22 junio 2019

La misa del Domingo

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En este 2do domingo después de Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y este día, nos invita a la meditación, para que descubramos la necesidad que tenemos en nuestras vidas de alimentarnos. De recibir el Pan de Vida, en que es el propio Jesús que nos alimenta en cada Eucaristía.
El sentido de esta fiesta, que se instituyó en el año 1264, es la consideración y el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.


Mediante las lecturas de hoy, la Iglesia quiere recalcar la nueva y eterna alianza que Dios hizo con su pueblo y que Cristo selló con su sangre.
En la primera lectura del libro de Éxodo se narra que Dios que había sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto para hacerlo un pueblo de hombres plenamente libres, hizo con ellos un pacto, una alianza: Él sería su Dios y ellos serían su pueblo. Este texto nos muestra cómo se desarrolló este pacto. El altar, representa a Dios. La sangre significa vida. Moisés derramó esa sangre sobre el altar y luego sobre el pueblo. Esto indica la unión entre Dios y su pueblo, porque es la misma sangre, la misma vida, la que une el altar (Dios) y el pueblo. Los términos de esa alianza, quedaron escritos. Son los mandamientos. Fue en la alianza hecha en el desierto, celebrada con este ritual, cuando un grupo de clanes y tribus dispersas, tomaron conciencia que eran un solo pueblo y una sola nación, con un nombre propio (Israel), con un destino y con una tierra de pertenencia; con una ley original (los mandamientos), que les daba la orientación de la vida, y con un culto específico, con sus rituales y sus fiestas.
Jesucristo, había entregado un mensaje capaz de guiar a la humanidad, (como hacía 12 siglos, Dios lo había
hecho con esas tribus que habían de ser el pueblo de Israel). Pero era necesario un pueblo de Dios que fuera el fermento que propagara ese mensaje. En esta última cena, Jesús recordando la otra Alianza, indica que ahora, es él quien derramará su sangre por una muchedumbre. Esa muchedumbre, somos todos nosotros, su Iglesia.
La Iglesia, es el nuevo pueblo de Dios. Aliado con Dios por medio de Cristo, por medio de su sangre derramada para liberar a la raza humana de todas las ataduras. Las primeras comunidades cristianas, se reunían cada semana para conmemorar y revivir esta alianza total con Dios por medio de Jesús, y lo hacían en una ceremonia especial a la que llamaban la cena del Señor. Nosotros hoy la llamamos Eucaristía, que es una palabra griega que significa acción de gracias, y lo que hacemos en cada misa, es dar gracias.
Dar gracias a Dios por la alianza que ha hecho con nosotros por medio de Jesucristo. La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo tiene el sentido de celebrar nuestra alianza con Dios por medio de Jesucristo, nuestro mediador, que hizo el pacto, en nombre nuestro, con su propia sangre. Hoy tomamos conciencia que somos el pueblo de Dios y por ser su pueblo, tenemos una identidad que nos distingue entre otros pueblos y religiones y asumimos la responsabilidad de cumplir nuestra misión.
Las procesiones que se hacen en algunas ciudades, con Jesús Sacramentado por las calles, son la forma de testimoniar ante la sociedad que damos gracias a Dios por esta Alianza que Cristo selló con su sangre de una vez y para siempre.
Queremos quedarnos ahora con otra reflexión sobre el Evangelio de hoy: Jesucristo dice al partir el pan: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo”; y entregando la copa dijo: “Esta es mi sangre”. En esta cena, donde Cristo se despide de sus discípulos, Jesús, les deja algo. Así como cuando nosotros nos separamos de una persona querida, le damos una foto, inclusive con una hermosa dedicatoria, y no sabemos qué más darle para que nos tenga presente. Humanamente, no hay nada más que podamos hacer.
Cristo, que sí pudo dar algo más, les dio a sus discípulos y nos dió a nosotros, mucho más. Se quedó con nosotros. Cristo fue al Padre, pero permanece entre los hombres. Cristo, quiso quedarse entre nosotros, pero bajo otra apariencia, se quedó bajo la apariencia de pan y de vino.
Por eso en esa última cena cuando parte el pan les dice: “esto es mi cuerpo” y cuando les pasa el vino le dice: “esta es mi sangre”; y después les dice: “hagan esto en memoria mía”.
En cada misa, en el momento de la consagración, Cristo se hace presente en el pan y en el vino consagrados.
Cristo se hace presente, con su cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad. Este es el gran Misterio de Nuestra Fe, como decimos en cada misa, en cada partícula de hostia consagrada, en cada gota de vino consagrado, está Cristo, está todo Cristo… presente.
Pensemos en el amor y en la humildad de Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros, pero sin asustarnos.
Cristo ha querido que pudiésemos comerlo sin que nos produzca repugnancia. Fue tan delicado para con nosotros, que se quedó como pan y vino, como cosas. Cosas que son comunes para nosotros.
¡Pero qué riesgo corrió Jesús! Se arriesgó a que lo mirásemos con indiferencia, como se mira un pedazo de pan.
Somos tan ciegos, que no podemos ver allí a Cristo.
A veces somos tan miopes, que no vemos detrás de ese pedazo de pan, que el sacerdote nos ofrece en cada comunión, en esa hostia consagrada que está colocada en la Custodia, a Cristo. No vemos. Hoy vamos a pedirle a Dios que podamos reconocer a Cristo en cada Eucaristía y digamos muchas veces durante este día.

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