03 agosto 2019

DOMINGO 18° del T. O. Ciclo C Trabajar para vivir

Introducción
 
Según una concepción muy pesimista, el libro del Eclesiastés recuerda la brevedad de la existencia y la vanidad de las cosas y aconteceres: «Todo es vanidad» (Qo 1,2-2,21-23).
El hombre se apoya en Dios, a quien el salmo canta: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación»(Sal 89,3-4.5.6.12-13.14.17).
Los resucitados con Cristo, nos dice san Pablo, hemos de abandonar nuestro vivir a ras de tierra, en el pecado del hombre viejo, para apuntar más alto y «buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3,1-5.9-11).
De nada sirve «llenar los graneros», dice el evangelio, porque el acumular no garantiza la vida. Lo importante es llenarse de la vida de Dios (Lc 12,13-21).

Homilía
 
¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar? Es un resumen bastante acertado de los distintos modos con que podemos afrontar la existencia. Y en ese sentido apunta el mensaje de este domingo.

Desde luego, no se trata de volver a aquellos viejos planteamientos religiosos según los cuales todo era pecado o malo o peligroso. Creemos en el Dios de la vida, que nos regala la vida como un precioso don a disfrutar. Pero la visión pesimista, presentada por el Eclesiastés en la primera lectura, «¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!», encierra un consejo positivo: el de saber relativizar el trabajo y los afanes con que nos complicamos la vida. Y ese apunte es importante.
También san Pablo nos ofrece una disyuntiva a la hora de enfocar la vida: «bienes de arriba o bienes de la tierra», «hombre viejo u hombre nuevo», «vida de muerte según nuestra condición terrena o vida con Cristo en Dios». El creyente cristiano, renacido a la vida de Dios en Cristo, ha de ir realizando durante su vida todo un proceso que vaya actualizando su opción en cada momento: ir muriendo a su vieja condición pecadora -fornicación, impureza, pasión, codicia, avaricia», cita el Apóstol-, para ir resucitando a la vida de Cristo. «Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador». Tarea preciosa la que se nos propone: trabajar para que, poco a poco, nos vayamos revistiendo de esa nueva personalidad, a imagen de Dios; esforzarnos para que, en nuestro modo de ser y de actuar, aparezca el sello de Dios.
San Lucas nos va a plantear la misma cuestión, pero desde una perspectiva que a él le encanta: pobreza-riqueza, acumular bienes-acumular bondad. Es una constante en los escritos de este evangelista. Y la disyuntiva la presenta siempre con radicalidad, como en este pasaje, al chafar estrepitosamente los afanes de aquel rico por amontonar: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?».
Por supuesto que no se nos imparte una doctrina económico-social sobre el ahorro, la previsión y las posesiones. Tal enfoque ya ha quedado descartado en la respuesta de Jesús a quien le pedía terciar en una herencia. «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?». Lo que se nos propone es algo mucho más importante: nada menos que la actitud cristiana a adoptar ante la vida y, en concreto, ante los bienes. En este sentido, el Señor nos previene contra ese modo de pensar, tan extendido entre los humanos, de que cuanto más acumulemos, más segura y feliz será nuestra vida. «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Para reforzar su aseveración, Jesús cuenta la parábola del hombre rico, que echa cálculos para ensanchar sus graneros y almacenar la abundante cosecha. «Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida».
La codicia, el afán de amontonar, el convertir los bienes materiales en el fin primordial de nuestro interés. Ese es el error contra el que nos advierte el Señor. Y seguro que, a mayor o menor escala, todos encontraremos algo en que revisarnos. Un seguidor de Jesús no puede orientar su vida con esos criterios de ambición egoísta. Sobre todo cuando incluso coteja en la experiencia que el acumular no garantiza la felicidad, ni mucho menos la vida. Más aún, cuando comprueba el desastre de un mundo injusto e insolidario que estamos construyendo con dicha actitud.
«Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios». Estas palabras con que termina el evangelio, resumen perfectamente el mensaje de hoy. No se trata de acumular bienes; se trata de acumular bondad, que es la riqueza ante Dios. Llenando nuestra vida de bondad, de buenas obras, podremos repartir a manos llenas ayuda, comprensión, convivencia, perdón, fraternidad, reconciliación... Haremos acopio de la mayor riqueza de Dios, su vida de amor. Y entonces sí que disfrutaremos de la vida en los mil detalles que nos depara el cada día, porque sembraremos en ellos amor, y el amor siempre florece en dicha y gozo. Por si fuera poco, esa vida de amor, al ser la vida misma de Dios, quedará garantizada y trascendida para siempre.
Nos encontramos en una época especialmente propicia para el relax y el disfrute: el verano. Quizá, ante el tono un tanto pesimista del principio, alguien habrá pensado: «Vaya, la que nos amargan las vacaciones!». Pero la conclusión a que llegamos es justamente la contraria: disfrutemos de este tiempo especial que nos concede la vida. «No vivimos para trabajar, trabajamos para vivir», por eso hacemos bien en gozar de estos días de descanso. El único trabajo del que no puede librarse un cristiano es del de hacer el bien. Veréis la cantidad de ocasiones que se nos presentan para realizarlo. Y comprobaréis asimismo la felicidad que se siente al vivir así. Es la vida, es la única manera de vivir con autenticidad, es la Vida con mayúscula.
«Señor, tú has sido nuestro refugio», decíamos con el salmo de respuesta. Y añadíamos: «Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos». Celebramos la bondad del Señor. Él nos hace prosperar. Actualizamos el misterio de muerte y vida y escuchamos una vez más a Pablo: «Buscad los bienes de allá arriba».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario