disputa ante una herencia.
5.- La frase que hoy nos dice Cristo es perfecta: "Guardaos de toda codicia". Es la codicia la que cambia nuestras almas y nuestros corazones. En este mundo de hoy un cristiano va a medir bien su posición de auténtico seguimiento al Maestro al evaluar su "enganche" con el dinero y su nivel de codicia. Todo el entorno está lleno de adoración por el dinero. El consumismo ha ido complicándose no solo por el deseo de tener muchas, sino además por tenerlas de marcas con alto precio. Una de las mayores estupideces que pueden existir es pagar el doble o el triple por algo que siendo igual que el resto "se distingue" por su "imagen".
6.- Debemos meditar muy en serio sobre nuestra posición respecto a las riquezas y a la codicia. Puede pasar desapercibida desde el punto de vista cristiano esa mala inclinación, porque en pocas ocasiones se considera como pecado el mal uso de las riquezas. Y, sin embargo, la terrible inestabilidad de este mundo surge de ahí. Los pueblos ricos explotan a los pobres. Y los hombres ricos precarizan el trabajo de otra gente para tener más riquezas. La oposición del cristianismo al mal uso de las riquezas o a la explotación económica no es un invento moderno de los cristianos progresistas. Hay muchos ejemplos, pero, tal vez, merece la pena leer en estos momentos algunos párrafos de la Carta de Santiago donde se dice: "El jornal de los obreros que segaron vuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los lamentos de los segadores han llegado a Dios todopoderoso" (Sant. 5, 4)
7.- "La avaricia que es una idolatría". Pablo lo define estupendamente en la Carta a los Colosenses. Pocos adjetivos hacen falta ya. Es dinero es un ídolo de nuestro tiempo, que está ahí, conviviendo con nuestras creencias y haciéndose sitio. Es muy importante que el cristiano piense en su posición exacta respecto a las riquezas y cuál es el sitio que esas riquezas ocupan en su corazón. Pablo habla también en esa misma frase de la Carta, de la "impureza, la pasión y la codicia". No es cuestión de pasarlo por alto y ya dijimos en nuestro editorial de la semana pasada que el seguidor de Cristo tiene que aceptar la castidad que marca su estado, pero, asimismo, San Pablo enfatiza con el término idolatría --terrible pecado para él y para su tiempo-- el de la avaricia. Tengámoslo en cuenta.
4.- El Libro de Eclesiastés habla de la vanidad y es este defecto lo que lleva mucha gente a la persecución de distinciones y riquezas. Una vez más la liturgia dominical nos centra con enorme sabiduría nuestro propio y deseable camino.
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